Dosier: História social dos trabalhadores do mar
Navegantes indígenas, perlas y canoas en el Caribe del siglo XVI: experiencias transculturales conectadas por el mar
Resumen: Este trabajo discute desde una perspectiva histórica e historiográfica, las formas como las poblaciones indígenas del Caribe Sur influyeron y dieron forma a las pesquerías de perlas de la ciudad de Nueva Cádiz en la isla de Cubagua durante las primeras décadas del siglo XVI. Para ello, se exploran los primeros encuentros entre ibéricos e indígenas en el Caribe Sur, así como, el conocimiento indígena de la navegación y la construcción de embarcaciones a partir de la experiencia de los pueblos Warao y Kariña. Finalmente se analiza el accionar político de las poblaciones indígenas de la costa de Tierra Firme que aparecen en las fuentes documentales identificadas con nombres como Piritu, Cumanagoto, Tagare y Palenque. Desde este ángulo crítico se proponen nuevos caminos para pensar las relaciones entre indígenas e ibéricos en esta región durante el siglo XVI y los aportes de las poblaciones indígenas y sus tecnologías en la construcción del temprano mundo moderno.
Palabras clave: Navegantes indígenas, Perlas, Caribe, Cubagua, Mundo Atlántico.
Indigenous seafarers, pearls, and canoes in the 16th century Caribbean: cross-cultural experiences connected by the sea
Abstract: This paper discusses from a historical and historiographical perspective, the ways in which the indigenous populations of the South Caribbean influenced and shaped the pearl fisheries of the city of Nueva Cadiz in the island of Cubagua during the first decades of the 16th century. To this end, the first encounters between Iberians and indigenous peoples in the Southern Caribbean are explored, as well as the indigenous knowledge of navigation and boat building based on the experience of the Warao and Kariña peoples. Finally, the political actions of the indigenous populations of the coast of Tierra Firme that appear in the documentary sources identified with names such as Piritu, Cumanagoto, Tagare and Palenque are analyzed. From this critical angle, we propose new ways to think about the relations between indigenous and Iberians in this region during the 16th century and the contributions of the indigenous populations and their technologies in the construction of the early modern world.
Keywords: Indigenous seafarers, Pearls, Caribbean, Cubagua, Atlantic World.
Introducción
En 1528 se le otorga el nombre "Nueva Cádiz" a las pesquerías de perlas que se asentaron alrededor de 1515 en la isla de Cubagua (Cruxent, 1972; Otte, 1976). Ese mismo año, aparece en la documentación una nueva categoría para referirse a la élite ibérica que lideraba estas pesquerías de las que formaban parte hombres como Juan de la Barrera, Pedro Ortiz de Matienzo, Juan López de Archuleta, Francisco de Reyna y Gonzalo Hernández de Rojas. Desde ese año, empezaron a ser conocidos como Señores de Canoa1. La definición de esta élite estaba dada por su capacidad para llevar adelante una industria marinera que dependía de una embarcación monóxila conocida por los indígenas de las Antillas mayores con el nombre de Canoa2. Esta embarcación fue sumamente importante en el desarrollo de las poblaciones indígenas del Caribe. Todos los modelos que dan cuenta del poblamiento y de las amplias redes de comercio que conectaron la región Orinoco amazónica con las islas, y las islas entre sí, se sustentan en el uso de este tipo de embarcación, y en el uso avanzado de técnicas de navegación por parte de las poblaciones indígenas (Amodio, 1991; A. T. Antczak et al., 2017; M. M. Antczak & Antczak, 2006; Biord Castillo, 2006; Biord Castillo & Arvelo, 2007; Hofman et al., 2018; Morales Méndez, 1979; Pagán Jiménez, 2009; Rodríguez Ramos et al., 2013; Sanoja Obediente & Vargas Arenas, 1995; Shearn, 2020; Tarble, 1985). Los Señores de Canoas, conseguían estas embarcaciones directamente de los indígenas3 quienes las intercambiaban principalmente por oro tipo guanín y otros productos europeos4.
Los navegantes ibéricos reconocieron tempranamente el papel de la canoa, al mismo tiempo que reconocieron que los pueblos con los que estaban entrando en contacto, poseían un amplio dominio de la navegación y se especializaban en el trabajo en el mar5. El propio Cristóbal Colón dejó constancia de este reconocimiento en los diarios de sus primeros tres viajes que son —casi— la fuente exclusiva desde donde se conoce de primera mano los intercambios entre los navegantes indígenas del Caribe y los marineros que cruzaron el Atlántico desde la península ibérica6. De esta fuente se tienen noticias del día 13 de octubre de 1492 cuando el almirante relató que “[…] ellos vinieron a la nao con almadias, que son hechas del pie de un árbol como un barco luengo y todo de un pedaço y labrado muy a maravilla” (Colón, 1982a, pp. 31-32). Las dimensiones de estas embarcaciones, según el relato, eran variables “[…] en algunas venían 40 y 45 hombres y otras más pequeñas, fasta aver d´llas en que venía uno solo” (Colón, 1982a, p. 32). Por lo que las técnicas de construcción también lo eran.
El día 26 de octubre el Almirante en su diario empezó a utilizar la palabra Canoa que le habían enseñado los indígenas de Hayti, en sustitución de almadia, para referirse a estas embarcaciones con las que se encontró durante sus primeros 14 días en el Caribe. Esta palabra de origen indígena influyó de forma determinante en el relato que los ibéricos hicieron en la península ibérica al volver de estos primeros contactos. Su impacto fue tal en el lenguaje de los marineros y en los imaginarios ibéricos durante el año de 1493, que la misma fue incorporada en el Vocabulario español-latino que se publicó en Salamanca, muy probablemente, en el año de 1495 a cargo de Antonio Nebrija7. Su difusión por el mundo Atlántico fue tal que los marineros portugueses que exploraron las costas africanas durante el siglo XVI utilizaron esta misma palabra de origen Taino para referirse a las embarcaciones monóxilas que eran construidas en esta región8.
En los próximos años, durante la primera mitad del siglo XVI, el conocimiento indígena y sus tecnologías marineras fueron centrales en el Caribe y tuvieron su impacto en las redes de comercio atlántico. Especialmente, en las pesquerías de perlas cuyo primer ciclo estuvo ubicado durante la primera mitad del siglo XVI en la isla de Cubagua. Desde esta isla se transportaron entre 1515 y 1542 a la Península Ibérica, el mundo Atlántico y más allá de él, como mínimo, 11.326 kg de perlas (Otte, 1976, p. 53). Sin embargo, la historiografía reciente sobre la temprana época moderna, contraria al reconocimiento que hicieron los marineros que cruzaron el Atlántico desde finales de siglo XV, rara vez ha reconocido los aportes de las tecnologías y el conocimiento indígena en la experiencia marinera y, en general, en la construcción de las tecnologías que moldearon y construyeron el temprano mundo moderno. Considerándolos muy frecuentemente como sujetos pasivos de la expansión global de los imperios ibéricos. En un reciente artículo Louise Bénat-Tachot ha propuesto que “La navegación fue la clave práctica de una primera mundialización indiscutible” (Bénat-Tachot, 2020) y que “Escribir sobre el arte de la navegación requiere reconstruir todo un proceso ligado a una fase de la historia global que empieza con la emergencia del continente americano” (Bénat-Tachot, 2020). Sin embargo, esta importante reflexión poco dice de los aportes de los conocimientos de las poblaciones indígenas americanas al arte de la navegación, y de eso se ocupa este artículo.
Hasta la fecha los esfuerzos más importantes dentro de la historia global por reconocer y discutir el papel de las diversas poblaciones indígenas en la construcción del temprano mundo moderno los encontramos en el trabajo de Neil L. Whitehead Native Americans and Europeans: Early Encounters in the Caribbean and along the Atlantic Coast (Whitehead, 2011); también en el dossier coordinado por Ralph Bauer y Marcy Norton quienes en su introducción utilizan la metáfora del enredo y señalan que “Writing entangled histories of the early modern Atlantic World requires paying attention to the agentive capacities of all actors, particularly those whose stories and agencies that have traditionally been ignored as a result of both Eurocentric historiographic”; y en 2018 el trabajo publicado por Guillermo Wilde titulado La agencia indígena y el giro hacia lo global (Wilde, 2018)9. De esta forma, mientras el grueso de la historia global sigue pensando la experiencia marinera casi exclusivamente desde de los “grandes navegantes” todos ellos “hombres” vascos, andaluces, franceses, holandeses e ingleses, y poco o nada han dicho sobre el impacto de los hombres y mujeres indígenas que practicaban la navegación, y cómo las tecnologías y el conocimiento de estos impactaron el temprano mundo moderno10.
Estas formas de escribir y estudiar la temprana época moderna vienen siendo duramente criticadas en los últimos años, especialmente por autores como Silvia Lara que en el en el IV Encontro Internacional de Historia Colonial estudiando el caso de Palmares11 cuestionó esa historiografía al preguntarse si: “Será possível continuar a fazer a história do processo de domínio e exploração das riquezas coloniais sem considerar a atuação política das populações do Novo Mundo?” (Lara, 2014, p. 14). Por otra parte, Jorge Cañizares Esguerra desde su estudio sobre Bartolomé Inga en el Potosí ha catalogado este fenómeno de invisibilización del conocimiento indígena como “The historiographical fiction of the ‘Scientific Revolution” (Cañizares-Esguerra, 2018, p. 66) con el cual cuestiona la muy divulgada idea de que la producción de ciencia y conocimiento son exclusivamente un producto de la cultura impresa y la consecuente creación de una esfera pública. Este mismo autor en su introducción a la segunda edición de su obra editada junto con Erik Seeman The Atlantic in Global History: 1500-2000 tomó justamente un ejemplo del conocimiento marinero para ilustrar su posición cuando señala que “Discovery, it turns out, was often nothing more than disguised translation or piracy. It was typical of Iberian, Dutch, and British crews to forcefully integrate local indigenous pilots to make sense of new currents and new seas” (Cañizares-Esguerra & Seeman, 2018, p. xxvi).
Este trabajo se enfoca en la experiencia marinera indígena en el Caribe, especialmente la relacionada con las pesquerías de perlas de la isla de Cubagua y la Costa de Tierra Firme. Para ello se revisa la navegación y los primeros momentos de la presencia ibérica en el Caribe, posteriormente se abre una ventana a los mundos indígenas del Caribe Sur a partir de su relación con el mar y sus técnicas para construcción de embarcaciones. Finalmente, para cerrar revisamos la acción política y militar de las poblaciones indígenas de la Costa de Tierra Firme y sus conexiones marineras con las pesquerías de perlas de la isla de Cubagua. Desde allí reflexionamos como el conocimiento indígena, sus tecnologías y la acción política de estos influyeron en las relaciones que se establecieron en las pesquerías de perlas y la costa de Tierra Firme, al mismo tiempo que influyeron en la construcción del conocimiento sobre el arte de la navegación durante el temprano mundo moderno.
La navegación y los primeros momentos de la presencia ibérica en el Caribe
Durante el tercer viaje de Cristóbal Colón en 1498, los contactos entre ibéricos e indígenas no fueron tan amistosos como los anteriores que sucedieron en la isla Española en los dos viajes anteriores. Esta vez el mar fue el espacio para las primeras confrontaciones y también para las primeras negociaciones comerciales que involucrarían productos como las perlas, los cuales, ocupaban un lugar privilegiado en los objetivos de la empresa colombina (Martin Acosta, 2011; Martinez Mendoza, 1960; Ramos Pérez, 1992) y estimulaban la imaginación y las aspiraciones de las elites europeas (Aram, 2015). De esta forma, al llegar a la costa del Caribe Sur entre la isla que el Almirante bautizó como Trinidad y la costa que indígenas le indicaron que tenía por nombre Paria12, al ver las canoas acercase a su embarcación, el almirante mando a sus marinos a “[…] subir al castillo de popa un tamborino, y a los mancebos de la nao que bailasen” (de las Casas, 1981, p. 12). Estos intentos de comunicación pacífica no impidieron que los indígenas quisieran expulsar a los castellanos de sus territorios marítimos con “una buena nubada de flechas” (de las Casas, 1981, p. 12). La reacción de Colón ante esta agresión fue mandar a suspender el baile y responder de la misma manera a los indígenas. Los ibéricos solo pudieron salir de esta complicada situación cuando uno de los marineros bajó a una embarcación indígena y en ella ofreció como símbolo de paz algunos productos europeos, los cuales “[…] ellos le tomaron en ella, y como en reagradecimiento de lo que les había dado, por señas le dijeron que se fuese a tierra y que allí le traerían de lo que ellos tenían” (de las Casas, 1981, p. 12). Sin embargo, ante la inferioridad numérica y bélica, los castellanos decidieron no aceptar la invitación a comerciar y buscaron aguas tranquilas donde pudieran sentirse seguros.
Después de este encuentro poco afortunado, navegaron hacia el poniente donde dieron con “[…] una punta, a que yo [él] llame[ó] del Aguja” (Colón, 1982b, p. 211) y se encontraron con un pueblo habitado por mucha gente, en este encuentro observaron por primera vez las perlas americanas pues muchos de los hombres y mujeres “[…] traían pieças de oro al pescueço y algunos atados a los braços algunas perlas” (Colón, 1982b, p. 211). La diferencia con el encuentro anterior radicó fundamentalmente en que estos indígenas con los que se encontraron estaban interesados desde el principio en comerciar con los castellanos y exhibían productos que eran de gran valor del otro lado del atlántico. Productos tan valiosos, que es posible que la última vez que muchos de esos marineros vieron tantas perlas pudo ser en las joyas que exhibía la nobleza castellana y en las coronas y vestidos de sus propios reyes.
La vocación comercial de estos indígenas es descrita por el propio Almirante cuando señaló que “[…] esta gente, de los cuales luego vinieron en canoas a la não a rogarme de parte de su rey, que descendiese en tierra” (Colón, 1982b, p. 211). Quizás ante la experiencia anterior Colón evitó apersonarse el mismo, pero dado su interés en estas joyas marinas “[envió] las barcas a tierra” (Colón, 1982b, p. 211) para intentar conocer más de estos indígenas y, por supuesto, para intentar obtener algunas joyas que apaciguaran las críticas que amenazaban la continuidad de su proyecto bajo el auspicio de los Reyes Católicos. El relato de este encuentro da luces de las personas con las que los marineros ibéricos estaban empezando a tener relaciones comerciales. Prestando atención a la sintaxis política (Lara, 2014) utilizada en el diario de Colón, puede notarse que reconocen en medio de su confusión lingüística estructuras políticas diferenciadas y rápidamente identificaron figuras principales en los habitantes de estos territorios que, bajo la imposibilidad de llamarlos de otra manera nombraron Rey y Príncipe. Estas figuras se diferenciaban del resto de la población no solo por sus viviendas y su capacidad de ordenar sobre el resto del pueblo, sino también por sus tecnologías para la navegación. El Almirante describió estas tecnologías en oposición a las del primer grupo de personas con las que se encontró en la isla de Trinidad, “Las canoas de ellos son muy grandes, y de mejor hechura que no son estas otras, y más livianas, y en el medio de cada una tienen un apartamento con cámara, en que vi que andaban los principales con sus mujeres” (Colón, 1982b, p. 212)
Siguiendo las indicaciones de estos indígenas fueron en búsqueda de las perlas las cuales pudieron negociar en un punto en el mar frente a las islas que los indígenas llamaban Cubagua, Coche y Paraguachoa13. El nombre de esta última ha sido traducido literalmente por algunos autores como Gente de Mar, y por otros como Abundancia de Peces14. Gonzalo Fernández de Oviedo ofrece su propia versión de esta transacción cuando señaló que los marineros de Colón “[…] vieron a una mujer que tenía al cuello gran cantidad de aljóphar y perlas” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 590), ante este escenario “[…] uno de aquellos marineros tomó un plato de barro de los de Valencia, que son labrados de labores que relucen las figuras y pinturas […], y hizole pedazos, y a trueco de los cascos del plato rescataron con los indios e indias ciertos hilos de aquel aljóphar grueso” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 590) que luego llevaron al Almirante Colón. Esta forma de obtener perlas fue ampliamente practicada durante los primeros años de comercio, y se conocía como rescate, que no era otra cosa que la forma de llamar al comercio con pueblos no cristianos (Soares, 2000; Castillo Hidalgo, 2001, 2005). Estos primeros intercambios de perlas en el sur de caribe han sido ampliamente representados en grabados e imágenes que circularon por Europa y América durante el siglo XVI y XVII (ver imagen 1).
Un año después, en 1499, Alonso de Ojeda y Américo Vespucio tras los pasos de Colón, tuvieron su propio encuentro con las perlas americanas16. Este último lo relata al señalar que “[…] dimos con una gente que nos recibió con grandísima amistad, y encontramos que tenían grandísima cantidad de perlas orientales muy buenas; con los cuales nos detuvimos 47 días y rescatamos de ellos 119 marcos de perlas” (Vespucio, 1962, p. 60) tras intercambiarlas por “[…] cascabeles, espejos, y cuentas, diez balas y hojas de latón: que por un cascabel daba cada uno cuantas perlas tenía” (Vespucio, 1962, p. 60). También tras los pasos de Colón en agosto de 1499 parte a las Américas Peralonso Niño, quien visitó la costa de Paria, allí nos relata Francisco López de Gómara en su Historia Natural de las Indias que “Comió, y rescató en un momento quince onzas de perlas a trueco de alfileres, sortijas de cuerno y estaño” (López de Gómara, 1979, p. 115) y que luego “Estuvieron en el pueblo veinte días feriando perlas. Dábanles una paloma por una aguja, una tórtola por una cuenta de vidrio, un faisán por dos, un gallipavo por cuatro. Dábanles también por aquel precio conejos y cuartos de venado” (López de Gómara, 1979, pp. 115-116).
Estos relatos ampliamente difundidos por los primeros cronistas de indias y por la historiografía de la época moderna, dan cuenta de las primeras negociaciones transatlánticas que involucrarían perlas americanas, así como de la expansión de las fronteras comerciales tanto de las sociedades indígenas que tienen su origen en la cuenca Orinoco-amazónica de los territorios americanos, como de las sociedades provenientes del otro lado de la cuenca atlántica. Al mismo tiempo son una muestra de la complejidad de las relaciones que se establecieron entre indígenas y europeos que, lejos de estar caracterizadas por la imposición de un grupo sobre otro, fueron relaciones cambiantes en el tiempo y en el espacio. Estas relaciones fueron normadas por las capacidades de cada grupo específico para negociar su propia posición, pues ni uno ni otros poseían el monopolio de la violencia (Bushnell, 2009). Las perlas funcionaron desde estos intercambios como una forma de dialogo transcultural que conectaron esta región del Caribe con las dinámicas de la monarquía hispánica y el escenario global del temprano mundo moderno (Yun-Casalilla, 2014). Este trabajo piensa estos diálogos transculturales como “...cooperação comercial entre mercadores que partilham acordos implícitos e explícitos sobre as regras de intercambio, mas que, dada a presença de fatores históricos que estão para lá do seu controlo, pertencem a comunidades distintas que estão geralmente separadas pela lei” (Trivellato, 2020, p. 22). Esta definición se aparta de visiones que engloban la idea de las relaciones transculturales como cualquier tipo de relación efímera entre dos extraños, y coloca el foco en el sostenimiento de la relación a largo plazo y en sus transformaciones.
Canoas: una ventana a los mundos de la navegación y la construcción de embarcaciones indígenas del Caribe Sur
Al igual que durante los primeros viajes colombinos las tecnologías marineras indígenas y sus conocimientos fueron importantes para el desarrollo del negocio de las perlas. Todo el sistema de pesca descansaba sobre una tecnología indígena, la Canoa, y sobre el conocimiento que estos tenían de la navegación, los mares costeros y de la ecología de las ostras en cuyo interior se formaban las perlas17. Esta dupla canoas y perlas inspiraron innumerables pinturas y grabados durante el propio siglo XVI. La centralidad de estas tecnologías no pasó desapercibida para ninguno de los cronistas que señalaron constantemente los usos de estas embarcaciones para la navegación fluvial, para la navegación marinera entre las islas, para el transporte de mercancías, para la pesca y para la guerra18. Algunos como Fernández de Oviedo incluso reconocerán que los ibéricos tenían que adoptar el uso de estas embarcaciones porque “[…] los Chripsstianos no podemos servirnos de las heredades que están en la costa de la mar y de los ríos, sin estas canoas” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 170).
La construcción de estas embarcaciones estaba ampliamente extendida entre los diversos pueblos indígenas del Caribe. Quizás, los más famosos carpinteros del Caribe Sur eran los habitantes de los caños del Delta del Orinoco, que construían sus casas de madera sobre el agua que recorre la red de laberintos que conforman esta región costera. Sir Walter Raleigh a finales del siglo XVI se encontró con estos indígenas cuando recorrió los caños Capuri y Makareo, y los describió como personas especializas en la construcción de Canoas. Estas embarcacionesno solo eran utilizadas por los indígenas para sus propias actividades, sino que servían habitualmente como moneda de cambio por oro en la región de Guiana y por Tabaco en la contigua isla de Trinidad19. Es muy probable que estos indígenas con los que se encontró Raleigh fuesen los mismos que construyeron las embarcaciones que fueron alabadas por Colón durante su tercer viaje en 1498.
Estos habitantes de Capuri y Makareo fueron reconocidos en las fuentes documentales con variados nombres, sin embargo, en la actualidad conviene llamarlos Warao (Heinen & García-castro, 2000), cuyo gentilicio significa en su lengua literalmente “gente de las canoas” o “constructores de canoas”. Sea que este gentilicio fuese una autoatribución o una imposición desde fuera que podría provenir tanto de los ibéricos recién llegados a la región como de la información que otros grupos indígenas darían sobre ellos. Tal adscripción da cuenta de la importancia que la construcción de estas embarcaciones tendría para estas personas, ya que la habilidad para trabajar con la madera era parte central de la vida Warao y un sinónimo de estatus dentro de esta sociedad (Wilbert, 1976). Los mejores constructores de Canoas en la sociedad Warao recibían el nombre de moyutu (Escalante, 1992) queimplicaba no solo un conocimiento del arte de la construcción sino también una comunión con Dawari, el espíritu que rige la vida dentro de los caños del Delta de Orinoco. Hasta bien entrado el siglo XIX, la habilidad de los Warao para construir estas embarcaciones permanecía intacta, al punto que exploradores como Hillhouse (Hilhouse, 1834) y el Reverendo Bernau (Bernau, 1847), en sus relaciones hacen explicita mención a que las canoas Warao son consideradas por los pueblos vecinos como las mejores y continuaban siendo las más solicitadas aún por “Aruacos y Caribes”.
El proceso de construcción de estas embarcaciones es descrito como un proceso colectivo, que empieza con la selección del árbol adecuado, se marca la proa y la popa y luego utilizando hachas de piedra se hacen los cortes y se vacía la madera que posteriormente es quemada (Fernández de Oviedo, 1851, p. 170) utilizando las palmas de unas plantas abundantes del delta conocidas como moriche y temiche. Fernández de Oviedo dijo de estas embarcaciones que se diferencian fundamentalmente de las embarcaciones ibéricas porque esta es llana por debajo y no tiene quilla. Pelleprats un jesuita francés que vivió en las cercanías del rio guarapiche, ubicado en la frontera sur del territorio Warao describió y elogió a otro grupo constructor de embarcaciones, los Kariña (Morales Méndez, 1979; Morales Méndez et al., 1987). Este jesuita las relató de la siguiente manera “Las Piraguas son de cincuenta o sesenta pies de largas y cinco o seis de anchas. Las hacen de una sola pieza, de un árbol que llaman Caoba, de la familia del cedro, que tiene tres cualidades excepcionales” los indígenas le informaron que “es prodigiosamente grueso y alto; […], su madera es muy ligera; y […], en ella no nacen nunca las termitas, quizás debido a su amargor”(Pelleprat, 1965, p. 75). Para finalizar diciendo que “Estas barcas largas que pueden llevar cincuenta o sesenta hombres, les sirven para la guerra o para los viajes largos. Las ahuecan y ensanchan muy hábilmente en el fuego” (Pelleprat, 1965, p. 75). La técnica de construcción de ambos pueblos es básicamente la misma, que también es descrita para otros pueblos de la región Orinoco amazónica, aunque a diferencia de los Warao, en los Kariña y en los otros pueblos no encontramos una figura especializada en la construcción de embarcaciones por lo que es muy posible que, aunque usando la misma técnica la diferencia sea en los acabados y funcionalidad de esta, o que la técnica haya sido copiada por los Kariña de sus vecinos Warao con los que tenían importantes relaciones comerciales.
Sobre las técnicas de navegación Pelleprats señaló que “Su manera de navegar es muy diferente a la nuestra; no emplean ni mapas ni brújulas, se guían de noche por las estrellas y de día por el sol; emplean sus remos, largos de cuatro o cinco pies de una manera contraria a la nuestra, empujando el agua hacia atrás” (Pelleprat, 1965, p. 75) los Kariña conectarían con estas embarcaciones sus redes de comercio que los llevarían de estos territorios fluviales a las islas de las Antillas menores (Morales Méndez, 1979, 1990) como Guadalupe, Martinica, Santa Lucia y Dominica, todas ellas señaladas tempranamente por los ibéricos como islas inútiles o islas habitadas por caníbales (Stone, 2018a). En esta última isla también se ha descrito una industria de construcción de embarcaciones que tendría una flota compuesta por hasta tres tipos diferentes de barcos, el principal recibía el nombre de kanawa una gran canoa dedicada a la navegación en alta mar (Bérard et al., 2016).
Un detalle que no pasó desapercibido para los europeos que navegaron por la región es ofrecido por los Drake manuscripts que al describir los encuentros en el mar entre las Piraguas de los indígenas de La Margarita y La Trinidad señaló que “Cuando hacen la guerra, se llevan consigo a sus mujeres; ellas tiran del remo mientras sus maridos pelean”20. Esta observación confirma que las mujeres indígenas en la región también participarían activamente de la experiencia marinera, lo cual es congruente también con las descripciones de cronistas que muy frecuentemente describen a las mujeres como figuras principales que controlarían políticamente algunas regiones del Caribe Sur. En la documentación temprana es especialmente notable el nombre de Isabel (de Castellanos, 1857), mujer guaiquerí que es descrita por Juan de Castellanos como reina de la isla de Margarita y con una gran influencia política en toda la región21, así como el de Orocomay mujer principal de la depresión del Unare donde habitaban los indígenas conocidos como Palenques.
Esta misma fuente también representa a estas embarcaciones decoradas con una preponderancia del color rojo, el mismo que cronistas22 asociaron con una planta conocida como onoto y que fue muy frecuentemente usada por las mujeres Kariña para pintar sus cuerpos especialmente para la guerra. Esta práctica se extendería por muchos pueblos Orinoco-amazónicos donde los Kariña tendrían influencia23, también se utilizaron además otros pigmentos como la chica, la goma de caraña y guarimacar que buscan imitar el color rojo del onoto (Morales Méndez, 1990).
Antes de la llegada de los europeos y africanos a la región el papel de estas embarcaciones eran centrales para el desarrollo de estas sociedades de las que formaban parte indígenas como los Warao, los Kariña o los comerciantes de perlas de Paraguachoa con los que negoció Cristóbal Colón durante su tercer viaje. Construir o poseer una canoa tenía importantes implicaciones políticas en estos pueblos indígenas puesto que significa en muchos casos posicionarse para negociar información, alimentos exóticos, tecnologías, bienes comerciales y/o acceso a los símbolos materiales de la riqueza y el estatus a través del uso de estas embarcaciones (Shearn, 2020). Si se piensa, por ejemplo en la llamada “esfera de interacción valenciode” (A. T. Antczak et al., 2017; A. T. Antczak & Antczak, 1999),nombre con el que ha sido conocido el circuito de comercio que conectaba regiones de la costa central sudamericana con los archipiélagos de las islas de los Roques. Se encuentran poblaciones indígenas que por tener acceso a la construcción de embarcaciones y conocimientos para la navegación pudieron explotar exclusivamente durante los últimos tres siglos antes de la llegada europea y africana a la región de entre 3 y 5 toneladas de carne de caracol reina que trajeron al continente (A. T. Antczak et al., 2017; M. M. Antczak & Antczak, 2006; Schapira et al., 2009). Estos mismos grupos indígenas además aprovechaban la concha del caracol para la producción de artesanías que tenían un alto valor simbólico y comercial, también comerciaban la materia prima de la concha de caracol en grandes rutas a larga distancia, que pasaban por el valle de Quibor y que en los Andes se transformaron frecuentemente en pendientes de formas de murciélagos con alas extendidas (Vargas et al., 1997; A. T. Antczak & Antczak, 1999).
También es importante señalar la existencia de otros productos de intercambio que fueron explotados en esta región gracias al uso de las canoas y el dominio de las técnicas de navegación, estos productos fueron la sal, el pescado, el hayo, equinodermos, crustáceos y la carne y caparazón de tortugas marinas, sobre estos productos se ha identificado múltiples mercados importantes de intercambio como son los ubicados en la costa de Borburata y la costa del Litoral Central donde se comerciaba con estos productos, así como el de otras islas como la tortuga y las aves que constituían bancos naturales de sal que fueron ampliamente explotados por los indígenas de la región y comerciados en diversos lugares de la costa, especialmente en la región de influencia de la laguna de tacarigua (Acosta Saignes, 1946, 1975; Altez & Rivas, 2002; Biord Castillo & Arvelo, 2007).
La continuidad de este mundo de comercio indígena cuyo vehículo de comunicación era el mar fue también descrito en las crónicas que se publicaron durante la primera mitad del siglo XVI, Pedro Mártir de Angleria señaló que “Tienen orzas, cantaros, ollas y demás utensilios de varias clases de alfarería, compradas de otra parte. Pues celebran sus ferias entre sí, a las cuales cada vecino, por lograr algo de otras partes, lleva de los productos de su región, […] no hay ninguno que no se deleite en hacerse con algo nuevo” (de Angleria, 1944, p. 71). El intercambio de oro por perlas es otro un ejemplo interesante para analizar la racionalidad económica del intercambio comercial que practicaban los habitantes de esta región americana. “Preguntados los curianeses de donde conseguían aquel oro, indicaban que lo traen de cierta región que llamaban Cauchieto” (de Angleria, 1944, p. 71) ubicada a 6 días de distancia. Allá se dirigieron las embarcaciones castellanas que “Presentaronse sin miedo los indígenas, y llevaron oro, que es nativo entre ellos. También estos llevaban perlas al cuello, pero se las proporcionaban de Curiana a cambio de oro” (de Angleria, 1944, p. 71). Ni los habitantes de Cauchieto productores de oro estuvieron dispuestos a comerciar perlas, ni los de curiana productores de perlas estuvieron dispuestos a comerciar oro. La historia de los mundos indígenas de esta región del Caribe eran sin duda la historia de pueblos y familias conectados por el mar.
La isla de Cubagua y la Costa de Tierra Firme: una experiencia conectada por el mar
La historia de las pesquerías de perlas de la isla de Cubagua aparece historiográficamente casi exclusivamente como un sinónimo de explotación humana (Acosta Saignes, 1984; Jiménez G., 1986; Tiapa, 2008; Warsh, 2010; Bénat Tachot, 2015) y de depredación ambiental (Perri, 2009; Romero, 2003; Romero et al., 1999). Este ángulo historiográfico para mirar a la isla de Cubagua fue tempranamente inaugurado en el siglo XVI cuando Bartolomé de Las Casas al referirse al buceo de perlas llegó a catalogarlo como un “[…] incomportable trabajo, o por mejor decir ejercicio del infierno” (de las Casas, 1982, p. 141), al mismo tiempo que lo describió de la siguiente manera: “La tiranía que los españoles ejercían contra los indios en el sacar o pescar perlas es una de las más crueles y condenadas cosas que pueden ser en el mundo. No hay vida infernal y desesperada en este siglo que se le pueda comparar” (de las Casas, 1982, p. 141). Esta afirmación es seguida de una detallada descripción de la forma como se desarrolló el trabajo “Metenlos en la mar en tres y cuatro y cinco brazas de hondo desde la mañana hasta que se pone el sol” (de las Casas, 1982, p. 140). Posteriormente, “[…] salen con unas redesillas llenas dellas a lo alto a resollar, donde está un verdugo español en una canoa o barquillo, y si se tardan en descansar le da de puñadas y por los cabellos los echa al agua para que tornen a pescar” (de las Casas, 1982, p. 140). En algunos casos “zabullense en la mar a su pesquería o ejercicio de perlas, y nunca tornan a salir, porque los tiburones y marrajos, […], los comen y matan” (de las Casas, 1982, p. 140).
La versión de Las Casas, debe leerse no como la de un observador neutral, por el contrario, otro cronista, Francisco López de Gómara da cuenta de los intereses de este en la región al señalar que antes de ser fraile “oyó loar la fertilidad de aquella tierra, la mansedumbre de la gente y la abundancia de perlas” (López de Gómara, 1979, p. 118) a raíz de lo cual fue a “España, pidió al emperador la gobernación de Cumaná, informole como los que gobernaban las Indias le engañaban, y prometiole de mejorar y acrecentar las rentas reales” (López de Gómara, 1979, p. 118). Bartolomé de Las Casas contó con la aprobación de un Asiento que le permitía poblar desde la provincia de Paria hasta la de Santa Marta24 y emprendió en el año de 1520 un intento de ocupación de la costa de Tierra Firme de Cumana “…con obra de trescientos labradores que llevaban cruces…” (López de Gómara, 1979, p. 118) con los que se comprometió a entregar a la corona en los próximos dos años “Diez mil indios allanados, seguros tributarios e sujetos e obedientes a la Corona Real”25 y de la que recibía además de los derechos territoriales el derecho de participar en las pesquerías de perlas en las mismas condiciones en las que lo venían haciendo los que se asentaban en la isla de Cubagua26.
El proyecto de Las Casas fue letra muerta, el fraile planificó un proyecto que incluía al menos cuatro generaciones de herederos, 10.000 indígenas y 15.000 ducados de renta fija durante los primeros cuatro años para la corona, sin considerar que los territorios que estaba comprometiendo en el papel para él, sus herederos y la corona de castilla, eran territorios habitados por grupos que tenían su propio accionar sobre el territorio y sus propias dinámicas políticas y comerciales. Su tesorero Miguel de Castellanos es quien mejor relata la reacción de los indígenas de la costa de Paria a la llegada de Las Casas cuando señala que “[…] los indios della se levantaron después que el licenciado de Las Casas fue a aquellas partes”27 y después “mataron un fraile de dos que estaban allí”28, y posteriormente “[…] le quemaron el bohío con todos los mantenimientos y municiones que en él había metido, y le mataron cinco personas las que llevaba consigo”29. El mismo tesorero termina su relación señalando que la presencia en esa región debe considerarse como una presencia de guerra y que de esta forma estaban actuando algunos de los ibéricos que se asentaban en la isla Española a los que había visto traer más de “[…] seiscientos indios e indias y mochachos de la dicha costa […] y venderse en la ciudad de Santo Domingo”30.
Los trabajos recientes sobre la región han reproducido la falla “Lascasiana”, al poner el foco en la explotación de perlas de la isla de Cubagua, sin considerar su inserción en los mundos indígenas del Caribe Sur. De esta forma, han reconstruido las historias de las islas y costas de las perlas como si las mismas se redujeran a la dinámica de los ibéricos en la isla de Cubagua y la región y han considerado a las poblaciones indígenas como actores subalternos y dependientes del mundo ibérico y su expansión atlántica. Con el interés en las perlas los ibéricos se insertaron en las redes de relaciones indígenas que existían en la región. Estas redes iban desde la región Orinoco-Amazónica, pasaban por la costa del nororiente sudamericano y conectaban con las islas del Caribe Sur, el arco antillano y las Antillas mayores31.
Durante las primeras décadas del negocio perlífero, los ibéricos empezaron a asentarse en la isla de Cubagua, la más pequeña del grupo insular y donde no había poblaciones indígenas permanentes. Gonzalo Fernández de Oviedo describió esta isla de la siguiente manera “[…] es muy pequeña y esterilissima e sin gota de agua de rio ni fuente, ni lago ó estaño; y con esta y otras dificultades, sin aver en ella donde se pueda sembrar ni hacer mantenimiento alguno para servicio del hombre, ni poder criar ganado, ni aver algún pasto” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 587) lo que significaba que podían estar seguros y no tendrían que disputarse el territorio.
La isla de Cubagua empezó siendo un puesto de intercambio comercial para algunos comerciantes que vivían en algunas regiones de la isla Española y San Juan, quienes construyeron bohíos que funcionaban como lugares de negociación donde los indígenas “[…] á ciertos tiempos del año passaban la á isla á aquella pesquería, para se mantener y proveer de las cosas que los españoles por ellas les daban” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 595), generalmente, obtenían productos ibéricos como el vino a cambio de perlas. La inserción temprana de los ibéricos en las redes comerciales indígenas es descrita por Fernández de Oviedo de la siguiente manera “Y en aquel tiempo fué esta grangería é contractacion muy útil é provechosa á los nuestros, y estuvo la provincia y tierra que hay desde Paria hasta Unari —que serán cien leguas de costa en la Tierra-Firme—, tan pacifica, que un chripstiano ó dos la andaban toda, y tractaban con los indios muy seguramente” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 595). Esa región fue durante estos años la fuente principal de los alimentos que surtían a Nueva Cádiz, a partir de ferias que se realizaban en diferentes regiones de la costa de las que participan indígenas pueblos indígenas identificados en las fuentes como Tagares, Piritu, Cumanagotos y Palenques32. En la práctica Nueva Cádiz dependió siempre de las fuentes de agua y de alimento que provenían de la costa de Tierra Firme bajo dominio indígena.
El avance del comercio de perlas, durante estas dos primeras décadas, se conoce gracias a los informes presentados por miembros de las ordenes de los Jerónimos y Dominicos quienes dirigieron intentos fallidos de asentarse en las costas de las perlas. Estos informaron entre 1517 y 1518 en reiteradas ocasiones que no se recaudaba nada del quinto real en el rescate y contratación que se estaba haciendo en las islas y costas de las perlas. Esta denuncia movilizó la burocracia ibérica que en fecha 15 de marzo de 1519 creo un nuevo cargo específico para los negocios de las perlas cuya designación fue “[…] vehedoria de los rescates de las perlas”33 que fue otorgado a García de Lerma, habitante de la isla Española, que después de que Diego Colón perdiera el poder en la isla se habría trasladado a vivir a Flandes donde había logrado, valiéndose de redes familiares y su influencia económica en las cortes flamencas ser nombrado para el cargo.
A pesar de este tipo de nombramientos, que muchas veces ha sido interpretado como un dominio español en la región, las dinámicas políticas y comerciales seguían siendo regidas por los indígenas. Un ejemplo importante de esto es que entre los años de 1509 y 1514 cuando durante los intentos sistemáticos de hombres como Juan Ortiz de Matienzo, Lucas Vásquez de Aillon y Marcelo Villalobos de aumentar el caudal de mano de obra indígena en la Española y San Juan negociando y haciendo incursiones armadas en algunas islas del Caribe y la costa de Tierra Firme (Otte, 1976), una cedula real de fecha 11 de mayo de 1510 prohibía explícitamente cualquier confrontación con los indígenas de la isla de Trinidad que a pesar de que “tiene oro”34 la misma “[…] está en paz y trato con los yndios de las perlas y escandalizando los de aquella isla se perdería el trato de las perlas”35
La misma reconoce la importancia que los indígenas de La Margarita tenían en el negocio de las perlas y, en líneas generales, en la región, al punto que sus ordenanzas reales estaban siendo moldeadas por la dinámicas políticas y comerciales indígenas que eran especialmente intensas entre las islas de Caribe Sur y la Costa de Tierra Firme donde estos pueblos compartían no solo la misma lengua sino que también lazos familiares y un vasto sistema de relaciones que incluían productos como sal, oro, perlas, carne de pescado, tortugas y materias primas para la fabricación de embarcaciones (Amodio, 1991; A. T. Antczak et al., 2017; A. T. Antczak & Antczak, 1999; Arvelo-Jiménez et al., 1989; Arvelo-Jiménez & Biord Castillo, 1994; Biord Castillo, 2001, 2006; Biord Castillo & Arvelo, 2007; Morales Méndez, 1979). Para esa fecha la presencia ibérica más importante continuaba siendo en Santo Domingo y San Juan, y su presencia en el negocio de las perlas se asentaba en la isla de Cubagua.
La importancia de las poblaciones indígenas es ratificada durante la segunda década del siglo XVI. La presencia ibérica en las islas y costas de las perlas dependió de forma exclusiva de que esta fuera permitida por los indígenas de la región interesados en el comercio de los productos ibéricos y, de esta forma, era que estos podían obtener las perlas. Las embarcaciones ibéricas les permitían navegar entre puntos específicos de las islas porque su tamaño exigía determinadas profundidades y la existencia de un puerto. Podían transportar mercancía, pero no podían utilizarlas directamente para pescar perlas ya que no tenían ni la experiencia ni el conocimiento de la ubicación de los bancos de ostras, ni las dinámicas ecológicas de este molusco, ni las embarcaciones poseían la versatilidad en el mar que la pesca de perlas exigía36.
Los intentos de establecer bases castellanas en la región se iniciaron en el año de 1514 a partir de dos estrategias. Los comerciantes de perlas se instalaron en la deshabitada isla de Cubagua, mientras que los frailes fueron a las cercanías de los poblados indígenas de la costa con la intención de evangelizarlos, a través de una presencia pequeña de miembros de la Orden de los Franciscanos en Maracapana y de la Orden de los Dominicos en Piritu. Los comerciantes tuvieron éxito con los indígenas pues, a partir de ese año, se empezaron a reportar sistemáticamente quintos de perlas en San Juan y Santo Domingo (Otte, 1976) producto de que la isla de Cubagua se transformó en un puesto de intercambio comercial. Motivados por este comercio construyeron las primeras rancherías que funcionaban como lugares de negociación donde los indígenas “[…] á ciertos tiempos del año passaban la a isla a aquella pesquería, para se mantener y proveer de las cosas que los españoles por ellas les daban” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 595), generalmente, productos ibéricos como el vino a cambio de perlas. La inserción temprana de los ibéricos en las redes comerciales indígenas de esta región es descrita por Fernández de Oviedo de la siguiente manera: “Y en aquel tiempo fué esta grangería é contractacion muy útil é provechosa á los nuestros, y estuvo la provincia y tierra que hay desde Paria hasta Unari —que serán cien leguas de costa en la Tierra-Firme—, tan pacifica, que un chripstiano ó dos la andaban toda, y tractaban con los indios muy seguramente” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 595).
Las iniciativas de Cubagua y Maracapana prosperaron durante algunos años, mientras que la iniciativa de Piritu fracasó apenas un año después. El fracaso del intento poblador en Piritu se dio a principios del 1515 cuando fueron ejecutados Francisco de Córdoba y Juan Garcés. La muerte de los frailes fue una represalia por el secuestro de Don Alonso, un indígena principal de la costa y su familia (Civreiux, 1980; Stone, 2018b) por parte del capitán Gómez de Rivera que había sido a enviado desde la española a hacer la guerra a los “caribes” de la isla de San Vicente. Después de la muerte de los frailes tuvo lugar el tercer intento de ocupación de la costa cuando los Dominicos volvieron a la región en el año de 1519 y fundaron un nuevo monasterio en la región de Piritu que llamaron Santa Fe.
Al año siguiente, el 3 de septiembre de 1520 Maragüey un líder indígena principal de la provincia de Maracapana, como respuesta a los intentos del capitán Alonso de Ojeda de esclavizar a una parte de la población de los Tagares, dirigió acompañado de los indígenas de la provincia el inicio de lo que se transformó durante el transcurso de un mes en la expulsión general de los ibéricos de las costas e islas de las perlas. En esta jornada “[…] los indios de Cumana y los de Cariaco y los de Chiribichi y de Maracapana, y de Tacarias y de Neveri y de Unari” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 595) destruyeron todas las construcciones que habían sido levantadas en la costa en los últimos años.
En Santa Fe, la situación había sido similar solo que la confrontación fue principalmente en el mar. Allí los indígenas que utilizaron canoas tomaron un bergantín con cinco españoles, de los cuales solo sobrevivió uno. Las noticias de lo sucedido llegaron a la isla de Cubagua gracias a pocos sobrevivientes. Entre ellos un indígena cristiano y un fraile castellano que navegaron en una canoa desde Maracapana y un capitán español que, al ver la muerte de sus tripulantes en tierra, soltó las amarras y huyó de la región de Guanta. Las informaciones que estos trajeron de la costa infundieron el temor entre la población de la isla por lo que la abandonaron, huyendo a Santo Domingo. Cuando las canoas de los indígenas llegaron a Cubagua, encontraron un pueblo fantasma con “[…] muchas pipas de vino é muchas provisiones que comer y rescates y muebles” (Fernández de Oviedo, 1851, p. 596). Esta expulsión general de los ibéricos de la región fue la respuesta militar de las poblaciones indígenas a la ruptura de los cánones de las prácticas de negociación que se venían practicando en la zona y da cuenta de la articulación política de las poblaciones que actuaron en simultáneo para expulsar a los ibéricos de las ocupaciones que mantenían en Santa Fe, Maracapana y Cubagua.
Consideraciones finales y direcciones futuras
Las primeras décadas del siglo XVI que se han estudiado en este trabajo, colocando el énfasis en las tecnologías y los conocimientos indígenas para la navegación y la fabricación de canoas, así como su acción política y militar en la costa de Tierra Firme y en la isla de las perlas, son un ventana para repensar las formas cómo hasta ahora han sido estudiadas las relaciones entre indígenas y europeos en esta región del mundo Atlántico. Al mismo tiempo, permiten revisar las formas como el conocimiento indígena impactó el mundo globalmente conectado de la temprana época moderna. Si como señala Bénat-Tachot (2020) “La navegación fue la clave práctica de una primera mundialización indiscutible”, esta no puede entenderse sin los aportes de la poblaciones indígenas americanas.
Mirar los mundos indígenas del Caribe Sur permite aproximarse a otra experiencia marinera. Las mujeres indígenas están presentes en esta experiencia desde los primeros momentos en que los europeos entraron en contacto, no solo para intercambiar y lucir perlas, sino también para participar en la construcción y decoración de canoas, y para participar activamente en la guerra como marineras. Así, estas mujeres indígenas de las isla de Margarita y Trinidad permiten abrir camino de investigación que rompa con la tan divulgada idea de que las experiencias marineras en el mundo Atlántico son exclusivamente europeas y masculinas.
Finalmente, la acción política de las poblaciones indígenas de la costa de Tierra Firme ha sido dejada de lado para explicar porque esta región fue una de las primeras en entrar en contacto con los europeos y quizás una de las ultimas en tener asentamientos europeos permanentes. Lo que las fuentes muestran es que, si bien el dominio en la isla de Cubagua era totalmente ibérico, en la costa de Tierra Firme, los indígenas impusieron su dominio, allí la presencia ibérica fue siempre durante el siglo XVI reducida a muy pocos espacios que permitían el comercio y el intercambio. Los agentes indígenas y las dinámicas políticas del Caribe Sur, compuestas de tensiones marcadas por las disputas territoriales y el deseo por obtener las perlas, así como de negociaciones comerciales asociadas a las canoas, en tanto tecnología marinera, forman parte de los retos futuros de una agenda de investigación que busca descentrar la historia global desde los aportes de las poblaciones indígenas.
Agradecimientos
Esta investigación se realiza con fondos de la Fundação de Amparo à Pesquisa do Estado do Rio de Janeiro (FAPERJ). Quiero agradecer a Latin American Studies Association (LASA) por los fondos del Research Grant for doctoral student (2020)que me permitieron consultar archivos y bibliotecas españolas durante el primer trimestre de 2020. Agradezco también a las bibliotecas de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) de Sevilla, España y a la del Ibero-Amerikanisches Institut de Berlin, Alemania que me han garantizado durante la pandemia del Covid-19 acceso remoto a bibliografía fundamental para este trabajo.
Fuentes
Archivo General de Indias (AGI)
Justicia 8, 50, 53, 106, 649
Patronato 252, 294
Indiferente General 418, 420
Panamá, 234
Biblioteca Nacional de España (BNE)
Sala General
Manuscritos
Biblioteca Digital Hispánica
Morgan Library
Histoire Naturelle des Indes, Illustrated manuscript, ca. 1586, fol. 56r
John Carter Brown Library
Archive of Early American Images, F624 I44w, illustration, p. 96
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Notas
Recepción: 02 Junio 2021
Aprobación: 01 Septiembre 2021
Publicación: 01 Febrero 2022