Dossier:
La mundialización de las memorias: sus recorridos en la Europa del Este
El legado del comunismo en Polonia: memorias, nostalgia e indiferencia.
Resumen: El caso polaco, estudiado por Carla Tonini, es un ejemplo particularmente interesante de “transición negociada” del comunismo a la democracia. Tal transición fue posible gracias a la renuncia de considerar al pasado reciente como un terreno en disputa. Lidiar con el pasado comunista no fue, en 1989 ni en los años inmediatamente sucesivos, la preocupación principal de las nuevas élites políticas, ni de los polacos en general, precisamente porque la sociedad polaca había desarrollado un proceso de descomunización de larga data. Más tarde, bajo el impulso de sectores más conservadores, se desarrollaron varias iniciativas y políticas de la memoria destinadas a marcar una ruptura clara con el pasado comunista. El acento se puso sobre la representación de los polacos como víctimas y héroes de la lucha por la libertad: una figura, ahora clásica, y que a su vez el poder comunista utilizó a su manera. Se celebraron así eventos anteriormente ignorados como la insurrección de Varsovia de 1944, o figuras de mártires de la resistencia al comunismo, como el padre Popieluzko. Más que sobre la experiencia del comunismo, el debate público se focalizó, explica Tonini, “sobre las relaciones de los polacos, durante la Segunda Guerra Mundial y en la primera posguerra, con las minorías nacionales: los judíos, los alemanes y los ucranianos”.
Palabras clave: Memoria, Comunismo, Polonia, Segunda Guerra Mundial.
The legacy of communism in Poland: memories, nostalgia and indifference.
Abstract: The Polish case, studied by Carla Tonini, is a particularly interesting example of “negotiated transition” from communism to democracy. Such a transition was possible thanks to the refusal to consider the recent past as a disputed terrain. Dealing with the communist past was not, in 1989 or in the immediate successive years, the main concern of the new political elites, nor of the Poles in general, precisely the Polish society had developed a long-standing decommunism process. Later, under the impulse of more conservative sectors, several initiatives and policies of memory were developed to mark a clear break with the communist past. The accent was placed on the representation of the Poles as victims and heroes of the struggle for freedom: a figure, now classical, and which in turn the communist power used in its own way. Events previously ignored, such as the Warsaw insurrection of 1944, or figures of martyrs of the resistance to communism, such as Father Popieluzko, were celebrated. More than on the experience of communism, the public debate was focused, explains Tonini, “on the relations of the Poles, during the Second World War and in the first postwar period, with the national minorities: the Jews, the Germans and the Ukrainians”.
Keywords: Memory, Communism, Poland, Second World War.
Uno de los primeros libros dedicados, después de 1989, a la “memoria recuperada en el Este”, describía al ex Bloque soviético como un mundo “ocupado por una propagación de símbolos y por la movilización del imaginario colectivo”. El Este, argumentaban los autores, se moviliza en torno al “mínimo de los emblemas, de las banderas y de los escudos; se pelea por los nombres de las calles y de las plazas de las ciudades; se pide se abran los archivos y que sean conmemoradas las víctimas” (Le Goff, 1991).
En la mayor parte de los países del Este Europeo, el colapso de los regímenes comunistas fue seguido efectivamente por la destrucción de las estatuas adjudicadas a los líderes comunistas, por la ocupación de las sedes de la policía secreta por grupos de ciudadanos y por la creación de instituciones y museos que narraban el terror comunista, en ellas se contaban a las víctimas, se exponían sus nombres y los rostros de los verdugos.
En Polonia, no hubo ni asaltos a las sedes de la policía secreta, ni frenéticas destrucciones a los monumentos de la era comunista, y mucho menos, ningún grupo político sugirió, en aquella época, la posibilidad de abrir los archivos del Ministerio del Interior. Después del ’89, la preocupación principal de los polacos no era el terror comunista y continúa sin serlo veinte años después del fin del régimen. Un buen ejemplo de esta actitud son los hechos asociados con la institución del Museo del Comunismo. El proyecto, apoyado por importantes personalidades del mundo de la cultura polaca e internacional -ente los cuales se encuentra, el director de cine Andrzej Wajda, el exconsejero de estado americano Zbigniew Brzezinski y el sociólogo francés Alain Touraine- fue anunciado en la prensa y fue publicado su catálogo. Las secciones del museo son: “El espectro del comunismo”, que recuerda a las víctimas de la represión en la Unión Soviética, “La instalación del Sistema”, dedicada a la instauración del régimen comunista en Polonia por parte de unas no bien definidas “fuerzas externas a la nación polaca” y “La creación del Hombre nuevo”, en la cual se explica la formación de la mentalidad comunista como una mezcla de “sospecha y rencor” (Bielecki, 2003). Sin embargo, el museo jamás nació.
A la memoria del terror comunista la mayoría de los polacos contrapone la representación de su martirio y de sus luchas por la libertad. En Dánzing, la muestra permanente “Las calles de la libertad” recorre los eventos de la oposición anticomunista en Polonia: la lucha armada clandestina de los años 1944-1945, las protestas sociales de 1956, de 1970, de 1976, y culminadas, en 1980, con el nacimiento del sindicato Solidarność. Para entrar en el museo, el visitante debe atravesar dos puertas: la primera simboliza la resistencia de los trabajadores de los astilleros en el Báltico, la segunda, el rechazo “de la utopía marxista”. La parte central de la exposición se dedica al movimiento Solidarność representado como la fuerza principal que derrotó al comunismo. El heroísmo de los polacos también se celebra en el museo, quien dedica uno de sus apartados a la insurrección antinazi de Varsovia en agosto de 1944. Aquí el visitante es acogido por el crepitar de las armas, por la exposición de los trofeos de la época y por las fotografías de gran tamaño que representan a jóvenes sonriendo. El recorrido continúa a través de la ciudad, representada por los muros de los edificios y de las barricadas, por el cine que frecuentaban los insurgentes y por los túneles por los cuales huyeron en la fase final de la insurrección, antes de que los nazis iniciaran la destrucción de la ciudad. El visitante interactúa con los insurgentes a través de unas lentes telescópicas encajadas en las paredes de las casas, por las cuales se trasmite un video que reconstruye las diversas etapas de la ocupación nazi en la ciudad y sus batallas. La imagen que surge de allí es la de una ciudad entera (sinónimo de la nación polaca) que lucha por la libertad.
1.
El mito del polaco víctima y héroe tiene una larga tradición, el cual el régimen comunista no interrumpió. Después de 1945, los comunistas polacos se apropiaron de los temas del heroísmo y del martirio, adaptándolos a sus propios fines ideológicos, para legitimarse a los ojos de una población en su mayoría hostil (Zaremba, 2001). El uso de estos temas se acentuó, sobre todo, en el desarrollo de la retórica antinazi y en la representación del Holocausto. En el primer caso, la propaganda oficial de posguerra exaltaba el papel de los comunistas en la lucha contra el nazismo y condenaba el levantamiento de Varsovia de 1944 como un gesto irresponsable de la resistencia antisoviética, reunida en el Ejército Nacional -Armia Krajowa (AK). Después de la muerte de Stalin, el régimen reconoció el heroísmo de sectores cada vez más amplios de la sociedad, uno de los primeros gestos en este sentido fue el proyecto para la construcción de un monumento a “todos los héroes” del levantamiento de Varsovia (Crowley, 2003: 63). El monumento no fue realizado pero un parte de los combatientes del AK fue recibido en la Unión de Combatientes por la Libertad y la Democracia (ZBoWiD), organización que acogía a los veteranos de la lucha antinazi. En cuanto al Holocausto, desde el principio se subrayaba la solidaridad de toda la sociedad polaca hacia la minoría judía y el alto número de personas rescatadas (Steinlauf, 1997).
Desde los años Setenta, con la llegada a la dirección del partido comunista de Edward Gierek, el régimen buscó, cada vez más, el apoyo de la sociedad por medio de la restauración de los edificios que apelaban a la tradición nacional. Gierek impulsó una suscripción nacional para la reconstrucción del Castillo Real ubicado al margen de la Ciudad vieja de Varsovia, el cual los nazis habían hecho explotar en 1944. Al mismo tiempo, en Wrocław (Breslavia), la antigua ciudad alemana transferida a Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial, el Primer Secretario patrocinó la restauración del enorme cuadro en forma cilíndrica, de 15 por 14 metros, pintado en 1893 para conmemorar el centenario de la insurrección anti rusa de 1794. La pintura que representa la batalla de Racławice fue expuesto en un edificio circular construido expresamente para poder alojarlo (Raclawice Panorama, 2012).
Después del nacimiento de Solidarność, fue la sociedad quien conmemoró las luchas por la libertad. En el verano de 1980 los trabajadores de Poznań dedicaron a la revuelta obrera de junio de 1956 un monumento de 10 metros, formado por dos cruces unidas por el brazo horizontal y por dos nudos de cuerda pesada, que significan la solidaridad y el martirio. Sobre la primera cruz esta tallada la fecha 1956; sobre la segunda, la fechas de las protestas posteriores: 1968, 1970, 1976, 1980. En 1981, en Dánzig, se construyeron otras tres cruces coronadas por anclas marinas, sobre las cuales se escribieron los nombres de todos los trabajadores víctimas de la represión en los levantamientos obreros, producidos en los puertos del Báltico en 1970 (Laba, 1997: 139-140).
Después del golpe de estado del general Jaruzelski, en diciembre de 1981, el circuito editorial clandestino publicó algunos escritos que exaltaban todos los episodios heroicos del pasado: desde los levantamientos anti zaristas del siglo XIX, pasando por la guerra ruso-polaca de 1920, hasta las revueltas en contra del comunismo. Los protagonistas de estas reconstrucciones eran los grupos sociales de “resistentes” y los “opositores”, en una perspectiva que enfatizaba una línea clara de demarcación entre un “nosotros”, la sociedad, y un “ellos”, el poder. Esta perspectiva distinta no necesariamente estaba dirigida a hacer una comprensión muy profunda de los hechos. Se trataba de una historiografía “a la inversa” que, al igual que la oficial, confirmaba el mito del martirio y de la resistencia (Mikołajczyk, 2004). En 1982, algunos intelectuales de la oposición fundaron la revista “Karta” con el objetivo de narrar “la vida de las personas en busca de la libertad en el mundo de las dictaduras” y de documentar los crímenes cometidos durante la ocupación soviética en las regiones orientales del país. En particular, Karta se encargó de preservar la memoria de los asesinatos ocurridos por parte de los soviéticos, en 1940 en Katyn, de cerca de 15.000 oficiales polacos; a finales de los años 80, este episodio de martirio comenzó a perder fuerza de atracción y de involucramiento emotivo.1 El museo de Katyn, construido a las afueras de la capital ha tenido, en los siete años sucesivos a su fundación en 1993, entre 8.000 y 17.000 visitantes al año, una cifra muy inferior a la del museo del Levantamiento de Varsovia.
Por lo tanto, en vísperas del 89, la esfera simbólica polaca ya estaba en gran medida des-comunizada. Después de la caída del régimen, lo que quedaba de los monumentos a los héroes del régimen fue removido o abandonado al descuido sin ningún clamor y sin aquel “frenesí” atribuido por muchos comentaristas a las multitudes que en Europa del Este abatieron las estatuas de sus verdugos.
La tendencia a no considerar el pasado reciente como un terreno de confrontación política constituyó la premisa necesaria para llevar a cabo una “transición negociada” a la democracia. En abril de 1989 los representantes de Solidarność, todavía en semiclandestinidad, se encontraron con el líder del gobierno comunista, dirigido por el general Jaruzelski, y firmaron el acuerdo de la Mesa redonda, el cual relegalizaba los sindicatos disueltos, introducía la libertad de prensa y anunciaba elecciones parlamentarias semilibres. El 4 de junio los candidatos de Solidarność ganaron las elecciones y un mes después nació el primer gobierno post-comunista, dirigido por Tadeusz Mazowiecki y compuesto por representantes de la oposición y por comunistas, que detentaban los ministerios claves del Interior y de Justicia. En agosto, siempre sobre la base de los acuerdos, Jaruzelski se convirtió en Presidente de la República.
Este aspecto “negociado” de la transición se materializó en el primer ministro Mazowiecki, un intelectual católico moderado, quien inauguró su liderazgo invitando a los polacos a dibujar una “gruesa línea sobre el pasado” y mirar hacia el futuro. Esto no significa que el gobierno de Mazowiecki quisiera defender a los comunistas, como le fue sucesivamente reprochado por el ala radical del Sindicato. Para Mazowiecki el “contrato social” firmado durante los acuerdos de la Mesa redonda significaba un “nuevo comienzo” que les permitiría a todos, independientemente de su pasado, participar en la construcción de la democracia. El trabajo de des-comunización de las instituciones inició con las enmiendas a la constitución de 1952, con la disolución del partido comunista y con la confiscación de sus bienes por parte del Estado. Una ley de 1990 abolió la Oficina de Seguridad (UB, antigua policía secreta) y creó una organización nueva, la Oficina para la defensa del Estado (UOP). La destrucción de la vieja institución tenía un valor simbólico -marcaba una línea divisoria entre el pasado y el futuro- permitía decidir a quién reasumía y a quien despedía del viejo personal. La Comisión extraordinaria para la Responsabilidad Constitucional verificó que los candidatos contaran con los “requisitos morales” para el servicio, que en el pasado no hubiesen violado ni la ley, ni los derechos o la dignidad de terceros y no hubiesen usado posición para obtener ganancias. De las 14.500 aplicaciones presentadas a la Comisión para la renovación del contrato de trabajo, alrededor de 8.000 fueron aceptadas. Un procedimiento similar de verificación se aplicó en el Ministerio de Justicia en relación con los miembros del ministerio público. Al mismo tiempo, el Ministerio de Justicia y la Comisión para la Responsabilidad Constitucional investigaron las violaciones a los derechos humanos bajo el comunismo, estableciendo las responsabilidades relacionadas con la muerte de cerca de 100 personas causadas por unidades especiales del Ministerio del Interior durante el estado de guerra en 1981. Los crímenes más graves cometidos durante el comunismo, como la masacre de los portuarios del Báltico en 1970 o el asesinato del padre Popieluszko, secuestrado por la policía política en 1984, fueros sometidos a nuevas investigaciones (Domarańczyk, 1992). El gobierno también trató de responder a las demandas populares de justicia rehabilitando a las personas -alrededor de 800- injustamente condenadas durante el estalinismo y de extender los beneficios reconocidos a los combatientes del fascismo a ciertas categorías de personas que se habían opuesto al comunismo.
En un nivel simbólico, la descomunización iniciada en el gobierno de Mazowiecki condujo a la reescritura de la toponomástica y a la construcción de nuevos monumentos dedicados a los héroes de la lucha contra el comunismo. Los nombres de las calles adjudicados a los defensores de Stalingrado y a los mariscales soviéticos que durante la Segunda Guerra Mundial comandaron las tropas en Polonia, fueron reemplazados por los de Juan Pablo II, por el del padre Popieluszko, o por el del general Anders, comandante del segundo cuerpo de la Armada del Ejército aleado anglo-americano. Del calendario de las festividades desapareció el 22 de junio, aniversario del nacimiento de la República popular en 1944; el 7 de noviembre, aniversario de la revolución bolchevique; y el 9 de mayo, fecha que, según la liturgia soviética, marcaba el fin de la Segunda Guerra Mundial. En su lugar se celebran el 3 de mayo de 1791, que recuerda la introducción de la primera constitución polaca; el 15 de agosto, el día en que, entre las dos guerra mundiales, se festejaba al Ejército polaco; y el 11 de noviembre, fecha de nacimiento de la Polonia independiente, en 1918.
Después del 89, el paisaje urbano polaco se enriqueció con palacios que, saltando el periodo comunista, recuerdan el glorioso pasado nacional. En Varsovia fue reconstruido, sobre el sitio vació después de la destrucción bélica, el palacio Jabłonowski el cual unía el antiguo ayuntamiento con la Iglesia de Sant’Andrea. Inclusive, un proyecto se propone reconstruir el Palacio Sajón que, en el siglo XIX, dominaba la plaza más grande de la capital, destruido por los ocupantes rusos a principios del siglo XX. Esta atención en el pasado está, sin embargo, acompañada de una mirada dirigida al futuro: en cada ciudad polaca han surgido edificios y rascacielos modernos. Varsovia es una gran obra, en la cual se expresa el mito futurista de la ciudad que mira hacia lo alto. Además del “rascacielos azul” construido en la plaza de la Banca, y el Business Center, en el área alrededor de la estación del tren, han surgido otros edificios futuristas (Tonini, 2003). El mismo palacio Jabłonowski es un hibrido compuesto, por la fachada, reconstruida según el proyecto original, y el cuerpo del edificio, en estilo moderno (Crowley, 2009).
Una de las primeras decisiones del parlamento polaco en 1989 fue la restauración del antiguo símbolo del águila coronada sobre la bandera nacional. También en este caso, vale la pena destacar que Polonia jamás tuvo la estrella roja en su bandera y que, al final de los años 80, no existían calles con el nombre de Lenin. El encendido debate que tuvo lugar en el parlamento en torno al símbolo que se debía poner sobre la bandera polaca fue entre el águila o la cruz y, en cualquier caso, no apasionó tanto a la opinión pública. Quizás todo esto contribuyó a la sensación general en Polonia de que en 1989 no habría sucedido nada extraordinario e “inolvidable” (Kenney, 2008: 90).
2.
Mientras que la mayoría de los polacos miraba con indiferencia los hechos del comunismo, una pequeña parte desarrollaba una aversión creciente tanto por el régimen comunista como por la transición “negociada”. Para los partidos nacionalistas, La Confederación de Polonia Independiente (KPN), el Acuerdo de Centro (Porozumienie Centrum=PC) de los hermanos Lech y Jarosław Kaczyński y la Unión Cristiana Nacional (ZChN), la transición no era otra cosa que un acuerdo entre comunistas y sus cómplices de la Unión Democrática (UD, posteriormente llamada Unión de la Libertad=UW).2 Este era el resultado de un sistema político en el que los miembros del viejo régimen y sus colaboradores conservaban el derecho a ocupar un cargo público. A la defensa de los derechos individuales, sostenida por la UD la derecha oponía el derecho a la “Verdad” y a la “Justicia”, demandando una descomunización radical del aparato estatal y el reconocimiento de los que habían “realmente” combatido al comunismo.
El primer enfrentamiento con el pasado reciente se llevó a cabo durante la discusión parlamentaria sobre las enmiendas a la ley que otorgaba beneficios a los combatientes por la libertad. Algunos de los diputados de Solidarność propusieron que el término de combatientes por la libertad fuese extendido a todos los que habían combatido el comunismo hasta su caída, en 1989. A esta extensión se opusieron algunos ex disidentes, como Adam Michnik y Jacek Kuron, según los cuales, después de la muerte de Stalin, el régimen no había recurrido más al terror de masas y, por lo tanto, 1956 era la última fecha dentro de la cual se podía utilizar el término “combatiente por la libertad”. El ala liberal de Solidarność criticó también la decisión de juzgar colectivamente las medidas adoptadas bajo el régimen comunista y pidieron que cada caso particular fuese analizado individualmente. En su versión final la ley concedió los derechos a los excombatientes y a aquellos que participaron en la guerrilla anticomunista desde 1945 hasta 1956, entre ellos los pertenecientes a las Fuerzas Armadas Nacionalistas (NSZ) que tenían en su haber, además de la lucha en contra de los alemanes, los delitos cometidos contra los comunistas y los judíos (Calhoun, 2002).
Por parte de los partidos de derecha, también se acusaba la lentitud con la cual la justicia perseguía los crímenes del comunismo. En el décimo aniversario del golpe de estado de 1981, la KPN logró pasar en el parlamento una resolución para la destitución de Jaruzelski. La Comisión para la Responsabilidad Constitucional inició las audiencias en las que fueron escuchados al ex presidente de la República, algunos de los ministros y los miembros del Consejo de Estado que habían aprobado el estado de guerra.3 La acusación inicial de “abuso de poder”, dirigida a Jaruzelski, debía ser abandonada porque no estaba prevista dentro del código penal polaco. Los comisarios tuvieron que recurrir al artículo de ley que se relacionaba con corrupción, un vicio que poco se adaptaba a Jaruzelski, conocido por su puritanismo y por haber renunciado a la pensión de Presidente de la República a favor de la, mucho menos rentable, de general del Ejército. La nueva acusación, de traición al Estado, que la KPN presentó, fue todavía más difícil de demostrar. Los argumentos sobre los cuales Jaruzelski preparó su defensa -el golpe de estado era el “mal menor” frente a las amenazas de invasión por parte de los soviéticos- fueron considerados convincentes por el 70% de los ciudadanos polacos (Rosenberg, 1995: 242).
En 1992, el nombramiento como Primer Ministro de Jan Olszewski, de la Unión Cristiano Nacional, ofreció la ocasión para iniciar la denominada “purificación” de la escena política. La aprobación de la ley que contemplaba la posibilidad de hacer públicos los nombres de los colaboradores del antiguo régimen (solo las personalidades públicas más reconocidas), le permitió al Ministro del Interior, Antoni Macierewicz, entregar al parlamento una lista de “delatores” de los servicios secretos que incluía, además de muchos políticos, a Lech Wałęsa, el nuevo Presidente de la República. Las acusaciones resultaron ser falsas y la tentativa torpe de Macierewicz terminó con las dimisiones del gobierno y la confirmación de la idea que la “purificación” era contraria a los principios de la democracia y que los documentos de la policía secreta no eran fiables, algo que también sostenían los liberales y la izquierda post-comunista.
La idea de que era necesario llevar a cabo una rendición de cuentas con el comunismo no encontró apoyo en la sociedad polaca. En 1989, las encuestas del Centro de Investigación de Opinión Publica (OBOP), revelaron que la mayor parte de los polacos se oponía a la exclusión de los excomunistas de la vida pública. El porcentaje de los que se opinan a privar a los excomunistas de la posibilidad de candidatearse creció durante las elecciones presidenciales de 1990, cuya campaña giro en torno al problema de la colaboración con el régimen anterior de los dos principales candidatos, Wałęsa y Mazowiecki (Centrum Badania Opinii Społecznej, 1991). Lo más interesante de esto es que en la primera vuelta, el segundo de los candidatos elegidos fue Stanisław Tyminski, un desconocido empresario que prometió el enriquecimiento inmediato de toda la población, y fue solo por el apoyo de Mazowiecki que Wałęsa pudo ganar en la segunda vuelta.
En 1993, los ciudadanos polacos demostraron una vez más querer mirar hacia el futuro. En las elecciones parlamentarias votaron en mayoría por los dos partidos post-comunistas presentes en la escena política: La Alianza de la Izquierda Democrática (SLD), quien había definido a la purificación como un modo de “exorcizar el pasado”, y el Partido Campesino (PSL) (Kuk, 2001). Dos años después el “regreso de los ex” fue completado por la victoria, en las elecciones presidenciales, de Aleksander Kwaśniewski del SLD, quien venció a Wałęsa. En parte, la derrota de Wałęsa se debió a la referencia obsesiva con la que se refería al pasado comunista de su adversario (Kenney, 2008: 97).
La victoria de los excomunistas fue un verdadero shock para las fuerzas políticas post-Solidarność y trajo nuevamente la purificación al centro del debate político. La derecha reaccionó acusando a algunos miembros del gobierno de colaboración con el régimen comunista -el Primer Ministro Jan Oleksy, acusado como espía de los servicios secretos rusos, renunció- e impulsaron la idea de una ley para depurar a toda la administración del Estado. Las revelaciones sobre el pasado de los miembros del gobierno tuvieron el efecto de desestabilizar la escena política y convencer, incluso a los liberarles y a la izquierda en el poder, de la necesidad de abrir los archivos secretos y someter a verificación las personas que ocupaban posiciones importantes en la administración estatal. El presidente Kwaśniewski propuso establecer una Comisión de Public Trust con la misión de supervisar los archivos de la policía secreta, a la cual los ciudadanos podrían tener un acceso relativo a los documentos que se referían a ellos. La propuesta del presidente, que exigía una definición precisa del significado “colaboración” con los servicios secretos durante el régimen comunista, fue rechazada en favor de una ley que establecía la obligación, para los candidatos a las elecciones y para aquellos que ocupaban cargos en la administración, declarar por escrito si habían colaborado o no con la policía secreta. Un tribunal especial verificaría la veracidad de las declaraciones; y el nombre de quien hubiese colaborado aparecería en la Gaceta Oficial. En la versión aprobada por el parlamento fue la “confesión espontanea” por parte del sospechoso la que prevaleció sobre la colaboración en sí, de esta manera: solo los altos cargos serían excluidos de la vida política si se podía establecer su colaboración, en tanto que los funcionarios del gobierno y los jueces que admitieran haber colaborado podrían conservar su cargo y presentarse a elecciones. La ley entró en vigencia en 1999, sin embargo sus efectos fueron limitados. De las 23.000 personas que diligenciaron el formulario sobre colaboración, 130 admitieron haber colaborado y en solo 10 se descubrió que habían mentido. En cualquier caso, algunos de ellos se candidatearon a las elecciones y las ganaron, un señal de que la memoria del pasado no tuvo mayor influencia sobre las elecciones políticas (Szczerbiak, 2002).
La ley de la lustracja (purificación) fue sometida a numerosas enmiendas después de la victoria en las elección de 1997 de La Acción Electoral Solidarność (AWS), una colación que aglutinaba a los partidos de inspiración cristiano-nacional. La nueva mayoría en el gobierno -compuesta por AWS y UW- exigía la necesidad de hacer una ruptura radical con el comunismo, definido como un sistema “criminal del cual avergonzarse”. Para que 1989 se convirtiera realmente en una cesura de la historia polaca era necesario borrar de la memoria colectiva a la Republica Popular Polaca y reconectarse con la experiencia de la Primera República, que existió desde el siglo XV al XVIII, y con la Segunda República, que existió entre 1918 y 1939. Este salto al pasado glorioso de la historia nacional polaca encontró su expresión en la decisión de retomar la construcción, en Varsovia, del gran Templo de la Divina Providencia, proyectado para honorar la constitución del 3 de mayo de 1791. La construcción de la gran iglesia -una vez y media más alta que la de Notre Dame en Paris- fue abandonada a finales del siglo XVIII, después de la partición del país entre Austria, Prusia y Rusia. En las intenciones del nuevo equipo de gobierno, el Templo reconstruido debía convertirse en el símbolo de gratitud de la Nación polaca por la libertad recuperada, en 1989, y también, celebrar el milenio de cristianización del país.
Al mismo tiempo, el gobierno decidió crear el Instituto de la Memoria Nacional (Instytut Pamięci Narodowej / IPN) encargada de administrar los archivos, iniciar la purificación, juzgar los crímenes cometidos en contra de la Nación polaca entre 1939 y 1989 y construir una memoria “oficial” de la historia reciente de Polonia (Tonini, 2008).
El nacimiento del IPN constituyó un importante paso para “la rendición de cuentas con el comunismo”. El arco temporal especificado en la ley que estableció el IPN (1939-1989) ilustra la voluntad de los legisladores de no distinguir entre los crímenes cometidos “contra la Nación polaca” por los estados nazi, soviético y comunista polaco. Como sucedió con los crímenes nazis al final de la Segunda Guerra Mundial, también aquellos cometidos bajo el comunismo fueron definidos como “crímenes contra la humanidad” con el fin de superar el obstáculo de la prescripción de los mismos. No obstante, el significado de “crimen comunista”, a diferencia del que se atribuyó a los crímenes nazis, tiene una valencia política, en lo relativo a los actos de represión, incluso aquellos en contra de los campesinos que se negaron a llevar el trigo a los lugares de acopio, acciones difícilmente rubricables como “crímenes contra la humanidad”. Lo que le interesaba a los legisladores era condenar la ideología que inspiraba a los funcionarios, fuesen ellos miembros del partido o de la policía secreta. Por otra parte, la decisión de fijar el 31 de diciembre de 1989 como la fecha final del comunismo también significa que el periodo de la transición, iniciado con los acuerdos de la Mesa Redonda, puede ser objeto de escrutinio por parte de la Comisión para la Investigación de los Crímenes Comunistas (Kuk, 2001: 190).
El IPN es una agencia estatal: recibe una generosa financiación y tanto el Presidente como los miembros del Consejo son elegidos por el parlamento. Por lo tanto, sus objetivos están vinculados con los del gobierno a cargo. Hasta el 2005 fue administrado por el equipo de centro-derecha y, posteriormente, por la coalición nacional-populista dirigida por Jarosław Kaczynski. Janusz Kurtyka, el segundo presidente del IPN, puso en marcha un cambio radical en el personal e introdujo una versión de la historia reciente muy distinta a la preconizada por la administración anterior. El instituto gestiona los archivos de los ministerios del Interior y de Justicia y regula su acceso con normas que, de hecho, le confieren el monopolio sobre los documentos conservados. Este poder absoluto ha hecho posible que los archivistas e investigadores internos puedan utilizar los documentos secretos y con ello, filtrar noticias al exterior sobre la presunta colaboración en el régimen anterior de políticos y personalidades del mundo de la cultura. Las revelaciones han abarcado a cada vez más sectores de la sociedad, especialmente a aquellos vinculados a la oposición liberal post-Solidarność y a la Iglesia católica.
Detrás de la decisión de abrir los archivos de los Servicios de Seguridad se tenía la convicción, por parte de los partidarios del post-Solidarność, de que los documentos secretos relatarían tanto el horror del comunismo como el valor de los resistentes. Solo de esta manera era posible reintroducir la línea de separación entre “nosotros” -los resistentes y la parte sana de la sociedad- y “ellos” -los verdugos y sus cómplices-, la cual siempre fue puesta en discusión, por las revelaciones sobre la colaboración con el antiguo régimen comunista, y también, por el debate sobre el pasado reciente que tuvo lugar en la prensa y en los diarios. Sin embargo, la apertura de los archivos tuvo un efecto contrario al esperado. Por una parte, el descubrimiento de que un gran número de personas había colaborado con el régimen debilitó la posición de quienes sostenían la visión dicotómica de la historia del comunismo, basada sobre el binomio “poder malo y totalitario contra una sociedad buena y resistente”. Por otra parte, instó al gobierno de Kaczynski a proponer una ampliación de la lustracja, imponiéndoles a todos los empleados de la administración estatal, alrededor de 700.000 personas nacidas antes de 1972, a declarar su eventual colaboración con los servicios secretos comunistas. Esta decisión conllevó a una protesta general y condujo, en breve tiempo, a la caída del gobierno.
3.
El comunismo no es el único tema de discusión en Polonia, y ciertamente no es el que más apasiona a la opinión pública. Los temas que más han encendido el debate público después del 89 han sido las relaciones de los polacos, durante la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra, con las minorías del país: los judíos, los alemanes y los ucranianos. La matanza de los polacos por parte de los nacionalistas ucranianos en 1943, la expulsión de los alemanes después de 1945 y el antisemitismo al final de la guerra, ya habían sido debatidos en los años ochenta por la literatura clandestina. Lo que cambia es la perspectiva: no se discute más sobre la política de los gobiernos y de los partidos sino de la población y de su papel en estos acontecimientos.
Por primera vez, la cuestión de la expulsión de los alemanes -cerca de tres millones de personas- de las regiones occidentales anexadas a Polonia al final de la Segunda Guerra Mundial fue discutida en 1996, en una Conferencia internacional organizada por la Fundación Schuman en Varsovia. En aquella ocasión se habló del comportamiento de la población polaca y de los sufrimientos de los civiles alemanes, un tema tabú por más de cincuenta años que, según los organizadores de la conferencia, había producido un “complejo de expulsión” en la sociedad polaca (Borodziej & Hajnicz, 1998). En los años posteriores, el debate se extendió a otros temas, como los campos de detención en Polonia donde los alemanes fueron detenidos en 1945, la violencia en contra de ellos, la alta mortalidad y el clima de venganza entre la población polaca que se volcó hacia los saqueos, la destrucción y el homicidio. El diario “Gazeta Wyborcza” acogió la discusión sobre las atrocidades cometidas por los polacos contra sus conciudadanos de origen alemán después de la invasión nazi de 1939(Gazeta Wyborcza, 08.2003).
El dato relevante de este debate es la ausencia de reacciones negativas por parte de la sociedad, la misma que asistió al redimensionamiento del mito de los polacos víctimas y de los alemanes agresores y asesinos. Una investigación, realizada en 2003, reveló que la mayoría de los polacos se lamenta por el sufrimiento infringido a los civiles durante las expulsiones y muestra comprensión por las dificultades que los alemanes han tenido con respecto “a sus acuerdos con el pasado” (Gazeta Wyborcza, 11.06.2003). El debate estuvo acompañado de ceremonias e iniciativas dirigidas a restablecer la memoria de la presencia alemana en las regiones habitadas por polacos y alemanes. En Silesia fueron restaurados los cementerios, incluso los que contenían tumbas de miembros de las SS, y monumentos que conmemoran a personalidades políticas alemanas antes de la primera guerra (Polonsky, 2004-2005). La propuesta alemana de construir, en Berlín, un “Centro en contra de las expulsiones” para recordar los sufrimientos de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, respaldada por el Bund der Vertriebenen (BDV)4, conocido por sus posiciones revisionistas en relación con la frontera occidental polaca, tuvo intensas replicas desde el lado polaco, aunque también tuvo alguna respuestas positivas. Algunos círculos liberales polacos impulsaron el proyecto para la creación de un centro europeo para la mutua reconciliación a ser construido en la ciudad de Breslavia/Wrocław, símbolo tanto de la barbarie nazi como de la expulsión de alemanes después del conflicto (Gazeta Wyborcza, 14.05.2002; Tygodnik Powszechmy, 07.09.2002).
A la respuesta positiva contribuyeron múltiples factores. La “transferencia” de alemanes fue avalada por las potencias occidentales y por la URSS durante la Conferencia de Postdam, en 1945, y las expulsiones fueron iniciadas por la Armada Roja y secundadas por el Ejército Polaco, creado por Stalin durante la guerra. Por lo tanto, los polacos no se sienten realmente responsables por los hechos que fueron decididos por “otros”, un sentimiento reforzado por el hecho de que las violencias perpetuadas por la población polaca no fueron llevadas a cabo sobre los alemanes “de la casa” sino sobre ciudadanos extranjeros (Kenney, 2007). A esto hay que añadir que, a pesar de su poder, los alemanes fueron derrotados y gran parte del mérito, según los polacos, se debe a la resistencia polaca, la más fuerte de Europa.
La cuestión ucraniana constituyó otro gran tema de debate en la década de los noventa. En este caso la discusión giró en torno a dos temas relacionados, en los cuales el papel de los polacos fue primero de víctimas y posteriormente de victimarios. En 1943 en las regiones occidentales de Ucrania -Volinia y Galicia Oriental- cerca de 70.000 polacos fueron asesinados por el Ejército Nacional Ucraniano (UPA) con el apoyo activo de los campesinos de la zona. La limpieza étnica fue seguida por una guerra civil entre las formaciones partisanas ucranianas y polacas, que terminó en 1947 cuando el gobierno polaco comandó una brutal pacificación de la región suroriental del país, en donde se habían refugiado los miembros de la UPA. La denominada “Acción Vístula” concluyó con el desplazamiento forzado, en la parte occidental de Polonia, de la totalidad de la minoría ucraniana -alrededor de 150.000 personas-, la cual se estableció dentro de la frontera polaca después de 1945.
En 1997 el presidente Kwaśniewski y el senado polaco condenaron la Acción Vístula, en tanto que la Comisión para la Investigación de Crímenes contra la Nación Polaca (precursora del IPN) llevó a cabo una indagación sobre el asesinato, en 1945, de cientos de ucranianos en la Galicia Oriental por parte del Ejercito Nacional Polaco (AK). Al mismo tiempo, una serie de encuentros entre estudiosos polacos y ucranianos situó la matanza de 1943 en el más amplio contexto histórico de las relaciones entre las dos guerras mundiales como durante el segundo conflicto. Con ello, se subrayaron los efectos negativos de la política de discriminación implementada por el gobierno polaco antes de 1939, como los de la ocupación nazi y soviética en la Ucrania occidental, ambas consideradas como la causa de la radicalización de los sentimientos nacionalistas entre los ucranianos (Polska-Ukraina, 1998-2003).
Este debate deconstruyó el estereotipo del ucraniano, bandido y nacionalista, radicado en el imaginario polaco y reforzado por la propaganda comunista. El cual, sin embargo, no causó fuertes reacciones en la opinión pública. La solicitud, formulada por el Jefe de Seguridad Pública, Marek Siwec, de que los ucranianos ofrecieran una disculpa pública por lo sucedido en 1943, fue un hecho aislado. Solo unos pocos historiadores y periodistas han confirmado la vieja tesis, según la cual, el exterminio de los polacos fue un genocidio preparado con antelación a partir de 1939, el cual contó con la participación de todos los ucranianos en Volinia. La sucesiva operación Vístula, por el contrario, fue una “dolorosa necesidad para garantizar la paz y la seguridad de los polacos” (Siemaszko y Siemaszko, 2000). Por otro lado, el diario católico Więż dedicó, en abril de 2002, un número entero a las relaciones entre los ucranianos y los polacos. En la introducción los editores explicaban que la salida de la revista coincidía con dos tristes aniversarios, el quincuagésimo aniversario de la operación Vístula y el quincuagésimo noveno aniversario de la limpieza étnica de 1943, que podrían llegar a ser la ocasión para una reflexión común y el inicio de un proceso de reconciliación entre los dos pueblos (Więż, 04.2002).
Mucho más amplia y controvertida fue la discusión pública sobre la relación entre los polacos y los judíos iniciada después de la publicación de los dos libros del historiador estadounidense de origen polaco Jan Tomasz Gross. Neighbors: The Destruction of the Jewish Community in Jedwabne relata la masacre, en julio de 1941, de toda la comunidad judía del pueblo de Jedwabne en Polonia oriental (Gross, 2001). El pogromo, que estalló por instigación de los nazis que habían invadido recientemente la región,5 fue llevado a cabo con extrema brutalidad por “vecinos” polacos: los judíos fueron torturados y asesinados; la mayor parte de ellos (alrededor de 600 personas) fueron quemados vivos en un granero. Los procesos que se desarrollaron después de la guerra revelaron que algunos de los participantes de la masacre eran miembros de la resistencia anticomunista que operaba en aquellas regiones, y que otros habían sido espías tanto de los soviéticos como de los nazis. Este episodio, según Gross, demuestra que se puede ser, al mismo tiempo, “victimas, héroes y victimarios”.
El debate público sobre Jedwabne fue el más largo y el más encendido desde el final de la Segunda Guerra Mundial; produjo cientos de artículos y libros, involucró a historiadores, periodistas, políticos y miembros de la jerarquía católica. La mayor controversia tiene que ver con las causas de la masacre. Por un lado, los periodistas de la derecha han argumentado que los únicos responsables fueron los alemanes, que los polacos no sólo no tuvieron la culpa, sino que, incluso, ellos sufrieron a manos de los judíos, quienes eran los principales partidarios de la ocupación soviética. El periódico “Rzeczypospolita” citó la tesis de Tomasz Strzembosz, uno de los más connotados historiadores de la Segunda Guerra Mundial, para quien “los judíos eran los traidores de la Nación, a diferencia de los polacos que se habían comportado con honor durante la ocupación soviética” (Rzeczypospolita, 21.01.2001).
De otro lado, tanto la prensa de izquierda como la católico-liberal aceptaron la tesis de Gross e invitaron a los polacos a reconstruir los modelos del martirio y del heroísmo prevalentes en la memoria colectiva. Una posición intermedia fue la que asumieron algunos periodistas e historiadores que, si bien no negaron la reconstrucción de los eventos, reprocharon a Gross el hecho de atribuir a todos los polacos sentimientos antisemitas, los cuales solo concernían a una pequeña parte de la población (Gazeta Wyborcza, 25.11.2000; Gazeta Wyborcza, 17.12.2000).
El presidente Kwaśniewski fue quién más veces intervino para condenar la masacre y pidió públicamente perdón por lo sucedido. Por el contrario, el Primado de la Iglesia Católica, Józef Glemp, se refirió a las genéricas “responsabilidades” de las generaciones de hoy por los crímenes cometidos por sus propios padres y sobre la necesidad de “pedir disculpas”. Al mismo tiempo, asumió los estereotipos antisemitas de los partidarios de la tesis “justificacionista” y atribuyó a los mismo judíos “especuladores, capitalistas y comunistas”, la culpa de los sentimientos hostiles de los polacos (Gazeta Wyborcza, 06.03.2001). La posición de Glemp es, no obstante, “moderada” en comparación con la de algunos sacerdotes que, durante las homilías, han repetido las acusaciones a los judíos de ser “decididos perseguidores de los polacos”, en tanto que, algunos obispos y sacerdotes, apoyan la tesis de la “responsabilidad de los polacos” y los han invitado a “orar por las víctimas de la masacre”.
Después de que la investigación de la Comisión sobre los crímenes en contra de la Nación polaca estableció, sin lugar a dudas, que los habitantes de Jedwabne asesinaron, por iniciativa propia, a sus vecinos, el debate perdió intensidad (Machcewicz; Persak, 2002).
Cinco años después de la publicación de Neighbors, Gross retomó el tema del antisemitismo en Polonia en un libro que describe las agresiones y los pogromos en contra de los judíos después de la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra, sostiene en: Fear: Antisemitism in Poland after Auschwitz, que cerca de 1.500 judíos fueron asesinados cuando trataban de recuperar la propiedad de sus bienes, algunos pogromos estallaron en las regiones del este y en la provincia de Cracovia (Gross, 2006). El más grave de todos se produjo en Kielce, una ciudad cercana a Cracovia, en donde una multitud compuesta por “gente común”, policías y militares del Ejercito asesinaron a 42 judíos e hirieron a otros 50. La causa de la masacre, fueron algunos rumores acerca de un asesinato ritual cometido por algunos judíos sobrevivientes del Holocausto quienes vivían en un edifico en el centro de la ciudad. Gross reconstruye la matanza, documenta las reacciones de las autoridades locales, quienes respondieron con negligencia en los hechos, las de la jerarquía católica quien no condenó el pogromo, y las del partido comunista quien explotó, con fines políticos, lo sucedido. El acalorado debate que siguió a la publicación de Fear, recordó, en alguna medida, al de Jedwabne: el pogromo fue “provocado” por “otros” -en este caso comunistas-, y solo un pequeño grupo de habitantes participó de los homicidios, mientras que los otros se limitaron a “mirar” (Gądek, 2008). En comparación con el debate anterior, en éste se asistió a la radicalización de las tesis justificacionistas. La reacción defensiva de la mayoría de los historiadores, periodistas y representantes de la jerarquía católica se debió a la dificultad de trasladar las responsabilidades de la masacre de Kielce hacia el exterior, como había ocurrido en el caso de Jedwabne, en el de la expulsión de los alemanes y en el de la limpieza étnica en Volinia. Las voces en defensa de Gross fueron pocas y se limitaron a los entornos judíos polacos, en tanto desapareció el grupo que, anteriormente, había tratado de mediar entre las dos posiciones.
A diferencia del pogromo de Jedwabne, el de Kielce había sido objeto de investigaciones al inicio de los años Noventa y de una indagación por parte de la Comisión para los crímenes en contra de la Nación polaca. No obstante, las conclusiones a las que llegaron, confirmaban la tesis, difundida en la sociedad polaca, que el pogromo había sido una provocación de la policía secreta comunista, en la cual militaban, sobre todo, judíos (Tonini, 2008: 394). Después del lanzamiento del libro de Gross, el IPN publicó un segundo volumen de documentos relativos a los hechos de Kielce, que evidencias, de manera concluyente, que no existió ninguna provocación, y que la “violencia popular” explotó de modo espontáneo debido a los rumores sobre el asesinato ritual. No obstante, la colección de los documentos estuvo precedida de algunos artículos, cuyos autores, en lugar de discutir los hechos, repitieron las tesis de la culpabilidad de los judíos, quienes “fueron los responsables del pogromo a raíz de su apoyo al comunismo” (Kamiński & Żaryn, 2006).
4.
Después de las elecciones de 2001, el IPN fue objeto de ataques en la prensa de derecha por las investigaciones sobre Jedwabne y, en general, por haber contribuido a la corriente historiográfica “revisionista”, quien investigó únicamente los episodios que hieren la autoestima nacional de los polacos: como el comportamiento en relación a las minorías, y la colaboración con los nazis y los comunistas. Los responsables de esta destrucción de la “memoria colectiva” se identifican con las elites liberales de la III República que, en nombre de un presunto pluralismo, rechazan conceptos importantes como “historia, patria, justicia, deber y sacrificio” (Wolff-Powęska, 2007).
Las críticas vinieron, ante todo, de un grupo de intelectuales vinculados al partido “Derecho y Justicia” (PiS) de los hermanos Kaczynski para quienes en la III República “la historia era considerada un lastre inútil y en la discusión en torno a ella, dominaban los defensores de la ‘historia critica’, cuyo objetivo es desarraigar de la cultura polaca ‘el anti-intelectualismo, el romanticismo y el sentimentalismo’” (Miłosz, 1998; Machcewicz en Gazeta Wyborcza, 29.08.2008). Para estos “liberales dogmáticos” la idea del patriotismo es problemática, ya que les impone a las personas deberes que van más allá de los intereses individuales (Cichocki en Gazeta Wyborcza, 01.09.2007). Las consecuencias de la obra de deconstrucción de los mitos nacionalistas, afirman los historiadores “revisionistas del revisionismo”, han privado a los polacos de “sus raíces y de su corazón”. Por lo tanto, el Estado y los políticos deben intervenir directamente en la creación de una memoria histórica positiva que exalte las glorias nacionales con la construcción de museos y muestras, con la producción de películas que “hablen de Katyn, de los polacos que combatieron en Monte Cassino y de Solidarność” (Gazeta Wyborcza, 10.02.2008). La “política de la historia”, afirman, también tiene un aspecto internacional que la administración anterior ha descuidado, con el resultado de que el ciudadano promedio en Europa occidental piensa que la fecha final del comunismo sea la caída del muro de Berlín y no el nacimiento de Solidarność y los acuerdos de la Mesa redonda. En occidente, los símbolos de la violencia nazi son la checa Lidice o la francesa Oradour y no el barrio de Wola en Varsovia, en donde los nazis exterminaron, en pocos días, a cerca de 40.000 civiles (Ukielski en Gazeta Wyborcza, 06.05.2008).
La “política de la historia” constituyó la columna vertebral del programa del partido “Derecho y Justicia”. Durante la campaña electoral de 2005, el futuro primer ministro, Kaczynski, acusó a sus oponentes de ser “negacionistas de la memoria histórica”, y prometió una ruptura radical con el pasado como el nacimiento de un estado nuevo, “limpio” de los restos del comunismo y del poscomunismo (Wolff-Powęska, 2007). Una vez en el gobierno polaco, el equipo de Kaczynski le declaró una verdadera guerra a la historia, “lustrándola” de las partes no adecuadas con la visión nacional-católica de Derecho y Justicia y sus aliados, la Liga de las familias polacas (LPR) y Autodefensa de la República de Polonia (Samoobrona). El ministro de educación, Roman Giertych, prohibió de los planes de estudio a algunos grandes escritores polacos, como Witold Gombrowicz, Stanisław Lem y Bruno Schulz, y extranjeros como Franz Kafka y Fëdor Dostoevskij, por ser detractores del espíritu nacional y de los valores cristianos que están en la base de la sociedad polaca.
El Ministerio de Cultura y Patrimonio Nacional, creado por el nuevo gobierno, declaró que en un futuro los museos y las exposiciones se concentrarían en las “extraordinarias aspiraciones de libertad durante la primera República polaca -siglos XVI y XVIII-, las luchas nacionales del siglo XIX y la batalla victoriosa contra las dos dictaduras totalitarias del siglo XX: el Nazismo y el Comunismo”. La piedra angular de esta nueva política es el proyecto de un Museo de la Libertad que propone representar “la historia de la nación polaca como una manifestación continua de su verdadera esencia: el amor y la voluntad de lucha en nombre de la libertad” (Apor, 2010).
El Ministerio de Cultura financia la “Casa de los Encuentros con la historia”, creada en colaboración con el municipio de Varsovia y el centro Karta, cuyo objetivo es “introducir a los visitantes en la historia de Europa del siglo pasado”. La exposición permanente, titulada: “Los rostros del totalitarismo en el siglo XX”, está dividida en 18 secciones referentes a la historia de los regímenes nazi y soviético. La muestra reconstruye, con soporte fotográfico, copias de documentos y diarios, la génesis paralela de los dos regímenes, las similitudes entre sus sistemas represivos, sus enfrentamientos en la Segunda Guerra Mundial y la derrota del segundo por el triunfo del primero. Su intención es la de anular las diferencias entre los crímenes comunistas y nazi; en realidad los crímenes nazis son presentados, cronológica e ideológicamente, como la respuesta de los comunistas; el Gulag no sólo precede a Auschwitz, sino que lo sitúa en su base.
El gobierno de Kaczynski tuvo una vida breve, sin embargo la “política del historia” continúa siendo patrocinada por la nueva mayoría formada por la Plataforma Cívica (PO heredera de la UW). En la actualidad, el IPN apoya, principalmente, proyectos de investigación que recrean el mito de los polacos víctimas y héroes: durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar del terror nazi, los polacos salvaron a miles de judíos y bajo el comunismo, se opusieron unánimemente al régimen. Su anterior presidente, Janusz Kurtyka, fue autor de uno de los capítulos introductorios del segundo volumen sobre los hechos de Kielce, en el cual repite la tesis del complot judío-comunista y acusa a los judíos de haber desencadenado el pogromo. Entre los últimos volúmenes publicados por el IPN se destaca el de Marek Chodakiewicz, autor de numerosos libros dedicados a las relaciones entre polacos y judíos en Polonia en el siglo XX, en los cuales se condensan todos los clichés antisemitas posibles y se repiten las tesis negacionistas del Holocausto (Chodakiewicz, 2008). Chodakiewicz estudió en los Estados Unidos, fue profesor en el Instituto de Política Internacional de Washington y en el 2005 fue cooptado por el presidente Bush para hacer parte del Consejo para la Memoria del Holocausto.
5.
El retorno de los excomunistas en la dirección del país, en 1993, coincidió con una ola de “nostalgia” por los años del comunismo. Una encuesta realizada en aquel periodo reveló que más de la mitad de los polacos entrevistados creían que Gierek, el líder comunista de los años Setenta, había hecho más por Polonia que Wałęsa, el legendario dirigente de Solidarność. Después de su muerte, ocurrida en el año 2001, monumentos y calles fueron dedicados en Gierek en Silesia, región de la que provenía (Gazeta Wyborcza, 26.05.2004 y 04.06.2004). El recuerdo de la Polonia que se había abierto a Occidente y de los negocios que, durante algunos años, se llenaron de mercancías antes no disponibles, demostró ser más fuerte que el desastre económico producido por la irresponsable política de Gierek, la cual condujo al fuerte endeudamiento del país. En el séptimo aniversario de su muerte, las autoridades de Sosnowiec, la ciudad de Silesia en la que nació, y los representantes de la asociación “Edward Gierek” anunciaron la creación de un museo dedicado en su nombre.
Si el culto a Gierek, símbolo del esfuerzo por modernizar Polonia, es comprensible, el apego demostrado por los polacos hacia los años Cincuenta y Sesenta suscitó el desconcierto de muchos partidarios de la “rendición de cuentas con el pasado comunista”. En el año 2000, miles de visitantes llenaron la galería Zachęta de Varsovia para ver la muestra titulada “De color gris: 1956-1970”. En los espacios de la galería se reprodujeron algunos ambientes de la vida de aquellos años: el pequeño y atestado apartamento y los interiores de la lechería (bar mleczny) en la que se consumían, a bajos precios, alimentos de mala calidad. Para restaurar completamente la atmosfera de la época, los organizadores hicieron una copia perfecta de la lechería, incluyendo la cajera desgarbada y la comida cocinada en el acto, con la intención de reproducir los olores y los sabores de aquel tiempo (Crowley, 2003: 7-8).
El caso más sensacional de nostalgia tuvo que ver con el Palacio de Cultura y la Ciencia, diseñado por arquitectos soviéticos, y construido en el centro de la capital a principios de los años Cincuenta. Este edificio en forma de pastel de bodas se convirtió en el símbolo de la dependencia a Moscú y del terror estalinista. Después del 89, las propuestas concernientes a su posible destrucción levantaron fuertes protestas con el fin de presionar a la Oficina Regional de Bienes Culturales para agregarlo en la lista de monumentos a proteger. Sin embargo, el efecto de las protestas de los “nostálgicos del pasado” no debe ser sobrestimado, en muchos casos, la nostalgia no ha impedido la destrucción de edificios de la época comunista para hacerle espacio a construcciones modernas. El Supersam de Varsovia, el primer y más grande supermercado construido en el este en los años Sesenta, fue derribado a pesar de las ásperas polémicas en la prensa y del surgimiento de un blog, en el cual los ciudadanos de la capital narraban sus visitas al Supersam, y como éste les dio la inspiración para hablar de la ciudad de su infancia y juventud (Crowley, 2009: 159-160).
La ola de nostalgia también le ha interesado a la televisión y al cine. A mediados de los años Noventa, millones de espectadores pudieron volver a ver “Cuatro soldados y un perro”, la muy popular serie de televisión de finales de los años Sesenta que narraba, en clave de humor, las historias de algunos militares del Ejército polaco, bajo las órdenes de la Armada Roja, durante la liberación del país de los nazis. En 2007 una cadena de televisión privada proyectó de nuevo la serie, registrando un nuevo éxito, sin embargo las emisiones fueron canceladas por el presidente de la TVP (la cadena nacional propietaria de los derechos de la serie) con la justificación de que los espectadores se merecían espectáculos más interesantes, de carácter histórico.
En el cine nuevamente se pusieron de moda las películas de los años Ochenta que representan al comunismo de forma irónica. La más vista es “Osito de peluche”, en la que algunos policías polacos colocan casas falsas de papel maché a lo largo de la carretera para poder multar a los conductores por el exceso de velocidad en zonas urbanizadas. Mientras los policías le explican al conductor de turno porque debe pagar la multa, una de las casas se derrumba poniéndole fin al plan. Al contrario de los policías corruptos, que no son capaces de explotar las disfuncionalidades del sistema, el joven héroe se las arregla para hacerse de una gran suma de dinero y cumplir su sueño de ir a Occidente. Este tipo de comedia fue retomada por los directores de la nueva generación quienes han tratado de divertir al público tomando como base a la Polonia de los años Setenta, un país en el cual todos se dedicaban al contrabando, a estafar turistas extranjeros o viajando al exterior para intercambiar mercancías polacas por productos deseados de Occidente. La comedia “Segment 76” se basa en el sueño del protagonista de poderse comprar el mueble modular -“Segmento”- de moda en aquel periodo (Pobłocki, 2008).
Hay muchas historias personales del comunismo y muchos lugares en donde narrarle. Muchos tienen lugar en la web, gracias a la iniciativa privada de ciudadanos que recogen fotografías de objetos comunes del periodo comunista. La colección más rica está disponible en el sitio web dedicado a la Polonia Popular, que contiene miles de imágenes de objetos, como sobres con slogans políticos, boletos del tranvía, tarjetas racionamiento, información biográfica, sonidos y música de la época. El objetivo de los curadores es mantener viva la memoria del comunismo “para que nunca vuelva a suceder”. En realidad, este museo virtual atrae un número enorme de visitantes -un millón y medio de personas lo han visitado desde su creación, en 1999- ya que le da a todos la posibilidad de agregar objetos, de su propia colección, y de participar directamente en la conservación de los recuerdos de su vida (Main, 2008).
El comunismo tiene algo que ofrecerles a todos. Para algunos fue un periodo de conquistas sociales, para otros una pesadilla, y para algunos más, un pedazo de su vida. Para los que cumplen treinta es un periodo distante, el cual miran con ironía e indiferencia, o quizás, sea una de las muchas cafeterías de estilo retro surgidas en Polonia, decoradas con paredes rojas, carteles de propaganda del régimen y muebles de la época.
El único museo real del comunismo se encuentra en un pueblo en la provincia de Lublin. La galería del “realismo socialista” expone alrededor de 1.600 obras de arte, entre las cuales se encuentran: carteles, cuadros y esculturas; también se puede asistir a la proyección de las crónicas cinematográficas del tiempo. En el exterior se encuentran las estatuas de los líderes comunistas, entre las que se destaca la de Bolesław Bierut, director del partido comunista polaco entre 1948 y 1956, y una de Lenin. A pesar de su objetivo “político-didáctico” declarando “una advertencia contra los efectos del arte sometido a los gobiernos totalitarios”, la muestra de Lublin es la única capaz de representar y conservar auténticamente el significado del pasado. A diferencia de los objetivos virtuales en internet, las obras de arte expuestas en secciones temáticas -el campo, la minería, la industria- están contextualizadas y situadas en un periodo histórico preciso (Muzeum Zamoyskich, 2018).
Las memorias del comunismo son múltiples y pueden proporcionar un marco real de un periodo de la historia polaca entre 1945 y 1989 a condición de que éste se sustraiga de los usos políticos y sea ubicado en su tiempo.
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Notas
Recepción: 10 octubre 2018
Aprobación: 29 octubre 2018
Publicación: 04 enero 2019