Reseñas
Sandra Carli (Comp.) (2022). Historia de la Universidad de Buenos Aires. Tomo III (1945-1983). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Eudeba
El tercero de cuatro tomos que integran la nueva Historia de la Universidad de Buenos Aires propone analizar los avatares atravesados por la Universidad de Buenos Aires (UBA) entre 1945 y 1983, atendiendo especialmente a cómo los acontecimientos de escala nacional y latinoamericana repercutieron sobre los debates que se desarrollaron al interior de esta institución. En la compilación colaboraron autores formados en diferentes disciplinas como la Historia, la Antropología y las Ciencias de la Educación. Tras una introducción y un primer capítulo a cargo de Sandra Carli, que presentan el panorama general por el que transcurrirá la obra, la mayoría de los capítulos restantes se ordenan cronológicamente y buscan reconstruir las historias de facultades, carreras y departamentos específicos, enmarcando sus trayectorias institucionales en función de las transformaciones sociopolíticas que rodeaban a la universidad. Otros textos se preguntan por las experiencias de sujetos colectivos de la comunidad universitaria, como las mujeres o ciertas agrupaciones estudiantiles. El libro resultante, síntesis de décadas de investigaciones especializadas, se diferencia del ensayo comisionado hace ya sesenta años a Tulio Halperín Donghi, que pretendía abarcar en pocas paginas una extensa historia, y desde un punto de vista claramente comprometido con el tumultuoso escenario político bajo el cual fue concebido. En ocasión del bicentenario de la UBA, Eudeba ofrece aquí una visión más equilibrada y compleja de aquellos procesos históricos.
Una apuesta central de la obra consiste en situar a la UBA en el epicentro de los conflictos ideológicos que dividieron a la Argentina durante la posguerra. Tras la campaña electoral de 1945, durante la cual esta institución había adoptado una postura casi partidaria a favor de la Unión Democrática, los discursos del flamante presidente dieron a entender que esa vieja universidad estaba enferma de contaminación política. Algunos de los remedios propuestos para sanearla eran inevitablemente antipáticos (cesanteo de docentes, control de designaciones, limitación de la política estudiantil, etc.), mientras que otros hoy serían vistos como progresistas (notoriamente, la suspensión del cobro de aranceles y la eliminación de exámenes de ingreso), aunque despertaron recelos en un estudiantado orgulloso de su pertenencia a una selecta comunidad intelectual. Según Guido Riccono, todas esas medidas deben ser leídas como elementos de la lucha estatal contra los valores liberales y oligárquicos de la vieja argentina. En este sentido, aunque la construcción de una narrativa plebeya sobre el acceso de la clase trabajadora a la educación superior podría parecer contradictoria frente al propósito original de expulsar a la política de las universidades mediante la reducción de la participación estudiantil en sus órganos representativos (sobre todo una vez que se empezó a concebir a las casas de altos estudios como espacios para la formación doctrinaria de la juventud), el peronismo pretendió suturar esta tensión reafirmando el origen democrático de su mandato, que lo autorizaba a bloquear toda agencia autonomista al interior de un aparato estatal que debía hallarse enteramente al servicio del pueblo.
Aun cuando el repudio a aquellos cursos de formación política termino por convertirse en un “recuerdo obligado” del movimiento estudiantil, Hernán Comastri encuentra que las experiencias individuales de sus miembros no siempre coincidieron con la memoria canónica que el discurso reformista elaboró para conmemorar su resistencia contra la tiranía justicialista. También en esa línea, el estudio de Sandra Carli sobre las líderes femeninas del movimiento estudiantil advierte que, desde su rol protagónico en los debates universitarios de estas décadas, ellas no siempre ponderaron adecuadamente el efecto positivo de las políticas peronistas en materia de derechos para las mujeres. Sobreponiéndose a esas y otras tensiones, el discurso identitario de resistencia universitaria, anclado particularmente en la experiencia confrontativa de la UBA, se impuso casi siempre como criterio ordenador en el recuerdo de los actores. Quizás eso se deba a su capacidad para expresar la sensación de tensión recurrente entre los ideales reformistas de autonomía universitaria y la impronta dirigista estatal, inaugurada por el peronismo, luego sostenida por gobiernos posteriores.
De este modo, las relecturas ofrecidas en este volumen destacan que, detrás del antagonismo que supuestamente oponía a universitarios y autoridades nacionales, se estaba gestando una aporía mucho más profunda y transversal entre dos formas incompatibles de concebir el rol social de la universidad. ¿Debía ella fijar sus propias agendas de enseñanza e investigación o subordinarse a las necesidades que la sociedad y el desarrollo nacional le demandaban? Si optaba por presentarse como un templo del saber, ajeno al barro de la política, ¿cómo podría luego defender la relevancia de sus propios objetivos ante la opinión pública y las autoridades que fijaban su presupuesto?
Los estudios aquí reunidos demuestran que esa tensión permaneció latente durante todo el período en cuestión. En particular, el examen de Juan Califa sobre el boletín de informaciones matiza tanto la imagen de la “edad dorada” como la crítica retrospectiva hacia el aislamiento de la “isla universitaria”. Antes bien, la década 1956-1966 habría estado plagada de tensiones y conflictos, precisamente porque no se llegó a un consenso sobre qué relación debía establecerse entre universidad y sociedad. La disyuntiva entre el ideal de investigación “pura” y el de una ciencia orientada a su aplicación económica y al desarrollo social del país dividió al directorio del CONICET. También signó el destino de nuevas carreras como la de Economía Política, cuyo “impulso modernizador” -sostiene Martin Unzué- buscaba armonizar actualización disciplinar con los fines estratégicos de un Estado que demandaba economistas formados para dirigir el desarrollo nacional.
Sin embargo, la originalidad de la experiencia que atravesó la UBA durante estos años no puede ser fácilmente encapsulada bajo el rotulo de “modernización académica”. De hecho, antes que por lo novedoso de sus enfoques disciplinares, los maestros renovadores fueron valorados en los recuerdos de sus estudiantes principalmente por sus métodos de enseñanza y su dialogo respetuoso con los más jóvenes. De ahí que, en la multitudinaria carrera de Psicología, los estudiantes vivieran los debates entre corrientes teóricas como un “River y Boca”, que polarizaba y atraía hacia las aulas estalladas de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL). Allí -según argumenta Ana Diamant- renovadores como José Bleger cultivaron un nuevo estilo que cautivó al amplio público juvenil.
Sería imposible exagerar la importancia que la inédita masividad y visibilidad pública tuvieron sobre el peculiar desarrollo de la UBA durante estas décadas. Sin ese alcance no se entenderían las audaces estrategias editoriales de Eudeba -examinadas críticamente por María Arcioni- en pos de ofrecer “libros para todos”. De hecho, muchos de los proyectos del reformismo universitario fueron ideados, planificados y conquistados por los propios estudiantes. Cinthia Wanschelbaum explora cómo ese impulso desde abajo derivó en la institucionalización del Departamento de Extensión Universitaria, un laboratorio de experimentación que permitió imaginar e implementar un modelo de universidad para todos. Así, la expansión marcó a la universidad con un carácter verdaderamente plebeyo, y ello fue posible porque las políticas de acceso irrestricto y gratuito heredadas del peronismo habían facilitado el ingreso masivo de estudiantes a las nuevas carreras, trastocando cualquier plan de modernización ordenada.
Las consecuencias de este fenómeno son exploradas por diversos artículos de este volumen. Según señala Pedro Blois, la necesidad de incorporar camadas enteras de graduados como auxiliares docentes a la novel carrera de Sociología generó pujas por designaciones con los sectores tradicionales de la FFyL. Allí y en otras áreas renovadas, la escasez de recursos locales incentivó el contacto con fundaciones extranjeras, que financiaron becas y programas de investigación para los futuros científicos y tecnócratas de la Argentina. Se consolidó así un sesgo profesionalista e internacionalista, que fue cada vez más resistido por los sectores radicalizados del movimiento estudiantil. Estos jóvenes acusaron al “cientificismo” de negar a la ciencia local la posibilidad de liberar a la nación de las garras del imperialismo. Sus actos de insubordinación y boicot generaron un clima hostil, que convenció a importantes modernizadores como Gino Germani y Enrique Butelman de renunciar a la UBA, en protesta por los excesos de los estudiantes en el cogobierno universitario, ya desde antes del golpe de Estado de 1966. Una vez producido este, muchas carreras se aggiornaron al cambiante contexto nacional e internacional, que demandaba una ciencia profesional y apolítica. De modo que el libro reúne reflexiones provocadoras acerca de cómo se gestaron condiciones favorables a una despolitización de las universidades, incluso desde su interior.
Por otra parte, tampoco la agitada experiencia del movimiento estudiantil partió de un consenso sobre la relación entre los intereses de sus miembros en tanto aspirantes individuales a profesiones específicas y su rol colectivo como actor político en el escenario nacional. A través de un sugerente recorrido por los debates de las agrupaciones, el trabajo de Nicolas Dip permite apreciar las contingencias del proceso de politización estudiantil. Así, mientras que los sectores más radicalizados llegaron a rechazar completamente el legado reformista y su obsesión “pequeño burguesa” por el “aparato educativo”, eso no evitó que gran parte del estudiantado continuara forjando lazos en torno a problemas más inmediatos, como la discusión de programas, planes de estudio y exámenes de ingreso. Esa dimensión no era menor, pues también allí se canalizaban energías y anhelos de construir n “universidad para el pueblo”. Por ejemplo, Sergio Friedemann propone ver en la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (1973-1974) un proyecto novedoso, en tanto revalorizó a la extensión como misión fundamental de la Universidad. Esa concepción representaba una alternativa a valores reformistas tradicionales (la autonomía de facultades y cátedras) y modernos (el énfasis en la investigación y la enseñanza superior), ya que estos obstaculizaban la reconversión de las actividades universitarias en función de las necesidades de la sociedad.
El ascenso del autoritarismo quebró definitivamente con ese nivel de experimentación. Para la Junta militar que tomó el poder en 1976, el carácter multitudinario y plebeyo de la UBA la convertía en fuente de desorden social. Laura Rodríguez rastrea esa preocupación en los discursos y medidas de los cinco rectores designados para dirigir la normalización de esta institución. Pero, a la vez que las trayectorias de los últimos dos sugieren a esta autora un creciente distanciamiento entre la universidad y sus estudiantes, el enfoque de Yann Cristal y Guadalupe Seia en el capítulo siguiente destaca que la Secretaría de Asuntos Estudiantiles comenzó a estimular, durante esos mismos años, un resurgimiento controlado de los espacios de organización estudiantil. En realidad, mientras que las agrupaciones más confrontativas permanecieron en la resistencia, otros sectores ensayaron estrategias dialoguistas con el objetivo de revertir injusticias puntuales. Con el tiempo, la adopción de un perfil “respetable”, divorciado de la violencia de los setenta, condujo a una reconfiguración del movimiento estudiantil que lo convirtió en actor central del nuevo escenario político abierto por el retorno de la democracia.
En suma, este volumen de Historia de la Universidad de Buenos Aires visibiliza múltiples aristas de la experiencia universitaria que se desarrolló al calor de las disputas nacionales y globales de mediados del siglo pasado. Si bien se propone desmontar el mito de la “edad dorada”, la mayoría de sus aportes se concentran en ese período. En ese y otros sentidos, esta compilación ofrece un fiel reflejo de la historiografía reciente, antes que una apuesta por renovarla. Y es que el principal logro de esta historia institucional consiste en haber armonizado un elenco heterogéneo de voces autorales en torno a una prosa amena y cargada de información, que atraerá no solo a los especialistas, sino principalmente al amplio público interesado en conocer el disputado pasado que torna inteligible el presente universitario.
Recepción: 05 Junio 2024
Aprobación: 03 Julio 2024
Publicación: 18 Julio 2024