TyC Trabajos y Comunicaciones, 2da. Época, Núm.60, e207, julio - diciembre 2024. ISSN 2346-8971
Universidad Nacional de La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Historia

Artículos

Problemáticas y estrategias de supervivencia de los clubes de fútbol infantil barrial de Bariloche en contexto de hegemonía neoliberal (1994-2001)

Luciano Arancibia Agüero

CONICET, Instituto Patagónico de Estudios Históricos y de Ciencias Sociales, Universidad Nacional del Comahue, Argentina
Cita sugerida: Arancibia Agüero, L. (2024). Problemáticas y estrategias de supervivencia de los clubes de fútbol infantil barrial de Bariloche en contexto de hegemonía neoliberal (1994-2001). Trabajos y Comunicaciones, 60, e207. https://doi.org/10.24215/23468971e207

Resumen: En este artículo reconstruimos las realidades de los clubes de fútbol infantil barrial en la ciudad de Bariloche en la segunda mitad de la década de 1990 y hasta la crisis del 2001. Desde un abordaje de la historia social, analizamos el devenir de dichas instituciones, considerando sus problemáticas y las estrategias de subsistencia de los sectores populares en los años de hegemonía neoliberal. Las asociaciones futbolísticas se vieron afectadas por las políticas económicas de esta etapa y por los procesos de desestructuración social. Ante esto, promovieron diversas acciones y la construcción de redes institucionales para poder sobrevivir. Los resultados de sus estrategias fueron diversos debido a la diferente fortaleza de cada entidad. Luego, la crisis del 2001 habilitó una revitalización de los clubes como espacios participativos que promovieron acciones solidarias. El periodo estudiado estuvo atravesado por una contradicción entre las fuerzas de desintegración social y la construcción de iniciativas colectivas.

Palabras clave: Clubes, Barrios, Sociabilidades, Neoliberalismo, Estrategias.

Problems and survival strategies of neighborhood children's football clubs of Bariloche in the context of neoliberal hegemony (1994-2001)

Abstract: In this article we reconstruct the realities of neighborhood children's football clubs in the city of Bariloche in the second half of the 1990s and until the crisis of 2001. From an approach to social history, we analyze the trajectory of these institutions, considering their problems and the subsistence strategies of the popular sectors in the years of neoliberal hegemony. Football associations were affected by economic policies and processes of social destructuring. Given this, they promoted various actions and the construction of institutional networks in order to survive. The results of their strategies were diverse due to the different strength of each entity. Then, the 2001 crisis enabled a revitalization of the clubs as participatory spaces that promoted solidarity actions. We consider that the period studied was crossed by a contradiction between the forces of social disintegration and the construction of collective initiatives.

Keywords: Clubs, Neighborhoods, Sociability, Neoliberalism, Strategies.

I. Introducción

En Argentina, son escasos los estudios que analizan en la historia reciente la construcción de espacios de sociabilidad y vínculos sociales en torno a las prácticas deportivas en las instituciones barriales. Esta escasez de bibliografía se acentúa cuando se trata de las regiones del interior del país. En este artículo,1 reconstruimos las realidades de los clubes de fútbol infantil vecinal en la ciudad de Bariloche2 en los últimos años del siglo XX, haciendo foco en la segunda mitad de la década de 1990. El estudio de una localidad patagónica puede contribuir a complejizar la comprensión de la realidad social nacional y aportar a un área de relativa vacancia, ya que la mayor parte de las producciones históricas sobre este tipo de temática se han enfocado en la primera mitad de dicha centuria. Desde la historia social, analizamos el devenir de los clubes, teniendo en cuenta sus problemáticas y las estrategias de subsistencia desarrolladas por los sectores populares en tiempos de hegemonía neoliberal. Por eso, empleamos una perspectiva que vincula las sociabilidades deportivas, populares y barriales con las dinámicas sociales e institucionales de la ciudad.

Para llevar adelante este abordaje, tomamos los aportes de estudios urbanos que exploran los efectos de las políticas neoliberales y las respuestas vecinales en otras partes del país. Si bien estas investigaciones se centran en las grandes ciudades -especialmente, el conurbano bonaerense-, consideramos que algunos de los procesos que describen tienen puntos en común con las características que se presentan en Bariloche, aunque, por supuesto, pensamos las particularidades de esta localidad. Vale aclarar que intentamos alejarnos de aquellas concepciones que romantizan a los clubes, es decir, que los conciben únicamente como espacios fértiles para la construcción de redes de solidaridad y de cooperación comunitarias. Para complejizar esta mirada, consideramos que estas instituciones también son ámbitos atravesados por disputas e intereses individuales.

En cuanto a las fuentes, debemos decir que la mayoría de los clubes barilochenses carece de una sede a la que se pueda recurrir para consultar documentos históricos, mientras que otra parte de las entidades deportivas vigentes en los años noventa ya no existe. Por eso, en esta reconstrucción recurrimos a materiales de las instituciones que forman parte de las colecciones personales de ex dirigentes del fútbol infantil. Esto incluye actas, notas, correspondencias, estatutos y artículos de prensa. Por otra parte, los testimonios de dichos actores nos permitieron indagar desde sus recuerdos en las problemáticas institucionales y el desarrollo de las instancias de sociabilidad. Empleamos fuentes orales y escritas de manera complementaria y con una lectura crítica, lo que nos permitió complejizar y verificar los datos de la investigación.

Para iniciar el recorrido, exploramos los impactos del neoliberalismo sobre los sectores populares en Bariloche, en términos económicos, sociales y espaciales. Como parte de ello, repasamos los efectos que tuvo la configuración de una ciudad en la que se priorizó los intereses del sector inmobiliario por sobre las necesidades de las clases trabajadoras. Aquí se destaca la profundización de las desigualdades y los procesos de segregación socioespacial que generaron la desestructuración de redes vecinales y el aislamiento de los más pobres. A su vez, el discurso individualista del neoliberalismo desestimuló la cohesión social y las acciones colectivas. Luego, presentamos algunas respuestas de los sectores populares para hacer frente al deterioro económico y la desintegración social en el último cuarto del siglo XX. Las poblaciones barriales desarrollaron estrategias adaptativas y sistemas de subsistencia con el propósito de superar las adversidades del entorno y acceder a nuevas oportunidades para mejorar su calidad de vida.

Antes de adentrarnos en la situación particular de los clubes durante el período seleccionado, primero vamos a remitirnos a la etapa de institucionalización del fútbol infantil local, luego del retorno de la democracia en Argentina en 1983, como parte de un proceso de organización comunitaria en los barrios de Bariloche. En ese contexto, y ante la poca presencia del Estado en las zonas periféricas de la ciudad, emergieron diferentes experiencias asociativas que buscaron alcanzar mejoras sociourbanas y promovieron la participación ciudadana en el espacio público. Los clubes se erigieron como ámbitos de sociabilidad, integración social y construcción identitaria. A lo largo del escrito vamos a identificar cambios y continuidades entre estas realidades y las que se presentaron en los años siguientes.

En la década de 1990 siguieron emergiendo este tipo de iniciativas organizativas. Sin embargo, los efectos de las políticas neoliberales generaron la desarticulación de las redes comunitarias de apoyo social y debilitaron las acciones colectivas de los sectores populares. Concretamente, exploramos el impacto que estas transformaciones tuvieron sobre los clubes barriales. En esta década, el deporte social fue dejado de lado de la inversión pública y las instituciones involucradas perdieron parte de su convocatoria vecinal. Como resultado, se profundizaron sus problemáticas materiales y organizativas. En Bariloche, estas dificultades se vieron agravadas por los procesos de segregación socioespacial, que originaron situaciones de marginalidad y redujeron las instancias de sociabilidad entre diferentes grupos. En este contexto se produjo la desaparición de algunos clubes, mientras que otros desarrollaron estrategias adaptativas para continuar con sus actividades. Al mismo tiempo, se crearon nuevas entidades deportivas en las barriadas populares. Planteamos que la proliferación de clubes respondió a los procesos de atomización social que caracterizaron esta etapa. Las asociaciones se enfrentaron con la permanente inestabilidad y precariedad institucional.

Por otra parte, abordamos las estrategias concretas de los clubes de fútbol infantil para subsistir y desarrollarse. Entre ellas, se destaca la creación de redes con otras entidades deportivas y/o con organizaciones barriales de distinto tipo, para fortalecerse y llevar adelante acciones en conjunto. A esto hay que añadir la solicitud de subsidios del Estado y la búsqueda de apoyos de instituciones públicas y privadas. Consideramos que las estrategias más exitosas se concretaron en aquellos casos en los cuales los clubes y los barrios pudieron sostenerse como espacios de organización comunitaria y de construcción de lazos sociales. Aun así, los intereses por el desarrollo institucional confrontaron constantemente con los procesos que limitaban su consolidación.

Posteriormente, identificamos el contexto de la crisis del 2001 como un momento que incentivó una participación popular sustentada en redes sociales más sólidas. Esto dio impulso a protestas por el aumento estrepitoso de la pobreza y el desempleo. En este marco se dio un resurgimiento de los clubes barriales de Bariloche a través de las acciones de solidaridad colectiva. Por entonces, se intensificó el trabajo de las organizaciones vecinales con los objetivos de dar solución a los problemas comunitarios, fomentar la integración sociourbana y mejorar la calidad de vida de la población. Asimismo, se revalorizaron los barrios populares como territorios de pertenencia y de identificación colectiva. Esto incluyó el fortalecimiento de experiencias asociativas con anclaje territorial. Si bien continuaron siendo acuciantes las precariedades institucionales y los procesos de segregación socioespacial, emergieron clubes que evidenciaron realidades tendientes a contrarrestar la desarticulación social que caracterizó a la década de los noventa.

II. Neoliberalismo en Argentina y en la ciudad de Bariloche

Durante la década de 1990 se profundizó en la Argentina un modelo económico neoliberal, cuyas bases ya habían sido sentadas durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983). A través de las políticas impulsadas en estos años se produjo el desmantelamiento del modelo de producción y distribución de la riqueza que se había establecido en el país a mediados del siglo XX con el proceso industrialización por sustitución de importaciones. Los gobiernos de Carlos S. Menem (1989-1999) favorecieron la desregulación económica y el control monetario para detener la inflación. La privatización de empresas públicas, los despidos en el sector estatal y la flexibilización laboral generaron un aumento notable de la desocupación y la subocupación. Estas reformas se enfrentaron a la resistencia de una gran parte de la población argentina agrupada en diferentes organizaciones sociales y sindicales.

La situación económica desfavorable para los sectores populares se vio agudizada en la segunda mitad de la década, debido a la incidencia de una serie de crisis internacionales que impactaron en el régimen de acumulación neoliberal, el cual entró en una fase de recesión en los últimos años del siglo XX. Desde 1999 y hasta el estallido de la crisis del 2001, el gobierno de la coalición conocida como la Alianza continuó con las políticas de ajuste fiscal y desregulación del mercado de trabajo. Este proceso económico trajo consigo un crecimiento considerable de la pobreza y de la polarización social. A su vez, el gobierno motivó una reducción de las inversiones del Estado en materia de asistencia social, salud y educación, agravando la situación de los desocupados y generando un recrudecimiento de la conflictividad social.

El impacto de algunas de las políticas económicas neoliberales se vio relativamente amortiguado en la provincia de Río Negro durante la primera mitad de la década del noventa, debido al mantenimiento de un Estado providencialista por parte de los sucesivos gobiernos radicales electos desde el retorno de la democracia. Sin embargo, este período estuvo marcado por las crisis fiscales en la provincia (Camino Vela, 2015). Luego, desde 1995, se adoptó en Río Negro un modelo neoliberal acorde a lo reivindicado a nivel nacional. Como resultado del achicamiento del Estado provincial, se produjo un deterioro en los sectores públicos de educación, salud y justicia, cuyos empleados sostuvieron numerosas protestas en contra de los despidos y para demandar por mejores salarios. La ciudad de Bariloche no fue ajena a los efectos de estas políticas en los años finiseculares. Así lo demuestra el crecimiento de la flexibilización laboral en el sector de los servicios turísticos. Las transformaciones en el mundo del trabajo ya se venían desarrollando en la esfera local incluso antes de ser asumidas como una política de Estado (Nataine, 2008). También fueron recurrentes los reclamos de los empleados municipales por las malas condiciones laborales y los retrasos en el pago de los haberes. Las autoridades comunales intentaron paliar el alto nivel de desocupación con la puesta en marcha de programas asistenciales de empleo.

Por otra parte, las políticas neoliberales también tuvieron efectos que se manifestaron en el espacio urbano, ya que posicionaron a las ciudades grandes e intermedias de nuestro país como ámbitos de valorización del capital (Brites, 2017). En la década que nos convoca, Bariloche se consolidó como una ciudad rediseñada por y para el mercado, lo cual fue habilitado a través de la desregulación del uso del suelo urbano.3 Se instaló entonces un modelo de ciudad excluyente que favoreció la producción de materialidades más orientadas a generar competitividad turística que a satisfacer las necesidades de la población. Por su parte, el Estado redujo su rol como proveedor de bienes y servicios urbanos. Las inversiones y las obras públicas revalorizaron la cara paisajística de la ciudad por encima de otras áreas que quedaron relegadas. Esto dio lugar a una configuración urbana con marcadas desigualdades en la calidad de acceso a los espacios residenciales.

En concordancia con lo ocurrido en muchas urbes latinoamericanas, la construcción de Bariloche como una ciudad neoliberal priorizó los intereses del mercado inmobiliario -con aval del Estado- por sobre las demandas habitaciones de los sectores populares. Estos últimos fueron excluidos de ejercer el derecho a la ciudad y quedaron por fuera de la participación en las decisiones políticas.4 De hecho, en el último cuarto del siglo XX, el desplazamiento de poblaciones pobres hacia las periferias urbanas se ejecutó a través de expulsiones forzosas, relocalizaciones y presión inmobiliaria. A este proceso segregador tributaron el emplazamiento de conjuntos habitacionales creados a través de planes de viviendas, los loteos clandestinos y la instalación de asentamientos informales como alternativa frente al aumento del valor del suelo en el mercado formal. En efecto, el acceso diferenciado al espacio de la ciudad incidió en la reproducción de las desigualdades sociales, profundizadas por el aumento del desempleo y la pobreza.

Los barrios creados al calor de estos procesos de segregación socioespacial5 se caracterizaron por tener condiciones de hábitat precarias. El poblamiento de las periferias urbanas en ocasiones se dio sobre tierras inundables, de topografía irregular o cercanas a basurales. Dicha precariedad se vio acentuada por las dificultades del Estado para llevar infraestructuras y servicios públicos a toda la ciudad. Además, las poblaciones de los nuevos barrios entablaron escasas vinculaciones con la zona céntrica y las áreas revalorizadas de la ciudad, exceptuando la importancia de la mano de obra barata para los emprendimientos turísticos. En el mismo sentido, la pobreza y la segregación generaron dificultades para acceder a la vivienda, el transporte e incluso la recreación, entre otras falencias que afectaron la calidad de vida y la cotidianeidad de las clases populares.

Asimismo, el crecimiento acelerado de la ciudad de Bariloche y la localización periférica de algunos barrios redujeron las instancias de contacto entre diferentes grupos sociales. Al respecto, hay estudios urbanos que aseveran que la segregación remarca las divisiones socioeconómicas, profundiza las diferencias con otros sectores de la población y repercute en la desestructuración de redes sociales (Segura, 2014). Además, en las periferias son menores las posibilidades de acceso a la salud, la educación y el mercado de trabajo (Brites, 2022). Es decir, el espacio urbano se expresa en las desigualdades sociales e incide sobre ellas, ya que condiciona el acceso a recursos y oportunidades. Entonces, esta desigualdad socioespacial remite a la distribución inequitativa de los bienes y servicios en distintas áreas de la ciudad (Ziccardi, 2019). Incluye aspectos residenciales, económicos, culturales, educativos y recreativos. También abarca la creación de límites simbólicos entre la población (Migueltorena, 2020). Ejemplo de ello es la división construida entre el centro turístico de Bariloche y la zona del alto de la ciudad, asociada a peores condiciones económicas y de habitabilidad. Este imaginario instalado en la sociedad local desde los años ochenta derivó en el ejercicio de prácticas discriminatorias que incidieron en la exclusión de los más pobres, señalados como responsables del crimen y la violencia.

Como resultado de estas características objetivas y subjetivas, la configuración urbana neoliberal desestimuló la convivencia ciudadana y la cohesión social. La desigualdad se manifestó en la vida cotidiana en los espacios de interacción. Así, el aislamiento de los sectores populares redujo los ámbitos de sociabilidad y debilitó la búsqueda de soluciones a los problemas comunes. Esto se debe a que la segregación urbana restringe las redes de los pobres a otras personas de igual condición, debilitando los vínculos con otros sectores sociales (Segura, 2014). No menos importante es la centralidad que el régimen neoliberal le otorgó al individualismo, el cual socavó las bases de algunos lazos barriales y populares.

III. Estrategias y acciones de los sectores populares frente a la desarticulación social

En el último cuarto del siglo XX, en diferentes ciudades del país, los sectores populares desarrollaron distintas acciones colectivas para hacer frente a la desintegración social y las desigualdades aparejadas por el neoliberalismo (Brites, 2017). Una respuesta adaptativa para superar las pocas oportunidades de acceso a las tierras y viviendas en el mercado formal fue el desarrollo de la producción social del hábitat, que adquirió diversas modalidades orientadas a la apropiación y resignificación del espacio urbano. Dicha producción abarcó la resolución del problema habitacional por la vía de la informalidad y la autogestión colectiva de equipamientos y servicios.6 También incluyó las ocupaciones de terrenos baldíos para la construcción de instituciones educativas y espacios comunitarios destinados a actividades culturales y deportivas.

Según Migueltorena (2020), la producción social del hábitat promueve diversas experiencias de participación y organización que contribuyen a mejorar las condiciones de habitabilidad, fortalecer las prácticas comunitarias y el ejercicio del derecho a la ciudad. Como parte de ello, los sectores populares desarrollaron múltiples estrategias y sistemas de subsistencia para adaptarse a las adversidades del entorno urbano y acceder a sus oportunidades. Para Di Virgilio (2015), las estrategias de estos pobladores dependen de su capacidad para movilizar los recursos de los cuales disponen (nivel educativo, trabajo e ingresos) y las redes sociales de las que forman parte. Estas últimas están basadas en las relaciones que se establecen entre vecinos, amigos y familiares, con el objetivo de intercambiar bienes y servicios. Sobre la construcción de estos vínculos se asienta la conformación de organizaciones barriales, las cuales constituyen una herramienta importante para solucionar los problemas de la vida cotidiana.

Desde el retorno de la democracia en 1983, las estrategias vecinales permitieron gestionar -con mejor o peor suerte- la producción del hábitat popular y el mejoramiento de los espacios barriales (Migueltorena, 2020). En Bariloche, las entidades territoriales impulsaron acciones colectivas para contar con equipamientos y servicios públicos cuando los organismos oficiales no podían asegurar su provisión. A su vez, las organizaciones buscaron entablar diálogos con actores estatales como parte de su interés por alcanzar mejoras sociourbanas y legitimar la autogestión del hábitat. De igual modo, fomentaron emprendimientos productivos, culturales y deportivos. En la construcción activa de los espacios públicos se manifestaron los procesos de participación ciudadana. Distintas instituciones (juntas vecinales, iglesias, cooperativas) emergieron y motorizaron la configuración de los nuevos barrios, incluyendo la creación de espacios de uso común. Así, las parroquias, los centros comunitarios y las canchas de fútbol se constituyeron como ámbitos de sociabilidad y de integración vecinal. Estos espacios contribuyeron a reforzar las identidades colectivas y la construcción de vínculos de solidaridad. Asimismo, las entidades barriales promovieron la participación igualitaria, las relaciones horizontales y la defensa de la democracia.

Durante los años noventa continuaron emergiendo diversas experiencias de organización barrial con estas características. Pero, simultáneamente, los efectos de las políticas neoliberales (desempleo, pobreza, segregación espacial) generaron la desarticulación de las redes comunitarias de apoyo social. En este contexto, si bien tuvieron lugar numerosas acciones de resistencia en los barrios populares, en otras ocasiones, los desplazamientos de población y el individualismo debilitaron las iniciativas colectivas y el anclaje territorial de algunas identidades grupales. Esto fue de la mano con la mayor fragilidad de los sistemas de subsistencia y las estrategias adaptativas.

Ciertamente, no todas las comunidades contaron con los mismos recursos para poder reorganizarse y reconstruir sus redes sociales con el objetivo de reducir la inestabilidad y la vulnerabilidad (Bartolomé, 2006). Al respecto, como plantea Migueltorena (2020), la composición heterogénea de ciertos barrios suele dificultar la definición de objetivos comunes y el desarrollo de acciones colectivas. Además, las estrategias adaptativas pueden generar situaciones de competencia entre los vecinos por el acceso a los escasos recursos materiales. Sumado a esto, el entorno urbano es importante en cuanto a las oportunidades y limitaciones que tienen las poblaciones barriales (Brites, 2022). Por eso, las experiencias asociativas que pudieron sobrevivir y aportar a la producción social del hábitat durante estos años generalmente fueron aquellas que lograron acceder a los bienes y servicios del espacio urbanos. Asimismo, tuvieron mayor continuidad las organizaciones que sostuvieron la participación popular en la vida cotidiana.

Aunque a simple vista parece paradójico, los momentos de crisis -como el estallido social del 2001- abren paso a una mayor participación ciudadana y al surgimiento de actos de solidaridad. Como plantea Bartolomé, “sólo aquellas situaciones percibidas como amenazadoras para el total de la estructura de supervivencia tienen el potencial para definir objetivos comunes y de inducir la acción cooperativa” (2006, p. 10). En estos contextos se intensificó el trabajo territorial para dar solución a los problemas de las comunidades y mejorar la calidad de vida de su población. En este sentido, Cravino y Vommaro (2018) plantean que las acciones dirigidas a superar las crisis contribuyen a reforzar la organización vecinal, la reconstrucción de las redes sociales y los repertorios de acción colectiva. Aquí debemos destacar la promoción de iniciativas autogestivas en materia de educación, salud y deportes durante la crisis del 2001. Por entonces, la participación en estas organizaciones fomentó la integración social y espacial y las mayores posibilidades de acceso al derecho a la ciudad.

IV. Contexto previo: la institucionalización del fútbol infantil en Bariloche

El fútbol infantil en la ciudad de Bariloche fue institucionalizado en 1987 con la creación de la Asociación de Fútbol Infantil Bariloche (AFIB), cuya fundación se dio en el marco de la emergencia de diversas experiencias asociativas impulsadas por la población local luego del retorno de la democracia. Dicha organización se asentó sobre las prácticas futbolísticas amateur que ya estaban instaladas desde hace décadas en los barrios de la localidad, nucleando a diferentes clubes vecinales. La propuesta de la AFIB vislumbraba un discurso participativo orientado a generar espacios de formación y contención social para los niños varones de la ciudad alrededor del deporte.

La emergencia de numerosos clubes se concretó en el marco de un proceso de organización comunitaria en los barrios de la localidad, favorecido por el clima generado por la restauración democrática. Asimismo, esto tuvo lugar en el contexto de un acelerado proceso de crecimiento urbano, a la vez que se daba un aumento considerable de la marginación de amplios sectores de la población. Sumado ese crecimiento, la crisis económica que atravesaba el país y la dependencia exclusiva de Bariloche con respecto al turismo contribuyeron a configurar una ciudad con grandes desigualdades socioespaciales. Por entonces, el desarrollo de los nuevos barrios y la construcción de las identidades en torno a los clubes fueron procesos con una influencia recíproca. Alrededor de estas instituciones se crearon redes de identificación e interacción en las barriadas populares.

Los campeonatos impulsados por la AFIB tenían lugar en distintas canchas de la ciudad, algunas pertenecientes a los clubes y otras constituidas como terrenos baldíos de uso comunitario, apropiadas como parte de los procesos de producción social del hábitat. Estos torneos, cuya organización se concretaba de manera colaborativa entre los integrantes de la asociación, contaban con la participación de equipos representativos de distintos puntos de la ciudad e incluso de los poblados cercanos a Bariloche. De esta manera, el fútbol infantil se erigió como un ámbito de integración de vecinos de barrios alejados entre sí. Sumado a esto, la actividad suscitaba otro tipo de interacciones que trascendían los encuentros deportivos, por ejemplo, la realización de eventos para recaudar fondos, las reuniones de delegados de la AFIB y los encuentros entre los socios.

Las redes de cooperación ayudaron a los miembros de los clubes a sobrellevar parcialmente las falencias organizativas y materiales que dificultaban la consolidación institucional de la AFIB. Entre las problemáticas que afectaban a las actividades de la asociación se encuentran las deudas de los clubes en el pago de las cuotas mensuales de afiliación, el mal estado de los campos de juego y la escasez de infraestructuras deportivas. Dichas carencias obstaculizaron el crecimiento estructural de las instituciones dedicadas al fútbol infantil. Frente a esto, los dirigentes impulsaron distintas actividades en conjunto para recaudar fondos, las cuales dinamizaron las redes de sociabilidad popular construidas en torno al deporte. Mismo efecto tuvieron otro tipo de reuniones generadas en la vida cotidiana de los clubes (cenas, campamentos, entre otras), las cuales propiciaban la integración entre vecinos de diferentes barrios e instituciones. A veces, los encuentros trascendían el plano asociativo, reforzando los vínculos vecinales en otras instancias de interacción informal.

Entonces, el deporte en cuestión se constituyó como un ámbito de sociabilidad que dio lugar a un conjunto de relaciones relativamente horizontales entre sus miembros, de la mano con la difusión de valores democráticos. Con esta dinámica asociativa, y a pesar de las carencias materiales, la AFIB pudo concretar la realización de campeonatos internacionales (los torneos Confraternidad) en el contexto de la crisis hiperinflacionaria de 1989. La organización de estas competiciones se basaba en el voluntarismo y contaba con apoyos económicos de comercios locales.

Durante los años de vigencia de la AFIB -entre 1987 y 1994-, los aportes del gobierno municipal a la actividad del fútbol infantil se caracterizaron por ser aislados y poco sistemáticos. Por ejemplo, la donación de recursos para sustentar los viajes de algunos equipos fuera de la ciudad, la entrega de subsidios para el desarrollo de torneos, y el préstamo de horas de uso del estadio o los gimnasios municipales. Sin aportes significativos, la actividad se sostenía con las cuotas mensuales que los clubes pagaban a la AFIB -muchas veces adeudadas- y por el voluntarismo de los socios y las dirigencias, que eran amateur en términos de gestión institucional. En el mismo sentido, algunos clubes entablaron relaciones con otras instituciones de su entorno espacial -escuelas, parroquias, juntas vecinales-, con las cuales impulsaron actividades para recaudar recursos económicos.

V. Cambios y continuidades en la segunda mitad de la década de 1990

Durante la década de 1990 aumentó la cantidad de clubes de fútbol infantil inscriptos en las competiciones oficiales de la localidad. Este crecimiento cuantitativo estuvo acompañado por una diversificación de los orígenes y la composición socioeconómica de los equipos participantes. Eso incluyó la incorporación de clubes representativos de distintos puntos de la ciudad (en su mayoría barrios populares), así como la presencia de combinados provenientes de El Bolsón, Villa La Angostura y poblados de la zona sur rionegrina, entre ellos, Atlético Comallo7 (de la localidad homónima) y Cruz del Sur (de Ingeniero Jacobacci).8 De la mano con esta diversificación de la procedencia de los clubes también se dio una continuación del interés de las dirigencias y los socios por generar espacios de integración y contención social frente a las problemáticas que afectaban a los niños, agudizadas por la situación económica de la Argentina, especialmente en la segunda mitad de la década.

La proliferación de nuevos clubes tuvo como contracara la permanente inestabilidad de estas entidades, principalmente por la fragilidad económica y organizativa que limitaba su consolidación institucional. De esta manera, a la vez que se sumaban nuevos equipos, también desaparecían otros, entre ellos, algunos clubes fundadores de la AFIB. Muchas de las asociaciones que formaban parte de la actividad sólo contaban con unas pocas categorías deportivas. Para poder participar, una estrategia común desplegada por los clubes en estos años fue el establecimiento de alianzas con las juntas vecinales de sus respectivos barrios y la construcción de redes con otras organizaciones. Estas relaciones se basaban en la planificación de actividades en conjunto para recaudar fondos. En ocasiones, las juntas vecinales cedían su personería jurídica a los clubes para que estos pudieran participar en los torneos oficiales y solicitar subsidios. Además, algunas entidades barriales solían prestar sus sedes para las reuniones de las instituciones deportivas e intervenían en las gestiones ante el gobierno local para demandar por recursos y espacios deportivos.

Por otra parte, la falta de formación dirigencial y la dependencia casi exclusiva de las organizaciones con respecto al voluntarismo fueron factores que dificultaron el desarrollo de los clubes durante los años noventa. El incumplimiento de algunas obligaciones de las asociaciones (renovación de las autoridades, realización de asambleas, actualización de los balances económicos) dio origen a tensiones al interior de algunas entidades. En la primera mitad de la década, la propia AFIB no estuvo exenta del surgimiento de diferencias dirigenciales en su interior. Un ejemplo de esto se observa en los reclamos manifestados en la nota de un dirigente del club Virgen del Carmen:

Creo que la asociación como tal no existe, dos o tres personas no pueden manejar todo, se le debe dar más participación a los delegados. Nunca fue renovada la comisión directiva. (…) Los delegados jamás nos enteramos qué se hace con los fondos de la AFIB, pues tesorería nunca rinde cuentas a pesar de haberse solicitado esa información en varias oportunidades (…). Y lo que me parece una vergüenza es que se sigan realizando campeonatos pésimamente organizados (…). En definitiva, lo único que se han hecho son los tres torneos Confraternidad de cada vez peor nivel deportivo en especial para nosotros los de Bariloche.9

En medio de las recurrentes dificultades económicas y organizativas, la AFIB se fusionó el 10 de octubre de 1994 con la entidad encargada del fútbol federado en la ciudad: la Liga de Fútbol Bariloche (LIFUBA). Como resultado de esta unión, se creó el Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA. La fusión tenía el propósito de generar un fortalecimiento institucional y favorecer la actividad futbolística para los niños a través de una mayor articulación con las categorías mayores de cada club.10 Algunos testimonios de los dirigentes de la AFIB dan cuenta de las complicaciones que llevaron a tomar esta decisión:

Había problemas en el fútbol infantil: no había recaudación, no se podía entregar premios, se terminaban los torneos, no había contabilidad, no se gestionaba, no había rendiciones. Querías hacer algo para los chicos y no lo podías hacer nunca. No había números, se debían arbitrajes.11

Las dificultades señaladas radicaban en el bajo cobro de las cuotas de afiliación por parte de los clubes. Ante esto, la fusión de la AFIB con LIFUBA no sólo resultaba prometedora en términos económicos, sino que también generaba una mayor articulación deportiva al interior de los clubes y traía consigo la posibilidad de contar con un espacio físico para las reuniones dirigenciales:

Nos organizamos porque teníamos un lugar donde hacer las reuniones. Empezamos a tener nuestra oficina, nuestro lugarcito y ya ahí organizábamos los torneos de todas las categorías, de divisiones inferiores para abajo. Y empezó otra relación con los clubes, que también se empiezan a interesar. Porque antes era todo cortado: el fútbol infantil del club de Alas Argentinas, por ejemplo, no tenía nada que ver con la primera [categoría] y con la reserva del club. (…) Eso llevó a todo un proceso de cambio.12

Inicialmente, esta fusión permitió una reorganización de la contabilidad y dio mayor impulso a la realización de actividades en conjunto entre los clubes. Sin embargo, en los años posteriores identificamos claras continuidades en relación con las problemáticas que se habían presentado en los tiempos de vigencia de la AFIB. Esto incluyó las dificultades materiales de los clubes, muchos de los cuales -según se observa en los documentos de LIFUBA- tenían importantes atrasos en el pago de las cuotas mensuales de mantenimiento de su inscripción en la liga oficial.13 Como ya dijimos, esta situación redundó en la desaparición de algunos clubes o en las complicaciones de otros para sostener la actividad de todas sus categorías infantiles.14 Un informe elaborado por LIFUBA a finales de la década de 1990 expresa la continuidad del voluntarismo como principal sostén de la actividad futbolística, en medio de un contexto de crisis socioeconómica en Bariloche:

La mayoría de los clubes no poseen recursos y los chicos que componen sus divisiones son de condición social muy humilde. Los clubes subsisten mediante la colaboración de algunos padres, y con la realización de eventos especiales. Tanto este Departamento como los clubes adheridos al mismo no reciben ayuda oficial.15

En la segunda mitad de la década de 1990, los registros documentales de LIFUBA dan cuenta de la insistencia de las solicitudes de aportes al gobierno municipal para poder costear elementos deportivos, trofeos y viajes de los clubes para disputar competencias fuera de la ciudad (incluyendo traslados, estadías y gastos médicos). Un ejemplo de esto lo hallamos en una nota dirigida a Esther Acuña, por entonces presidenta del Concejo Deliberante de Bariloche, con un pedido para obtener subsidios y horas de uso de los gimnasios municipales en época invernal. En concreto, la dirigencia aduce en la nota la necesidad de contar con apoyos económicos “para poder continuar la actividad del fútbol infantil en nuestra ciudad y no tener que interrumpir la alegría de nuestros niños, ya que no todos pueden practicar algún deporte de salón o el tan famoso esquí en el Cerro Catedral”.16 Este documento señala la participación de unos 1500 niños en las actividades futbolísticas.

En concreto, en el último lustro del siglo XX, los apoyos por parte del gobierno municipal continuaron teniendo un carácter esporádico y poco sistemático, basado principalmente en el préstamo de algunos espacios para la práctica del deporte, la contribución económica para viajes puntuales y la realización de algunos certámenes. A esto se sumó el trabajo en conjunto entre la Dirección General de Deportes de la localidad y LIFUBA para la conformación de seleccionados representativos de Bariloche que disputarían certámenes fuera de la ciudad.17 En términos deportivos, otro vínculo discreto con el Estado tuvo que ver con la participación de los equipos locales en los Juegos Infantiles Evita.18

La fusión entre la AFIB y la Liga de Fútbol de Bariloche permitió gestionar pedidos de apoyos a diferentes empresas, comercios e instituciones públicas y privadas de la localidad para concretar viajes y la compra de materiales deportivos. LIFUBA también solicitó aportes a diversas entidades con el fin de continuar organizando campeonatos regionales, nacionales e internacionales en la ciudad. Sin embargo, en los documentos también se observa la preocupación de los dirigentes por no contar con un terreno de juego propio que permitiera albergar estos eventos de asistencia masiva. Como resultado de este tipo de carencias, los torneos de LIFUBA perdieron su afluencia de equipos foráneos y fueron dejados de lado de la cobertura mediática regional frente a la popularidad que ganaba el Mundialito de fútbol infantil organizado en la ciudad de General Roca.

Respecto a la necesidad de espacios, en este periodo fracasaron las gestiones realizadas ante el gobierno municipal para conseguir un campo de juego propio para el deporte infantil. Para empeorar el panorama, el fortalecimiento dado a los intereses del sector inmobiliario, la creación de planes de viviendas y el emplazamiento de asentamientos informales afectaron espacios públicos verdes y áreas recreativas que congregaban a la actividad. En concreto, durante la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI fueron ocupados numerosos terrenos que eran empleados como canchas en toda la ciudad.19

Ahora bien, para explicar el conjunto de las problemáticas de los clubes barriales, debemos decir que el neoliberalismo tuvo implicancias que repercutieron en el desarrollo de estas instituciones. Siguiendo la tendencia del último cuarto del siglo XX, la década del noventa es considerada como una etapa de deterioro o decadencia del club social, ya que se hizo evidente el debilitamiento de su estructura organizacional (Cáneva y Mendoza Jaufret, 2007; Zambaglione, Fitipaldi, Levoratti, Maiori y Cañueto, 2013). Durante los años de menemismo, el llamado deporte social se vio afectado por la reducción de la inversión pública, a la vez que las políticas de Estado le dieron mayor prioridad al deporte de alto rendimiento (Levoratti, 2016). En el mismo sentido, los clubes vecinales fueron concebidos por el discurso gubernamental como instituciones obsoletas y como un gasto ineficiente, ya que sus actividades se regían por fuera de la lógica del mercado (Vidal, 2022). Especialmente en otras ciudades del país, las grandes instituciones empezaron a ser pensadas bajo el modelo administrativo de las empresas, donde el acceso al deporte quedaba restringido a los clientes que podían pagarlo.

En otro orden, como parte del discurso neoliberal, en estos años se consolidó una concepción de los clubes como ámbitos despolitizados, lo que erosionó su lugar como espacios de debate y de articulación de los intereses barriales. Según Botasso, “al cambiar la matriz económica mutaron los contratos sociales preestablecidos entre las entidades deportivas y culturales y sus asociados” (2012, p. 67). En efecto, “los clubes comenzaron a vaciarse desde el punto de vista de la convocatoria social y de sentido cultural. Bajó la masa societaria y creció el desinterés por las actividades colectivas desarrolladas en el espacio público” (Idem). En definitiva, la implementación de las políticas neoliberales en la década de 1990 no sólo tuvo impactos en la economía, sino que también se manifestó a través de la desarticulación de los lazos sociales que sostenían a estas entidades. De hecho, los clubes barriales en Argentina -al igual que otras asociaciones- experimentaron un proceso de desertificación organizativa (Forni, Castronuovo y Nardone, 2010). En gran medida, esto se debe a la exacerbación del individualismo y la competitividad por sobre las acciones colectivas.

La desarticulación social condicionó el desarrollo de las experiencias organizativas de carácter autogestivo. Este proceso generó una reducción de la participación en juntas vecinales, bibliotecas populares y otras entidades intermedias de raíz popular. Esto fue evidente en el ámbito del fútbol infantil en Bariloche, donde los efectos de las políticas neoliberales profundizaron las problemáticas preexistentes y afectaron el funcionamiento de las entidades deportivas. De acuerdo con los testimonios de algunos ex dirigentes, uno de los principales problemas de esta época fue el alejamiento y la falta de involucramiento de algunos vecinos a la hora de colaborar con las actividades de los clubes. Ciertamente, el compromiso con las instituciones perdió lugar frente a la búsqueda de empleos y recursos por parte de las familias en su cotidianeidad. El empobrecimiento de los socios se tradujo en la reducción de los ingresos de las asociaciones. A su vez, esto repercutió en un aumento de la precariedad edilicia y trajo limitaciones para ampliar su oferta de actividades deportivas y sociales. Como resultado, los integrantes de las comisiones directivas muchas veces se vieron obligados a sostener el desarrollo institucional con recursos propios. Cabe destacar que esas dificultades debilitaron aún más la construcción de los lazos comunitarios.

A esto se sumaron ciertas prácticas dirigenciales de algunos clubes que desmotivaron la participación de los socios en la toma de decisiones y que dieron poco lugar al ejercicio democrático de la autoridad, con comisiones directivas que se perpetuaban en el tiempo. Esta particularidad nos lleva a pensar que, si bien muchos clubes se erigieron como espacios de encuentro y de participación colectiva, también es posible que la creación de otros haya respondido más bien a intereses de poder individuales. A esto añadimos que las dirigencias no contaban con formación específica para administrar a las organizaciones.

Este conjunto de características que venimos desarrollando explica la desaparición de numerosas instituciones deportivas, mientras que muchas otras tuvieron que desarrollar estrategias de supervivencia para hacer frente a las dificultades presentadas por el contexto. En este sentido, una práctica muy común entre los clubes barilochenses para superar sus dificultades materiales y organizativas fue la fusión con otras asociaciones similares. Durante la segunda mitad de la década, el propio Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA fomentaba “la política de fusión en aquellas entidades que por su deficitaria situación (económica, dirigencial y conformación de planteles) así lo requieran y lo consideren necesario”.20 Ejemplo de ello fueron las alianzas entre los clubes Cruz del Sur y Boca Unidos, Las Mutisias y ADEFUL, Don Bosco y Llao Llao. Algunos de estos vínculos se construyeron gracias a las redes establecidas entre los clubes a través de sus dirigentes y socios, favorecidas por la cercanía geográfica de las instituciones y sus canchas. En estas alianzas estratégicas, las partes implicadas aunaban esfuerzos para hallar soluciones a problemas comunes y fortalecerse a la hora de impulsar gestiones ante el gobierno comunal.

De esta manera, las organizaciones que pudieron continuar funcionando fueron aquellas que lograron conservar o conformar redes de solidaridad local integradas por diversos actores, a contracorriente de la desarticulación general de los vínculos sociales. En estos casos, las acciones adaptativas, asentadas sobre un sistema de reciprocidades entre los vecinos, permitieron mejorar las posibilidades de subsistencia. A través de este tipo de estrategias, numerosas instituciones pudieron constituirse -aunque con dificultades- como espacios de inclusión social para la población más marginalizada (Chiban y Mazzola, 2022). Además, actuaron como centros de contención para una gran cantidad de niños de familias atravesadas por situaciones de pobreza y desocupación.

Una contradicción aparente en esta etapa histórica fue el surgimiento de nuevas entidades comunitarias que generalmente buscaron atender las necesidades básicas de la población y desarrollar la autogestión urbana. Esto se hizo más evidente en el caso de las zonas que carecían de servicios públicos y que contaban con poca presencia del Estado. En este punto, algunos autores consideran como una práctica de resistencia a las iniciativas asociativas desarrolladas por los sectores populares para reconstruir el tejido social (Del Río, González, Perdoni, Pintos, Plot y Relli Ugartamendía 2007). Aquí podemos mencionar la creación de comedores comunitarios, cooperativas y organizaciones de desocupados, entre otras entidades en torno a las cuales se generaron redes de solidaridad.

La emergencia de estas entidades se inserta dentro de un proceso de movilización de los sectores populares en la segunda mitad de la década, que intentó hacer frente a los efectos de las políticas neoliberales. Ese proceso dio origen a nuevas instancias de participación política y social. Ahora bien, el caso de los clubes barilochenses nos muestra que se trató de experiencias condicionadas por la desestructuración social. La voluntad de conformar nuevas asociaciones -que, como ya dijimos, a veces pudo haber respondido a los intereses de unos pocos- no significó necesariamente que estas se asentaran sobre bases sólidas (de recursos y redes sociales). También parece corresponderse con la atomización social y la fragmentación que caracterizaron el período.

Nos animamos a afirmar que las experiencias más exitosas fueron aquellas en las cuales los barrios y los clubes fueron sostenidos como espacios de organización comunitaria y de construcción de lazos sociales territoriales. A medida que el mercado de trabajo dejó de ser el ámbito predilecto para la articulación de solidaridades, algunos barrios ganaron importancia como ámbitos de inscripción de redes de sociabilidad colectiva (Cravino y Vommaro, 2018). Sin embargo, no debemos dejar de decir que estas instituciones se vieron sometidas a diversas situaciones de vulnerabilidad e inestabilidad en Bariloche. Aquí, las limitaciones estuvieron agravadas por la segregación socioespacial que marginó a los sectores de bajos recursos, dando lugar a grandes contrastes dentro de la ciudad. Entonces, el ejercicio de la solidaridad confrontó constantemente con los procesos de fragmentación social y territorial, los cuales no sólo contribuyeron al debilitamiento de las acciones colectivas, sino que además dieron lugar a la discriminación y estigmatización de ciertas zonas de la ciudad.

VI. Resurgimiento de los clubes barriales durante el estallido social de 2001

En los últimos años del siglo XX identificamos el surgimiento de experiencias asociativas de clubes de fútbol barrial que continuaron articulándose entre sí y respondiendo a las necesidades barriales. Sin embargo, aquí planteamos que no fue hasta el momento de la crisis del 2001 que estas instituciones pudieron mostrar realidades tendientes a contrarrestar los efectos de la desarticulación social generada por el neoliberalismo. En este contexto, los reclamos generalizados de la población redinamizaron la participación en organizaciones comunitarias que cuestionaron la política tradicional y reforzaron las redes vecinales. Entonces, el estallido social favoreció el surgimiento de mayor cantidad de experiencias asociativas con base territorial y nuevos repertorios de acción colectiva (Binotti, 2015). Entre ellas, se destacan las instituciones educativas de gestión social, los clubes de trueque, las cooperativas de trabajadores, los comedores y las asambleas barriales.

El deterioro de las condiciones económicas motivó una diversificación de las estrategias de supervivencia de los sectores populares, basadas en nuevas formas de organización y la dinamización de redes sociales. Ubicamos el resurgimiento de los clubes barriales dentro de un movimiento solidario que impulsó iniciativas colectivas de resistencia frente al crecimiento de la pobreza, el desempleo, la segregación territorial y los demás efectos de las políticas neoliberales. Las acciones y transformaciones traídas por el ciclo de protestas sociales generaron un movimiento opuesto a la desertificación organizativa que caracterizó la década de 1990. En este sentido, se dio una renovación de diversas manifestaciones culturales -por ejemplo, el arte callejero y los medios de comunicación alternativos- y de los proyectos de autogestión deportiva. Se trató de experiencias que fomentaron la producción y apropiación del espacio público por parte de los sectores populares, muchas veces con la presencia de los jóvenes como principales protagonistas (Schwartz, 2017). En el caso de los clubes se hizo evidente la participación de grupos heterogéneos en los encuentros deportivos. Es decir, estos integraron a la diversidad presente en el entorno urbano.

Un par de casos significativos en Bariloche son los de los clubes Puerto Moreno y Arco Iris, ubicados en la zona oeste de la ciudad, en los barrios Pájaro Azul y Virgen Misionera, respectivamente. Ambas instituciones tuvieron una existencia precaria durante la década de 1990. En ese decenio, Puerto Moreno casi pierde el usufructo del predio que le había sido cedido a préstamo por la Comisión Nacional de Energía Atómica desde los años setenta para la instalación de su cancha, debido a su situación de cuasi abandono. En cuanto a Arco Iris, la institución mantuvo un largo pleito por la instalación de una vivienda en su cancha por parte de un poblador que se adjudicaba la propiedad de esas tierras.

En ambos casos, fueron los lazos de sociabilidad popular en torno al deporte los que permitieron la defensa de los predios y el resurgimiento de estas asociaciones en el contexto de la crisis del 2001. La amenaza de desaparición de los clubes motivó la movilización vecinal para sostener sus estructuras. Así, Puerto Moreno estableció una alianza con la junta vecinal de su barrio que le permitió regularizar su situación institucional, mientras que Arco Iris ya contaba con el respaldo de una organización colectiva que llevaba más de una década trabajando por obtener infraestructuras y servicios para esa zona. Al respecto, Virgen Misionera es uno de los barrios populares que más ha sido sometido a prejuicios estigmatizantes en la opinión pública. Si bien estos clubes no formaban parte del Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA, sí organizaron sus divisiones menores en los años inmediatamente posteriores al 2001. Desde entonces emergieron como dos de los clubes más populares de la ciudad, dando lugar a centenares de niños.

Vale aclarar que gran parte de estas acciones colectivas se asentaron sobre las experiencias organizativas previas, que durante toda la década ya venían trabajando en la conformación de espacios de sociabilidad -formal e informal- para mejorar las condiciones de vida de la población (Forni y Longo, 2004). Pero, desde la crisis del 2001, se abrió una etapa propicia para la intensificación de la participación comunitaria y la construcción de nuevas redes de solidaridad. El carácter autogestivo de las asociaciones vecinales, promotoras de la democracia directa y la horizontalidad de las relaciones sociales, se condice con el clima de descontento de gran parte de la población argentina con respecto al abandono del Estado de ciertos ámbitos que quedaron en manos de la sociedad civil (Binotti, 2015 y Schwartz, 2017). Como plantean Vázquez y Vommaro (2009), a partir de la apatía hacia la política partidaria, se hicieron visibles otras formas de militancia, con experiencias populares que priorizaron lo comunitario en las prácticas cotidianas.

En este contexto, la movilización social habilitó una revalorización de los barrios y los clubes como territorios de identificación colectiva, destacando aquí su carácter significante en términos simbólicos (Binotti, 2015 y Schwartz, 2017). Asimismo, se constituyeron como lugares de reafiliación social, donde se articuló la solidaridad con las luchas reivindicativas para denunciar las desigualdades (Del Río et al, 2007). Las experiencias de organización territorial potenciaron las redes sociales preexistentes, basadas en la vecindad, el parentesco y el origen. En este punto, recobraron visibilidad las aficiones futbolísticas con anclaje barrial. Los clubes -al igual que otras asociaciones- se reforzaron como espacios de intercambio social y de dinamización de las redes de sociabilidad.

Además, partiendo de sus propias necesidades materiales, estas instituciones impulsaron algunas acciones orientadas a solucionar las problemáticas de los barrios y contribuir con el bienestar comunitario. Para alcanzar esos objetivos, fomentaron la construcción de vínculos interpersonales y la creación de articulaciones con otras organizaciones similares o de diferente tipo para coordinar acciones en conjunto. Siguiendo a Forni y Longo, “la articulación en red de las organizaciones de los barrios pobres resulta beneficiosa frente a un Estado que no logra dar soluciones satisfactorias y un mercado que parece apartarlo de todo beneficio posible” (2004, p. 2). Desde estas instituciones de base territorial se dinamizó una sociabilidad solidaria en el ámbito barrial, promoviendo una activa participación de los vecinos para sostener las estructuras organizativas (Idem). Además, en el marco del estallido social, los clubes se reforzaron como espacios de contención, inclusión y participación, a contracorriente de la profundización de las desigualdades y los procesos de segregación socioespacial. Sumado a esto, buscaron garantizar el cumplimiento del derecho al deporte, la recreación y la educación para los niños de la ciudad, de modo que cubrieron espacios dejados por el Estado neoliberal en crisis.

VII. Reflexiones finales

En este artículo, exploramos las problemáticas y las estrategias de subsistencia desarrolladas en los clubes de fútbol infantil barrial de Bariloche durante los años de hegemonía neoliberal en la década de 1990. Profundizamos en el conocimiento de las dinámicas institucionales y analizamos el impacto de la crisis sobre los sectores populares. El neoliberalismo profundizó las desigualdades sociales a través del aumento de la pobreza y el desempleo. Por entonces, la localidad se constituyó como una ciudad turística excluyente que dejó de lado las necesidades de dichos sectores. Estos no sólo experimentaron situaciones de discriminación, sino que además se vieron limitados de su ejercicio del derecho a la ciudad. De la mano de ello, el crecimiento urbano acelerado conllevó la creación de nuevos barrios en las zonas periféricas, los cuales contaron con una escasa presencia del Estado en cuanto a la provisión de equipamientos y servicios. Asimismo, la configuración de la ciudad estuvo marcada por los procesos de segregación espacial que redujeron las instancias de encuentro y de integración social. Sumado a esto, el discurso del individualismo y los resultados de la desregulación económica y urbana incidieron en la decadencia de las instituciones vecinales, ya que propiciaron la desestructuración de las redes sociales en los barrios populares.

Por ende, estas transformaciones debilitaron las iniciativas de asociación colectiva, muchas de las cuales habían surgido luego del retorno de la democracia, como parte de los procesos de organización comunitaria y de producción social del hábitat. Como observamos, fue notorio el impacto del neoliberalismo sobre los clubes barriales, desde el punto de vista material y estructural. Por empezar, se desarticularon numerosas redes sociales que sostenían a las entidades deportivas. Éstas se vieron afectadas por el alejamiento de muchos vecinos y la reducción del compromiso social para participar en las acciones colectivas. Sumado a esto, las políticas neoliberales relegaron al deporte barrial de la inversión pública. El resultado de todo esto fue la profundización de las problemáticas de los clubes barilochenses, afectados por las deudas y la falta de infraestructuras básicas. No menos importante es el hecho de que el fútbol infantil local se vio perjudicado por la desaparición de espacios públicos empleados como campos de juego en toda la ciudad. Esto último fue resultado de las transformaciones aparejadas por la configuración urbana neoliberal.

En este punto, vale decir que las situaciones de los clubes fueron sumamente diversas, debido a que no todos contaban con los mismos recursos materiales y humanos para reorganizarse y reconstruir sus redes sociales. Algunos sucumbieron ante las falencias económicas y las problemáticas institucionales. Otros se vieron obligados a desarrollar estrategias de subsistencia para sostener sus actividades. También se crearon nuevas entidades deportivas, muchas de las cuales estuvieron motivadas por el interés de generar espacios de formación y contención social frente a las difíciles realidades socioeconómicas. Su emergencia puede pensarse a la par de otras iniciativas de movilización social en los barrios populares. Sin embargo, la fundación de nuevas entidades (en lugar del fortalecimiento de las ya existentes) también respondió a los procesos de atomización social y generalmente no se asentó sobre redes consolidadas. Incluso planteamos la probabilidad de que algunos clubes hayan surgido por los intereses de unos pocos individuos. El conjunto de las organizaciones estuvo expuesto a situaciones de inestabilidad y precariedad institucional. La mayoría dependía del voluntarismo y sus dirigencias carecían de formación específica en gestión.

En cuanto a las estrategias adaptativas instrumentadas por los clubes para subsistir y desarrollarse, se destaca la creación de redes institucionales. Específicamente, nos referimos a las alianzas con otras entidades deportivas y con organizaciones barriales de diferente tipo. Estas experiencias motivaron la implementación de acciones en conjunto para fortalecer las estructuras institucionales y adquirir mayor peso en las demandas ante el Estado. Otras estrategias muy comunes fueron las solicitudes de subsidios (limitadas por las irregularidades jurídicas de los clubes) y la búsqueda de apoyos materiales de otras instituciones públicas y privadas. Para ello, se apelaba a un discurso que revalorizaba las acciones de formación y contención social llevadas a cabo a través de la práctica futbolística. El resultado de estas estrategias también fue diverso, pero tuvo mayores posibilidades de éxito cuando las redes de solidaridad sostuvieron la organización popular en torno a los clubes. La continuidad de las instituciones dependió de la movilización de los vecinos, los recursos de cada entidad y las oportunidades sociourbanas.

Las experiencias que ya se venían gestando durante la década del noventa fueron potenciadas en los tiempos de la crisis del 2001. Identificamos este contexto como un momento que incentivó una participación popular sustentada en redes sociales más sólidas, afianzadas en un mayor compromiso de los vecinos por sostener las instituciones, así como una renovada construcción identitaria a su alrededor. Además, el estallido social favoreció el refuerzo de experiencias asociativas con base territorial. En este marco tuvo lugar un resurgimiento de los clubes de Bariloche, a través del impulso dado por las acciones de solidaridad colectiva. Así, tomó renovada visibilidad la militancia de las aficiones futbolísticas que se identificaban con sus territorios de pertenencia.

Por entonces, sin aportes significativos por parte del Estado, se revitalizó el trabajo autogestivo de las organizaciones con el objetivo de dar solución a los problemas de las comunidades y alcanzar mejoras en la calidad de vida de la población. En principio, los clubes se movilizaron en función de sus propias necesidades, pero luego se consolidaron como lugares de encuentro desde los cuales se articuló la búsqueda de soluciones a los problemas más generales de los barrios. Además, las asociaciones fomentaron la integración social y espacial en los encuentros deportivos e incluso dieron paso a otras instancias de sociabilidad que trascendían el plano institucional. A la vez, fomentaron la participación y la visibilización de las clases populares en el espacio público. Por lo tanto, si bien continuaron siendo acuciantes las precariedades y los procesos de segregación en la ciudad, emergieron clubes con realidades tendientes a contrarrestar la desarticulación social. En este sentido, promovieron la dinamización de redes sociales e institucionales que dieron lugar a una mayor inclusión de diferentes grupos de la población.

En definitiva, el período seleccionado estuvo atravesado por una constante contradicción entre las fuerzas de desintegración social traídas por el neoliberalismo y la construcción de iniciativas colectivas que surgieron en el marco del desarrollo de diferentes formas de resistencia social. Esta característica se manifestó en los clubes de fútbol infantil barilochenses, que presentaron una amplia variedad de realidades y diferentes matices en su estabilidad institucional. Ciertamente, se trata de entidades complejas y heterogéneas, permeadas por las tensiones y las solidaridades de los vínculos construidos. Por un lado, se constituyeron como espacios de encuentro y de organización colectiva, donde se pusieron en marcha relaciones de cooperación comunitaria. Sin embargo, tampoco estuvieron exentas de los conflictos y los intereses individuales en su interior. En algunas de estas instituciones se redujo la participación de los vecinos, sobre todo cuando las necesidades económicas los obligaron a brindarles menos tiempo de dedicación. En otros casos, se crearon nuevas entidades motorizadas por los intereses de generar espacios de inclusión y contención social para los niños (aunque las mujeres quedaban excluidas de las prácticas deportivas).

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Notas

1 Este artículo presenta algunos avances empíricos de una investigación realizada con una beca doctoral del CONICET, orientada por el plan de trabajo titulado “Políticas públicas, sociabilidades urbanas y fútbol: los clubes barriales en el oeste rionegrino (1970-2019)”. Además, se inserta en el Proyecto de Unidad Ejecutora del Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales (IPEHCS-CONICET) denominado “La (re)producción de las desigualdades en la Patagonia Norte. Un abordaje multidimensional”.
2 Esta ciudad turística se ubica al oeste de la provincia de Río Negro, en la zona andina de la Norpatagonia.
3 Para ampliar sobre las características socioterritoriales del desarrollo de la ciudad a finales del siglo XX -que describimos en los acápites II y III- sugerimos la lectura de Medina, D. (2018).
4 Harvey (citado por Ziccardi, 2019) define el derecho a la ciudad como un derecho colectivo para configurar el espacio urbano de acuerdo con las necesidades y deseos de quienes lo habitan. Oszlak (2017) amplía este concepto, planteando que abarca la posesión de una vivienda, el usufructo de los bienes de la ciudad y la participación en la toma de decisiones sobre las obras de infraestructura y los servicios urbanos. Además, incluye las externalidades ligadas a la localización de las viviendas (educación, salud, recreación, transporte y fuentes de trabajo). Estos elementos tienen una distribución espacial desigual, de modo que las posibilidades de acceso a los mismos varían de acuerdo con el lugar de residencia.
5 Sabatini, Cáceres González y Cerda (2001) definen la segregación socioespacial como la aglomeración de familias de una misma condición social en el espacio. Es decir, la concentración residencial de los grupos se combina con la homogeneidad social que presentan en su interior las diferentes áreas de la ciudad.
6 La producción social del hábitat “comprende todos aquellos procesos generadores de espacios habitables, componentes urbanos y viviendas que se realizan bajo el control de autoproductores y otros agentes sociales que operan sin fines de lucro” (Ortiz, citado por Migueltorena, 2020).
7 Nota del club Atlético Comallo enviada a la AFIB para solicitar su afiliación. 6 de mayo de 1990.
8 Nota del club Cruz del Sur enviada a la AFIB para solicitar su afiliación. 23 de enero de 1989.

Estatuto de Deportivo Cruz del Sur y nota de este club a la AFIB del 10 de febrero de 1989.

9 Nota enviada por Julio B., dirigente del club Virgen del Carmen, a la AFIB. 4 de marzo de 1990.
10 “La fusión de la Liga con la AFIB”, Tribuna Deportiva, s/f (octubre de 1994).
11 Entrevista a Luis O., dirigente de AFIB y de LIFUBA. Bariloche, 23 de octubre de 2017.
12 Entrevista a Juan B., dirigente del club Alas Argentinas. Bariloche, 4 de julio de 2017.
13 Cuentas-balances del Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA. Colección personal de Osvaldo H.
14 En 1987, apenas una decena de clubes formaban parte de la AFIB. Luego, hacia 1995, el número ascendía a por lo menos 24 instituciones que participaban en competiciones del Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA. Ellas son: Alas Argentinas, Arrayanes, Boca Unidos, Boca Juniors, Cruz del Sur, Don Bosco, Dina Huapi, El Galpón (El Bolsón), Estudiantes Unidos, Escuela de Fútbol de Pilcaniyeu, Independiente, Melipal, La Academia, Las Mutisias, Las Piedritas (Villa La Angostura), Las Quintas, Llao Llao, Martín Güemes, SOyEM, Tiro Federal, 3 de Mayo, INVAP, ADEFUL y Estrella Roja. Sin embargo, vale decir que esta gran proliferación de clubes no se condice con la permanencia de las instituciones en el tiempo. Por eso, este listado presenta numerosas modificaciones en los años siguientes.
15 Informe “Canchas disponibles” del Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA. 12 de abril de 1999.
16 Nota del Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA dirigida a Esther Acuña, presidenta del Concejo Deliberante de Bariloche. 6 de mayo de 1997.
17 Nota de Osvaldo Muena, director general de Deportes de Bariloche, dirigida al Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA. Septiembre de 1997.
18 “Multitudinario acto inaugural de los Juegos Infantiles Evita”. Suplemento Deportivo del periódico El Cordillerano, Nº 57 del 14 de octubre de 1996.
19 Vamos a profundizar sobre este asunto en futuros trabajos.
20 Nota del Departamento Infanto-Juvenil de LIFUBA. 1999.

Recepción: 20 Marzo 2024

Aprobación: 23 Junio 2024

Publicación: 18 Julio 2024



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