DOSSIER
Mario Virgilio Santiago Jiménez
Facultad de Filosofía y Letras- Universidad
Nacional Autónoma de México, México
mvsj.unam@gmail.com
Cita sugerida: Santiago Jiménez,
M. V. (2018). Antecedentes ideológicos del primer núcleo
del Movimiento Nacionalista Tacuara (1956-1958). Trabajos y
Comunicaciones (47), e055. https://doi.org/10.24215/23468971e055
Resumen
Se argumenta que
la tradición nacionalista, aunque mostraba una cara
doctrinaria rígida, realmente se caracterizó por la
heterogeneidad y permeabilidad, rasgos que heredó el primer
núcleo del MNT y que influyeron en su exposición
ideológica. El trabajo se divide en dos partes: en la primera,
utilizando fundamentalmente historiografía, se reconstruye de
forma general la tradición nacionalista de la que abrevó
Tacuara, y en la segunda, utilizando testimonios orales,
documentación desclasificada y prensa de la época, se
tratan los primeros años del MNT.
Palabras clave: Tacuara; Nacionalismo; Pensamiento integral intransigente; Derecha
Nationalist Movement Tacuara's ideological backgrounds (1956-1958)
Abstract
It is argued that the
nationalistic tradition, though it was showing a doctrinaire rigid
face, really characterized for the heterogeneity and permeability,
features that the first core of the MNT inherited and that derived in
his ideological exhibition. The work divides in two parts: in the
first one, using fundamentally historiography, the nationalistic
tradition that preceded Tacuara is drawn, and in the second one,
using oral testimonies, disqualified documentation and press, the
first years of the MNT are reconstructed.
Keywords: Tacuara; Nationalism; Integral-intransigente thought; Political right
A pesar de que existe un amplio consenso sobre el papel de la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES) en la fundación del fenómeno juvenil denominado genéricamente Tacuara, dando cuenta de una continuidad en rasgos estructurales, organizativos, ideológicos e identitarios entre las experiencias nacionalistas de los años cuarenta, cincuenta y sesenta,1 la caracterización ideológica de dicho fenómeno –tanto por los contemporáneos como por visiones posteriores- ha resultado cuando menos polémica (Goebel, 2007, p. 363).
Al respecto, es claro que la complicación responde en primera instancia a la accidentada trayectoria iniciada por un núcleo original denominado Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT) cuyos desprendimientos sucesivos -con rasgos ideológicos aparentemente autónomos- convivieron, se aliaron y disputaron el nombre y la fama de Tacuara: Guardia Restauradora Nacionalista (GRN), algunos militantes que conformaron el Movimiento Nueva Argentina (MNA) y el Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT) que a su vez tuvo una división.
A esto suman diversos lugares sociales de enunciación atravesados por décadas de memoria y violencia política, lo que redunda en una multiplicidad de caracterizaciones ideológicas sobre una galaxia de organizaciones tacuaristas: nacionalistas -de derecha, de extrema derecha, de barricada, renovadores o similares a sus antecesores- (Navarro, 1968, p. 225; López, 2015, p. 147; Senkman, 2001, p. 287; Beraza, 2005, p. 153; Gutman, 2003, p. 59), católicos –por lo tanto anticomunistas como sus antecesores, integristas en un primer momento o reivindicadores de la “cuestión social”- (Bohoslavsky, 2014, p. 4; Padrón, 2006, p. 2; Finchelstein, 2008, p. 136; Orlandini, 2008, pp. 198, 250), y falangistas –en consecuencia nacional-sindicalistas, revitalizadores de la familia ideológica de los fascismos, herederos de viejos fascismos europeos, representantes de fascismos periféricos latinoamericanos, más cercanos al nazismo, fascistas cristianizados, franquistas, neonazis, cercanos al peronismo en diversas formas, antidemocráticos o golpistas- (Lvovich, 2006, p. 81; Lvovich, 2009, p. 58; Galván, 2008, p. 80; López, 2015, pp. 59-65; Rock, 1993, p. 210; Finchelstein, 2008, p. 136-137; Senkman, 1989, p. 47; Gillespie, 1998, p. 75; Beraza, 2005, p. 160; Senkman, 2001, p. 288; Bohoslavsky, 2014, p. 4; Orlandini, 2008, p. 178; Bernetti, 1998, p. 33; Gasparini, 2006, p. 29); revisionistas históricos (Galván, 2008, p. 72; Bardini, 2002, p. 33), anticomunistas –antimarxistas, anti-izquierdistas, anti-materialistas- (Gillespie, 1998, p. 75; Beraza, 2005, p. 160), antiliberales (Beraza, 2005, p. 161; Bohoslavsky, 2014, p. 4), creyentes del complot judeo-masónico-comunista y por tanto antisemitas (Bohoslavsky, 2014, p. 4; Gasparini, 2006, p. 27; González, 1986, p. 29; Senkman, 2001, p. 288, 290) -virulentos, de choque u ocasionales- (Navarro, 1968, p. 227; Senkman, 1989, p 31; Lvovich, 2006, p. 82; Beraza, 2005, p. 157; López, 2015, pp. 288-289, 291), anti-imperialistas –con simpatías por las resistencias cubana y argelina, por ende nacionalistas- (Padrón, 2006, p. 3), así como violentos –y por eso se vincularon con las fuerzas represivas, al grado del sacrificio, fanáticos, terroristas, sin gran consenso social, por la vía de la acción directa, con una idea de justicia intrínseca- (López, 2015, pp. 161-163, 289; Padrón, 2005, p. 12; Robben, 2005, p. 110; Rock, 1993, pp. 210-211; López, 2015, p. 289; Orlandini, 2008, p. 195, 197).
En el presente trabajo no se pretende negar una posible caracterización general ni desmentir alguno de los rasgos enlistados, sin embargo, sí se asume que una definición ideológica de Tacuara debe considerar cuando menos dos presupuestos: en primer lugar, que los rasgos ideológicos e identitarios deben ser pensados desde la historicidad de la agrupación, pues ésta fue cambiando a lo largo de su existencia e incluso en cada etapa mostró cierta heterogeneidad interna; y segundo, que el conglomerado ideológico de una agrupación debe ser entendido como la conjunción de una herencia -no necesariamente planificada- entre organizaciones y militantes a lo largo del tiempo y una tradición construida desde un presente determinado.
En ese sentido se argumenta que el primer núcleo del MNT replicó el código ideológico y el repertorio de acción de sus antecesores inmediatos, por lo menos hasta la llegada de la primera oleada de nuevos reclutas. Aunque esta tradición nacionalista conservadora aparentaba una solidez doctrinaria, su trayectoria se definió por la heterogeneidad y la permeabilidad, así que la dureza ideológica del grupo dirigente tacuarista escondía una multiplicidad de vetas -el integralismo intransigente,2 el nacionalismo restaurador,3 el hispanismo en clave falangista y la idea de una conspiración judeo-masónico-comunista- que quedarían expuestas al poco tiempo por el cambio de los vientos políticos derivando en las múltiples escisiones.
Para dar cuenta de esto el texto se divide en dos partes: en la primera se persigue, principalmente con bibliografía secundaria, el itinerario de los antecedentes ideológicos nacionalistas desde 1919, haciendo hincapié en las líneas que convergerían en el primer núcleo del MNT; en la segunda, recuperando testimonios orales, prensa de la época y documentación, se reconstruyen los primeros dos años del MNT destacando los rasgos ideológicos que reuperaron de sus antecesores.
Como resultado de un primer periodo de auge organizativo de la Iglesia católica argentina entre fines del siglo XIX y principios del XX, de la mano de la Doctrina Social de la Iglesia inaugurada por la encíclica Rerum Novarum4, en 1919, el arzobispo de Buenos Aires monseñor Mariano Antonio Espinosa designó al sacerdote Miguel de Andrea como asesor eclesiástico de la Unión Popular Católica Argentina (UPCA), instancia que aglutinaría los esfuerzos de los católicos a través de tres Ligas: de Damas Católicas, Económico-Social y de Juventudes Católicas (Vidal, 2009). El nombramiento no fue casual pues De Andrea, formado en el Colegio Pío Latinoamericano y en la Universidad Gregoriana de Roma,5 se había destacado durante siete años como líder y coordinador de los Círculos de Obreros Católicos (COC) sustituyendo al sacerdote alemán Federico Grote. Además, se había ganado el apoyo de varios miembros de la élite porteña gracias a un discurso de rechazo a “ideologías extranjeras” complementado con la celebración de fiestas nacionales.
En enero de ese mismo la violencia política había alcanzado niveles importantes durante la llamada “Semana Trágica” en la que se vivieron episodios de represión y enfrentamientos entre obreros, policías, militares y civiles.6 Pero la represión gubernamental no satisfizo a las élites liberal-conservadoras que no se veían identificadas con el régimen de Hipólito Yrigoyen, sino que asumían que éste y las llamadas masas plebeyas formaban parte del mismo problema, el de la democracia demagógica que estaba sumiendo en la decadencia a la Argentina (Devoto, 2005, p. 129), en consecuencia, el contralmirante Manuel Domecq García dio armas y vehículos a grupos de civiles que pugnaban por “preservar el orden” como el Comité Nacional de la Juventud fundado en 1918. Estos colectivos paramilitares se dedicaron a realizar rondines para agredir obreros, fuesen militantes o no, así como a extranjeros, especialmente judíos. Una vez controlada la situación y ante la buena respuesta, Domecq convocó a la creación de una organización que aglutinara a los sectores descontentos y activos para inculcar “respeto a la ley, el principio de autoridad y el orden social”. Así, luego de algunas reuniones preparativas, el 20 de enero un importante grupo de sacerdotes, estudiantes, políticos, oficiales de las fuerzas armadas y miembros de la élite económica fundaron la Liga Patriótica Argentina (LPA) que tuvo como uno de sus referentes al padre Miguel de Andrea (McGee, 2003, pp. 85-90).
Domecq fue el primer presidente de la LPA, aunque en abril lo sustituyó el abogado Manuel Carlés, a la postre dirigente vitalicio, cuya postura política siempre fue imprecisa lo que ayudó a que la Liga no esgrimiera un corpus ideológico o una postura política estructurada: migración con mayores filtros, asistencialismo patronal, educación patriótica y catolicismo, todo materializado en la lucha callejera contra las amenazas. Además, la LPA paulatinamente fue integrando a otros individuos y grupos que complicaron una definición clara del militante típico: fuera del núcleo original compuesto por apellidos patricios y miembros de las fuerzas armadas se afiliaron radicales, empresarios, católicos así como sectores populares y obreros dispuestos a romper huelgas o simplemente al enfrentamiento callejero, así como algunos judíos en sectores no antisemitas de la Liga (Bilotti, 2006, pp. 168, 174, 454-456; Devoto, 2005, pp. 142-168).7
A partir de entonces la figura de De Andrea cobró mayor notoriedad entre la élite política conservadora mientras que en el universo católico no tenía el respaldo mayoritario. De hecho, varias organizaciones católicas que se negaban a sacrificar su autonomía organizaron una campaña en su contra por lo que el prelado renunció a la asesoría eclesiástica de la UPCA. La decisión del sacerdote fue rechazada por el Episcopado (Vidal, 2009) y difundida a través de una carta hecha por el mismo papa Benedicto XV en la que se exigía a los seglares “mantenerse bajo la guía superior de la Iglesia” (Argentina, 1922), lo que daba cuenta de un heterogéneo y dinámico campo católico en el que, a pesar de existir una clara idea jerárquica, también prevalecían las pugnas entre actores, especialmente los seglares que no estaban dispuestos a reducir el margen en la toma de decisiones.
En ese contexto de disputas internas y luego de no haber obtenido reconocimiento oficial para sus egresados, el proyecto de la Universidad Católica de Buenos Aires fundada en 1910 desapareció para dar paso en 1922 a los Cursos de Cultura Católica (CCC), proyecto ideado y dirigido por un grupo de jóvenes seglares8 recién egresados de la vida universitaria que pretendían establecer un espacio de formación e incidir en el debate público. Al respecto José Zanca ve en esta generación un primer ejemplo claro del paso de una fe privada a una pública con evidentes pretensiones intelectuales, lo que no significaba que hubieran constituido un espacio regular como una universidad (Zanca, 2012; Cursos de Cultura Católica). En cualquier caso, los CCC se convirtieron en una novedad dentro del campo católico pues rápidamente lograron generar dinámicas de debate entre clérigos y seglares, así como con representantes de otras posturas, sin la total censura de la jerarquía, aunque sí con la figura del sacerdote asesor.
De esta forma, mientras constituían una nueva faceta del catolicismo acorde con una idea actualizada del debate público, bajo el control de seglares no siempre obedientes a la jerarquía y más o menos plural en cuanto a las posturas expuestas tanto desde el catolicismo como en otras líneas ideológicas (Medrano, 2015, p. 29; Migliore, 2015), los CCC también conformaron la base para la proyección y cimentación de un catolicismo intelectual fuertemente anclado al integralismo intransigente. Esto último, complementado por la asistencia asidua de militares y seglares pertenecientes a grupos como la Liga Patriótica, nutrió fuertemente el mito de la “nación católica”, es decir, la idea de que la nación argentina precedía a la independencia y a la constitución del Estado, por lo que se debía considerar una esencia cimentada en el catolicismo, la raza y la lengua. De ahí que Zanatta identifique en los CCC el primer encuentro entre el catolicismo tradicional y la tendencia político-ideológica que se fue dibujando desde fines del siglo XIX frente a la llamada amenaza extranjera (Zanatta, 2002, p. 44).
Poco tiempo después de la creación de los CCC, en 1923, falleció monseñor Mariano Antonio Espinosa obispo de Buenos Aires. Para sucederlo, el senado propuso una terna encabezada por De Andrea lo que daba cuenta de la buena relación entre éste y la élite gobernante, pero sus detractores al interior de la Iglesia se opusieron enérgicamente lo que retrasó la nominación hasta que, en 1926, el nuncio apostólico fue removido a cambio de que se nombrara a José María Bottaro como obispo. Éste último, por problemas de salud, fue sustituido en 1928 por monseñor Santiago Copello (Di Stefano, 2000, p. 375; Ghio, 2007, pp. 56-57). El pasaje, además de mostrar nuevamente la heterogeneidad de posturas al interior del universo católico daba cuenta del peso que obtenía el Vaticano en la agenda política nacional y, por extensión, anunciaba el resurgimiento de la Iglesia católica argentina como un actor importante en la vida pública.
Por su parte, la latente efervescencia del heterogéneo conglomerado anti-yrigoyenista había dado vida en 1927 al periódico La Nueva República, cuya máxima inspiración ideológica era la Acción Francesa de Charles Maurras9 y que aglutinaba a un importante sector de la intelectualidad de la época. Un año después, teniendo como sustento el éxito de los CCC, apareció la revista Criterio que abrió las puertas del ambiente intelectual argentino al catolicismo europeo, combinando a la vez “vanguardismo cultural, catolicismo tradicional y reaccionarismo político” (Beraza, 2005, p. 19-20, 27; Buchrucker, 1987, pp. 47-49; Derisi, s/f, pp. 15-19; Devoto, 2005, pp. 169-262; Navarro, 1968, pp. 45-53, 109-112; Zanatta, 2002, pp. 29-30, 44-46; Zuleta, 1975, pp. 189-191, 203-235; Saborido, 2001, p. 36-37).
En ese entramado ideológico encontró suelo fértil el antisemitismo cimentado en la teoría de la conspiración que, aunque ya había dado visos desde los años ochenta del siglo XIX de haber germinado en suelo argentino, ahora resultaba más “coherente” especialmente por su directa relación con la amenaza extranjera que, a su vez, era vista como el componente central del problema social (Beraza, 2005, p. 33; Buchrucker, 1987, pp. 57-60; Lvovich, 2003; Navarro, 1968, pp. 117-120). Además, cobraron forma propuestas de corte nostálgico e idealización del pasado: una sociedad jerarquizada ordenada por un Estado corporativo, la necesidad de élites renovadas para comandar el rumbo nacional o la centralidad de la Iglesia y el Ejército como instituciones protectoras de la nación (Buchrucker, 1987, pp. 62-65, 73-77).10
Cuando Yrigoyen inició su segundo mandato, la crisis política ya estaba puesta sobre la mesa, sólo faltaba un golpe certero y el quiebre económico de 1929 lo dio. Un abanico de grupos, publicaciones e intelectuales, predominantemente radicados en la capital e identificados por el rechazo al liberalismo y al comunismo adoptaron por primera vez y abiertamente la denominación de “nacionalistas” (Buchrucker, 1987, pp. 13, 37-41).
En septiembre de 1930 triunfó el golpe militar encabezado por el general José Félix Uriburu instaurando un régimen con bases ideológicas heterogéneas pero fundadas en el integralismo intransigente católico. Aunque el gobierno no logró consolidarse heredó una inercia ideológica que perduraría más de lo esperado. La principal organización era la Liga Republicana (LR), un grupo de choque del que se desprendió en febrero de 1931 la Liga Cívica Argentina (LCA) “una milicia voluntaria entrenada por militares” que recibió su registro como agrupación política en enero de 1932 (Beraza, 2005, pp. 20-22; Buchrucker, 1987, pp. 89-90; Devoto, 2005, p. 266-269; Navarro, 1968, pp. 75, 92-95; Zuleta, 1975, pp. 238, 276-277). Para entonces ya contaba con un brazo femenino, una línea de incidencia en el sector obrero y una vertiente dirigida a los jóvenes.
Por otra parte, el 5 de abril de 1931 fue publicada y leída una carta pastoral en la que se hacía oficial la concentración de esfuerzos en una entidad nueva denominada Acción Católica Argentina (ACA)11 que estaría integrada por la Liga de Damas Católicas, la Asociación de Hombres Católicos, la Liga de la Juventud Femenina Católica y la Federación de la Juventud Católica (Argentina. 1931). El proceso de concentración había comenzado desde 1928, comandado por Santiago Copello que asumiría el cargo de arzobispo de Buenos Aires en 1932 y el padre Gustavo Juan Franceschi quien muy pronto tomaría la dirección de la revista Criterio pues la ACA había absorbido a los CCC. Esto último resultó un acierto para la causa integrista pues el prestigio y mecanismos de formación desarrollados por los Cursos impregnaron el nuevo proyecto. Además, ante la efervescencia política que rodeó el golpe de 1930, era claro que el catolicismo debía convivir con el nacionalismo e incluso disputarle espacios y militantes, por lo que la ACA sería de gran utilidad (Di Stefano, 2000, pp. 376, 398-399, 407, 423; Ghio, 2007, pp. 66-68).
Durante el régimen del general Agustín P. Justo (1932-1938) se dio una proliferación de organizaciones nacionalistas que al mismo tiempo mantuvieron una tendencia a la atomización, de tal suerte que parecían crecer de forma espectacular, aunque realmente carecían de peso político. Claro ejemplo fue la referida LCA que sostenía y defendía con los puños el ideario del nacionalismo, especialmente en su vertiente tradicionalista, pero que al terminar el gobierno de Uriburu comenzó un proceso caracterizado por escisiones, asociaciones fallidas y cambios abruptos en una nómina que según ellos mismos llegó hasta los 10 mil afiliados. En la misma lógica, los intelectuales nacionalistas fueron desplazados del gobierno, hecho al que se sumó una política económica signada por el Tratado Roca-Runciman de mayo de 1933. En consecuencia, los nacionalistas, especialmente los que habían impulsado La Nueva República, movieron sus miras hacia el campo ideológico-cultural, cuestionando la “venta de la Nación”, la corrupción y los vicios de la oligarquía tradicional (Beraza, 2005, pp. 25, nota al pie 7 en pp. 46-47; Zuleta, 1975, pp. 241-245, 314). Partiendo de la premisa de que los males presentes de la Nación tenían su origen en el pasado, promovieron la idea de que se había impuesto una “versión oficial” de la historia fundada en errores, omisiones y falsificaciones, con el objetivo de justificar y legitimar el ascenso de la oligarquía junto con una casta política liberal y corrupta encarnada en Domingo Fausto Sarmiento. Por tanto, debía emprenderse la tarea correctiva, es decir, reescribir la historia nacional y reivindicar a los verdaderos héroes como Juan Manuel de Rosas. El ejercicio de opuestos no ofrecía grandes sorpresas pues invertía la periodización oficial convirtiendo la “etapa oscura” en el momento idílico que debía ser rescatado. Así cobró forma el revisionismo histórico, fenómeno cultural que tuvo su punto de partida en La Argentina y el imperialismo británico, obra hecha por los hermanos Irazusta y publicada en 1934 (Irazusta, 1934; Terán, 2009, pp. 230-239).
Mientras tanto, entre el 9 y el 14 de octubre de 1934, la Iglesia católica argentina realizó el primer Congreso Eucarístico Internacional en América Latina, evento multitudinario al que se dieron cita católicos de numerosas partes del subcontinente, regalando impresionantes estampas a la prensa internacional entre las que destacó la del presidente y general Agustín P. Justo a un lado del cardenal Eugenio Pacelli, secretario del Estado Vaticano y a la postre sumo pontífice, demostrando el éxito de la reorganización iniciada a fines del siglo XIX así como la consolidación del mito de la “nación católica” (Di Stefano, 2000, pp. 403-405; Ghio, 2007, pp. 73-75).
Había pasado muy poco tiempo desde el golpe de 1930 pero era evidente que se estaban delimitando los contornos del universo ideológico nacionalista al mismo tiempo que se remarcaban sus vertientes internas definidas por grandes diferencias doctrinarias o por matices muy sutiles.12 Este auge ideológico del conservadurismo argentino, enmarcado por los regímenes militares, coincidió -no de forma casual- con la efervescencia de las derechas en la Europa continental de las cuales el referente más importante lo constituyó el proceso español, particularmente el falangismo y luego el franquismo, visto como un triunfo del mundo católico sobre la conspiración moderna (Beraza, 2005, p. 48; Buchrucker, 1987, pp. 174-205; Rubinzal, 2008, p. 257-258; Zanatta, 2002, pp. 291-295), lo que significó la sustitución del referente francés por el hispano. A decir de Fernando Devoto, este proceso fue más o menos acelerado y con claros puntos de inflexión, especialmente en el año de 1934 cuando la Falange Española se fusionó con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, se llevó a cabo el Congreso Eucarístico en Buenos Aires y finalmente apareció Defensa de la hispanidad (Devoto, 2016),13 obra que se convirtió en puente entre el catolicismo integralista intransigente, el nacionalismo restaurador argentino y el falangismo español, pues condensaba numerosos ensayos de Ramiro de Maeztu, intelectual español que ya había sido embajador primoriverista en Argentina, y en la que se afirmaba que “[n]o hay en la Historia universal obra comparable a la realizada por España, porque hemos incorporado a la civilización cristiana a todas las razas que estuvieron bajo nuestra influencia” (De Maeztu, 1934).
En este periodo también comenzó a cobrar notoriedad el sacerdote Julio Meinvielle, furibundo anticomunista y antisemita, asiduo asistente y conferencista de los CCC14 que se caracterizó por una constante actividad pública pues se erigió como un prolífico autor de textos y un polemista en diversos espacios del nacionalismo católico. Su pensamiento estaba fuertemente inspirado por la obra de Santo Tomás en contraposición al pensamiento moderno en sus distintas variantes, así como a las ideas de Maurras, de ahí que Meinvielle reivindicara un orden social teocrático (Meinvielle, 1941, pp. 29-30, 45). Por tanto, la ciudad y la política no podían ser producto de las acciones de la masa, sino acciones ordenadas para la procuración del bien común, siempre en consonancia con los designios divinos.
El Estado, por su parte, debía ser corporativo y autoritario, mientras que la sociedad, al ser una entidad natural debía estar estratificada de forma permanente: artesanos encargados del trabajo, burgueses para la economía, nobles que asuman la política y sacerdotes para la religión. Así, tanto el sector militar como el religioso, terminarían por ser privilegiados en el modelo (Lvovich, 2003, pp. 403-416; Meinvielle, 1941, pp. 187-199; Zanatta, 2002, pp. 52-54). Además, haciendo eco de una larga tradición judeofóbica dentro de una porción del cristianismo, así como del antisemitismo nacionalista argentino, Meinvielle sostenía que el pueblo judío, cuyo origen es divino, cometió el pecado de deicidio, de ahí que para mantener su propia existencia debía destruir a la civilización cristiana usando todos los medios posibles (Meinvielle, 1941, p. 75).
El antimodernismo, entonces, debía volver a las raíces por lo que los nacionalistas tradicionalistas dieron vida al término “revolución restauradora”, una versión nacional de la tradición europea de la “revolución conservadora”. En la misma frecuencia, comenzó el culto por un pasado idílico, una edad media idealizada que, por extensión, continuaba en suelo americano, pero en su versión colonial. Ahí embonó perfectamente el revisionismo histórico (Buchrucker, 1987, pp. 129-134, 163-174; Meinvielle, 1959).
En este nuevo edificio doctrinario los cimientos no fueron cambiados, solamente reforzados. El liberalismo y su componente democrático seguían siendo asimilados a la demagogia, mientras que el aspecto económico ligado a la presencia de capitales extranjeros, especialmente el británico, representaba una exaltación del anti-imperialismo inherente al nacionalismo culturalista o esencialista. Además, el mundo anglosajón podía ser fácilmente asimilado con el protestantismo y, en consecuencia, con el entramado conspirativo. Y mientras el liberalismo constituía la faceta decadente de la modernidad, el comunismo se erigía como la amenaza externa asociada con la violencia (Buchrucker, 1987, pp. 134-142).
Pero, aunque el integralismo intransigente permitió el reforzamiento de los lazos entre la Iglesia católica, la élite tradicional desplazada del poder, un sector del ejército y el nacionalismo restaurador, la relación no fue tersa generando fronteras permeables y militancias múltiples, así como conflictos de diversa escala. Por ejemplo, uno de los objetivos centrales de la ACA y de los nacionalistas fue el reclutamiento de jóvenes lo que inició una competencia por las bases.15 Ejemplo de esto fue la rama juvenil de la LCA que se consolidó en junio de 1935 cuando adoptó el nombre de Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios, agrupación cuyo distintivo –una cruz de cuatro triángulos en azul y blanco- y lema –“volveremos vencedores o muertos”- evocaba a los caballeros de Malta, figuras míticas del catolicismo relacionadas con las cruzadas y la idea de reconquista.
Muy pronto la UNES, liderada por Juan E. Queraltó y Alberto Bernaudo, comenzó una separación que concluyó en septiembre de 1937. En ese año, por idea del coronel uriburista Juan Bautista Molina, se creó la Alianza de la Juventud Nacionalista (AJN), organización formada con lo que había sido la UNES y que, al mismo tiempo, la incluiría como uno de sus brazos. La AJN pretendía tener núcleos o comandos en todo el territorio argentino y estaba estructurada en secciones dirigidas por un jefe y un secretario que debían promover el ideario nacionalista entre sectores juveniles y trabajadores, además de enfrentar a la amenaza comunista en cualquier espacio y por todos los medios. En otras palabras, debían continuar el activismo violento y callejero de la LCA en un contexto distinto (Beraza, 2005, p. 36; Bilotti, 2006, pp. 69-70, 76-77, 442-443; Goebel, 2007, p. 359; Gutman, 2003, p. 31; Navarro, 1968, pp. 148; Zuleta, 1975, pp. 295-296).16
La AJN era el claro ejemplo de las agrupaciones nacionalistas herederas de los comandos paramilitares como la Liga Patriótica que mantenían un halo de elitización pero que poco a poco miraban con admiración los movimientos de masas de las derechas europeas. Por eso, a partir de 1938, la Alianza se presentó en las manifestaciones del 1° de mayo, hasta ese momento monopolio de las organizaciones de izquierda, realizó charlas en barrios populares, desplegó una iconografía y motivos alusivos a la fortaleza obrera y a los compañeros caídos, definió una parafernalia militarizada y mostró expresiones claramente antisemitas. Este cambio sustancial, según Besoky, “marcará la transición entre un nacionalismo restaurador o tradicionalista hacia un nuevo tipo: el nacionalismo populista, con menos reticencias a incorporar al pueblo en la disputa política y un poco más proclive a participar de las elecciones.” (Besoky, 2014, p. 65).
El tema de las masas no era la única diferencia sustancial entre las experiencias europeas y la argentina, pues los nacionalistas, luego del sueño uriburista, debieron repensar la vía para la toma del poder, abriendo la discusión en torno al golpe militar, la vía electoral o el avance gradual que representaba un punto intermedio, siempre atendiendo a la carencia de amplios contingentes de base y la necesidad de un líder fuerte que encabezara el proceso. Por otra parte, el discurso xenófobo ya no tenía el mismo impacto que en años anteriores pues las oleadas de migrantes habían disminuido drásticamente.
Además, aunque la Iglesia católica compartía muchos de los lineamientos, no formaba parte del movimiento. A la lista se sumaban el carácter eminentemente capitalino de la tendencia en cuestión, su inherente elitismo que limitaba la completa integración de otros sectores simpatizantes al movimiento, la disminución del activismo comunista, por lo menos a la vista de la sociedad, lo que complicaba la retórica sobre el enemigo bolchevique, y la disputa de la paternidad sobre el tema del anti-imperialismo, bandera defendida por numerosos grupos de izquierda. Por último, la posición de Argentina sobre la Guerra Mundial coronó la complicada situación del nacionalismo restaurador que, a la luz del reacomodo de posiciones político-ideológicas, debió renunciar a un descarado filofascismo y ubicarse en el bando de la neutralidad junto con la Iglesia católica, refugiándose en el hispanismo (Beraza, 2005, p. 32, 34, 60; Buchrucker, 1987, pp. 205-230; Zanatta, 2002, p. 296-302).
En ese escenario la AJN, que contaba con 11 mil miembros en su mayoría jóvenes, mantuvo el activismo callejero y proclamó abiertamente su respaldo a la neutralidad de la Argentina en el conflicto internacional (Besoky, 2014, p. 66-67), pero ante el inminente relevo generacional dio paso a la Alianza Libertadora Nacional (ALN), organización conformada por un Consejo Nacional, una Junta Ejecutiva y Convenciones de distrito que, a su vez, dirigían comandos distritales. Esta nueva Alianza mantuvo los presupuestos del nacionalismo primigenio, pero agregó la necesidad de una base popular mediante demandas de justicia social, haciendo eco del falangismo español, por eso para presentarse eligieron la manifestación por el Día del Trabajo aglutinando un contingente de casi veinte mil simpatizantes, aunque el verdadero impacto de la Alianza se dio entre algunos sectores medios de la sociedad que comenzaron a replicar el lema de la organización: “Por Dios y por la Patria, hasta que la muerte nos separe de la lucha.”
Pocos días después la ALN se declaró a favor del régimen militar instaurado luego del golpe el 4 de junio, pero muy pronto se arrepintió. El 31 de diciembre se decretó la disolución de los partidos políticos y el 11 de enero de 1944 la de las organizaciones nacionalistas, decisión que anunciaba la posible alianza abierta con los Estados Unidos y la consecuente declaración de guerra contra el Eje (Besoky, 2014, pp. 67-68; Beraza, 2005, pp. 58-59; Buchrucker, 1987, pp. 286-289; Navarro, 1968, pp. 192-193). A esto se sumaron el aumento en las confrontaciones con los comunistas, la proscripción y la persecución de los líderes de la Alianza y el ascenso de Juan Domingo Perón provocando la oposición de los jóvenes nacionalistas (Beraza, 2005, p. 37-38, 41-45, 54-57; Gutman, 2003, p. 34; Navarro, 1968, pp. 182-185).
A pesar de las detenciones, la Alianza siguió operando a través del Sindicato Universitario Argentino (SUA), el Sindicato Universitario de Medicina (SUM) y la UNES, ésta última, la rama más nutrida y activa en la defensa de la educación religiosa y el anti-comunismo. Dentro de la Unión, un núcleo del colegio Otto Krause comenzó en julio de 1945 la publicación de un periódico cuyo nombre era Tacuara, en alusión al tipo de caña con el que los caudillos federales del siglo XIX fabricaban sus lanzas (Tacuara, julio, 1945). El panfleto tendría suficiente éxito como para convertirse pronto en el vocero oficial de toda la UNES, pero para entonces la dinámica peronista de concentración de poder amenazaba con devorar a los nacionalistas, especialmente ante el inminente peligro que representaba para éstos la toma del poder por parte de la Unión Democrática integrada por radicales, conservadores, socialistas y comunistas. El reacomodo de fuerzas llevó a numerosos nacionalistas, como Juan Queraltó, hacia el naciente campo peronista, por eso aunque los líderes estaban encarcelados, la ALN participó en las manifestaciones del 17 de octubre, fecha en la que un joven de 17 años llamado Darwin Passaponti y miembro de la UNES, falleció por un impacto de bala, convirtiéndose casi de inmediato en un mártir para el resto de los nóveles nacionalistas: “[…] su sangre ha prendido en la bandera unista la medalla punzó del coraje indomable [sic].” (A los unistas, p. 4; Besoky, 2014, pp. 69-70.)
Entre 1946 y 1955 se construyó la doctrina justicialista y de su mano el eje que atravesó todo el espectro político-ideológico de Argentina durante décadas: peronistas y antiperonistas. Así, conforme pasó el tiempo y el escenario político cambió, numerosos jóvenes nacionalistas decidieron abandonar las filas de la UNES, mientras otros tantos terminaron por integrarse de lleno al peronismo, como la dirigencia de la ALN (Palabras del Presidente, octubre 1948). De esta forma, para 1949 lo que quedaba de la Unión decidió separarse de la Alianza.
A principios de los años cincuenta el joven Eduardo Rosa, a petición del peronista Juan E. Queraltó, publicó una convocatoria para reiniciar los trabajos de la UNES. Al llamado respondieron otros nacionalistas menores de edad quienes, para sorpresa del organizador, afirmaron que conformaban la verdadera UNES y que se habían separado de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN) pues se había “vendido” al peronismo. Según Rosa, fuera de eso, realmente “no había ninguna diferencia ideológica” (Santiago, 2013).
Luego del primer contacto cada núcleo tomó su propio camino, pero en 1953 Guillermo Patricio Kelly acompañado de policías tomó por asalto la dirección de la ALN, así que los pocos unistas reunidos en torno a Rosa decidieron integrarse a la otra UNES en la que militaban personajes como Alberto Ezcurra Uriburu un joven reservado, nacionalista por vía paterna –su padre era un intelectual nacionalista, revisionista, muy cercano a Meinvielle y partícipe de los CCC- y pariente del militar golpista de los años treinta por vía materna, así como Oscar Denovi y Horacio Bonfanti con quienes compartía labores en un taller de motocicletas (Santiago, 2013a, 2013b; Bardini, 2002, p. 32).
La Unión, que a veces llegaba a los veinte integrantes, se reunía cada sábado en el local de la calle Matheu #185 del barrio de Balvanera para discutir diversos temas expuestos por ellos mismos a partir de la lectura de trabajos sobre el falangismo primoriverista y la historia de Argentina en clave revisionista. En ocasiones el trabajo de reflexión era acompañado por unas cuantas manifestaciones callejeras, pintas y campamentos.17
Cuando el conflicto entre Perón y la Iglesia católica llegó a su clímax, este núcleo de unistas comenzó a conspirar contra el gobierno, haciéndose de contactos y armas de bajo calibre para el momento de intervenir. Así, en septiembre de 1955 participaron en el golpe volando algunas estaciones de radio, por lo que posteriormente se podrían jactar de haber formado parte activa, aunque modesta, de la autoproclamada “Revolución Libertadora”. La fama se pasó de boca en boca y un día, al comenzar la reunión para discutir un nuevo texto, había varias decenas de jóvenes dispuestos a alistarse (Santiago, 2013a, 2013b).
Al poco tiempo, el núcleo dirigente percibió que, tanto por su edad como por las posibilidades del nuevo grupo, ya no podían seguir siendo la UNES. Luego de comentarlo por algún tiempo, en una mesa del bar La Perla en el barrio Once, Alberto Ezcurra, Joe Baxter, Horacio Bonfanti, Oscar Denovi, Luis Demharter, Raúl Villarrubias, Jorge Rhode y Eduardo Rosa decidieron fundar una nueva organización que mantendría a la UNES como uno de sus brazos. Se reinventarían como lo habían hecho los nacionalistas que les antecedieron, manteniendo el cuerpo doctrinario y los repertorios de acción, pero asumiendo un nuevo nombre y una aparente nueva identidad. Eduardo Rosa argumentó que el nombre debía ser algo corto que pudiera gritarse y ser recordado por los militantes y los enemigos, fácil de pintar en las paredes, sin siglas porque todos “estaban hartos de eso” y, sobre todo, que hiciera referencia al perfil ideológico del grupo, algo como el título de la revista que imprimía la UNES una década antes: Tacuara.18
Así nació el Grupo Tacuara de la Juventud Nacionalista (GTJN)19 con el principal objetivo de incidir en el universo nacionalista -en el que convivían con otras agrupaciones- para liderarlo hacia la revolución restauradora. Su primer líder fue Demharter, quien había sido jefe nacional unista y era el de mayor edad, sin embargo, al ser buscado por robo fue sustituido rápidamente por Alberto Ezcurra quien con 20 años de edad se convirtió rápidamente en el referente ideológico de la organización (Bardini, 2002, p. 31; Gutman, 2003, pp. 56-57).
En esos primeros momentos, aunque existía un núcleo dirigente más o menos definido, no había una nómina fija de militantes ni una identidad delimitada. Así, mientras a las charlas asistían una centena de jóvenes interesados, en los campamentos sólo había unas cuantas decenas de unistas y tacuaristas (Santiago, 2013a). Entonces la dirigencia del GTJN, con Ezcurra a la cabeza, decidió cambiar la estructura de la organización y comenzó por realizar el Primer Congreso Nacional en Marcos Paz, a 48 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, donde se discutió y aprobó el “Programa básico revolucionario” del nuevo Movimiento Nacionalista Tacuara (Santiago, 2013b). El documento, que emulaba los “Puntos Iniciales de la Falange Española” publicados en 1933 (Puntos Iniciales de la Falange Española, 1933; Gutman, 2003, pp. 58-60), fue reproducido y repartido en distintos colegios del Gran Buenos Aires, tenía 36 artículos organizados en siete secciones e intentaba dar cuenta de manera sintética de los principios, objetivos y medios del naciente Movimiento con la clara intención de atraer nuevos reclutas.
La primera parte titulada “ARGENTINA” contaba con dos artículos en los que el MNT claramente se colocaba en la línea del esencialismo hispanista en clave falangista: “Argentina es una UNIDAD DE DESTINO [mayúsculas en el original], y tiene, como heredera del Imperio Español, una misión que cumplir en lo Universal” y para hacerlo debía “romper con las viejas estructuras económicas, sociales y políticas del liberalismo burgués.”
La segunda sección incluía cinco artículos y versaba sobre “ESTRUCTURAS POLÍTICAS”: “Ante el fracaso histórico del régimen liberal-burgués, la Revolución lo reemplazará por el Estado Nacional-Sindicalista”, mientras que el “ineficaz Parlamento será reemplazado por las Cámaras sindicales” que “designarán al Poder Ejecutivo”. “Se suprimirán los partidos políticos” y las “jerarquías de la Nueva Sociedad se basarán sobre la plena responsabilidad de sus integrantes.”20 Al respecto llama la atención el uso del término “revolución” como un proceso necesario y prácticamente inminente para la instauración de una nueva estructura de gobierno en consonancia con los postulados de un importante sector de la izquierda del momento, aunque en el caso tacuarista con un claro signo conservador. Por otra parte, de nuevo en concordancia con las propuestas falangistas, aparecen los cuerpos intermedios como los principales vínculos entre la sociedad y estado.
En la tercera parte, sobre la “POLÍTICA SOCIAL” en cinco artículos, los principios de cohesión y homogeneidad social se articulan con la propuesta de un Estado fuerte y al mismo tiempo con una idea del otro -el extranjero- como algo ajeno, pero curiosamente no sujeto a exterminio sino a revisión e integración forzada: “Sin Justicia Social no puede haber paz ni orden en el país” por lo que el “Nuevo Estado tenderá a la progresiva eliminación de las barreras económicas, sociales y culturales [...]”. Por su parte, la “familia, unidad social fundamental” sería protegida mediante el “matrimonio indisoluble”, “la inmigración será estrictamente seleccionada y controlada”, mientras que la ciudadanía sería concedida “con base en servicios prestados” y una “total identificación con la comunidad nacional”.
Sin mayor sorpresa en las “ESTRUCTURAS ECONÓMICAS”, con nueve artículos, se establecía que el Estado asumiría el control de las empresas “vitales para la defensa nacional” incluyendo bancos, mientras que sólo fungiría como árbitro entre patrones y obreros de empresas medianas y pequeñas. Por otra parte, la Revolución terminaría con los latifundios y repartiría las tierras entre jefes de familia, proveyéndoles de los recursos tecnológicos necesarios. Finalmente, el capital privado dispuesto “para préstamos a interés” sería considerado un delito.
En “ESPÍRITU Y EDUCACIÓN”, con seis artículos, los tacuaristas resumían la relación Estado-Iglesia y reivindicaban un tercerismo fundado en el esencialismo de la Nación: “Frente al materialismo liberal-marxista, el Nacionalismo afirma la primacía de los valores espirituales del hombre y la sociedad conforme a la Verdad Católica que, por otra parte está enraizada en forma irrevocable en nuestro destino histórico y en nuestro ser nacional”, en consecuencia, la Iglesia debía participar en el Estado Nacional-Sindicalista y por ende, asumir el control de la educación que debía ser “absolutamente gratuita” y “abandonar totalmente los moldes del enciclopedismo.”
En el sexto apartado, sobre las “FUERZAS ARMADAS”, se detallaba la relación orgánica del cuerpo armado con el Estado y la sociedad: “Afirmamos un sentido militar de la existencia, basado en la jerarquía, la disciplina y el servicio”, por ello, “las Fuerzas Armadas [...] deberán cumplir una misión educadora” además de ser defensores de la Nación.
Por último, en cinco artículos se hablaba de “POLÍTICA INTERNACIONAL” en términos de un diagnóstico que reforzaba lo referido anteriormente y no como una agenda política, afirmando que la emergencia de los nacionalismos en Europa, Asia y África, así como la “liberación integral de Hispanoamérica” romperían la “artificial” división del mundo en los bloques antagónicos marxismo y capitalismo. Ahí, Argentina tendría una política de “neutralidad positiva” y reivindicaría su soberanía sobre las Islas Malvinas y el Territorio Nacional Antártico.
En síntesis, las ideas de una nación con una misión histórica, una revolución como medio para crear un Estado autoritario, paternalista, vigilante e interventor, una sociedad jerarquizada y delimitada por una moral conservadora, de la Iglesia católica como garante de esa moral, así como de aparente equidad disfrazada de justicia social, hacían evidente que el Programa era heredero del nacionalismo restaurador y que su mayor inspiración era el falangismo español.
También relucía la influencia del principal asesor de la organización el sacerdote Julio Meinvielle a quien veían con frecuencia en la Casa de Ejercicios Espirituales, un viejo convento, así como en la librería Huemul, espacio tradicional de los nacionalistas restauradores. Esto daba coherencia a un imaginario político en el que se libraba una batalla frontal contra los enemigos del catolicismo y la Patria: comunistas, liberales, judíos, oligarcas, etc. Sin embargo, a decir de algunos ex militantes, no todos estaban completamente de acuerdo con las posturas políticas de Meinvielle e incluso mantenían cierta distancia (Gutman, Tacuara, 2003, pp. 60- 61; Santiago, 2013a, 2013b).
De cualquier forma, el modelo dual de amigo-enemigo embonaba fácilmente con la interpretación que los nacionalismos europeos de la entreguerra habían hecho de la política, resultaba una forma muy sencilla de analizar el mundo y, por ende, de generar estrategias de acción, pues sintetizaban la confrontación contra el “otro” que era sujeto de exterminio y no de cooptación o convencimiento. Además, en caso de duda o falta de respuestas, siempre estaba la teoría de la conspiración, cuya amplitud permitía encontrar al culpable: el judío internacional. En otras palabras, no había mucho lugar para matices por lo que el discurso político se debía supeditar a la lógica de los puños.
En este sentido, las formas y prácticas que adoptó Tacuara no resultaron del todo novedosas en el universo nacionalista, por lo menos de principio. El lema, mantenido desde los tiempos de la AJN y la ALN, “Por Dios y por la Patria hasta que la muerte nos separe de la lucha”, reivindicaba el sentido martirizante de la misión, así como los dos conceptos que identificaban al nacionalismo argentino con el hispanismo de corte más conservador. El trato de “camaradas” reivindicaba la idea de lazos más allá de la convivencia apuntando a la fraternidad y entrañable relación en el “campo de batalla”, por cierto, idea disputada al universo de las izquierdas desde los años cuarenta. El saludo con el brazo derecho extendido y la posición firme, daba cuenta de la marcialidad que se quería imprimir a cada aspecto de la vida y, por supuesto, de la empatía con los totalitarismos europeos (Argentina, Movimiento Nacionalista 'Tacuara').
Creado el grupo, publicado y difundido el ideario y puesto en marcha el reclutamiento, los tacuaristas voltearon a su alrededor para darse cuenta que la geometría política había cambiado y que mientras muchos nacionalistas se habían distanciado de la Libertadora otros tantos coqueteaban con el gobierno de Arturo Frondizi cuyo respaldo era muy heterogéneo e incluía a los perseguidos peronistas (Gutman, 2003, pp. 62-65). Al poco tiempo de haberse instalado, el gobierno de Frondizi quedó en medio de la polémica, primero por la política en materia petrolera y luego por el conflicto conocido como “laica o libre”21 por los bandos en disputa: en un lado estaban los laicos que incluían a radicales del pueblo, socialistas, comunistas, federaciones estudiantiles como la Universitaria de Buenos Aires (FUBA) y rectores de universidades nacionales así como un importante sector de la comunidad judía representada por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) (Senkman, 1989, p. 25), mientras que por el bando de los libres se alistaban la Iglesia católica, peronistas más o menos desarticulados y sectores conservadores entre los que destacaba el nacionalismo tradicionalista.
La efervescencia callejera de las multitudinarias manifestaciones atrajo a los tacuaristas quienes, sin mucho convencimiento de la alianza, se pusieron del lado de los libres y aunque no lograron convertirse en una fuerza hegemónica ni algo cercano, sí llamaron la atención de muchos jóvenes gracias a la parafernalia que les caracterizaría de ahí en adelante: arranques violentos que incluían lanzamiento de piedras contra diarios “bolches”, pintas, peleas callejeras, cantos y consignas como “¿Dónde está la F.U.B.A.?; está en la sinagoga” (Anónimo, 1958).
La cruz de Malta con los colores azul y blanco, vieja insignia unista y la leyenda “Tacuara”, se hicieron de prestigio entre jóvenes de colegios católicos. Poco tiempo después Joe Baxter de 17 años, alias “el Gordo”, hijo de un irlandés,22 estudiante de la facultad de Derecho, operador internacional nocturno en Teléfonos del Estado y buen orador exaltaría esos días: “Los estudiantes que se alineaban en el sector denominado “libre”, después de algunas vacilaciones y titubeos, debieron entregar la conducción de la lucha a los grupos nacionalistas, los que con su disciplina y coraje lograron resonantes victorias en el conflicto.” (Baxter, 1958) Aunque los cambios cimbraron al núcleo original, por ejemplo, el mismo Baxter fue desplazado de la jefatura de la rama estudiantil por Axel Aberg Cobo, secretario de propaganda que gozaba de fama en la organización por gastar grandes sumas y codearse con los jóvenes de élite recién llegados.23
Tacuara ganó terreno, aumentando su nómina con jóvenes de familias conservadoras y apellidos de la oligarquía a la que decía combatir, aunque también tuvo presencia en algunas escuelas públicas. Así llegó la primera oleada de nuevos militantes. La doctrina era fácil de digerir y la valía en el grupo se demostraba obedeciendo y peleando, entonces adoptó características de una pequeña milicia con elementos fascistas. Los tacuaristas se uniformaron por orden de Ezcurra con camisas y pantalones grises, botas con puntas de metal, peinado recogido y engominado (peinado hacia atrás con cera), así como un correaje para completar el aspecto militarizado que, junto al saludo con el brazo derecho extendido acompañado del grito “¡Arriba Tacuara!”, proyectaba la idea de renacimiento de los grupos nacionalistas de los años treinta. Pero todo este imaginario, del que se sentían parte los viejos y nuevos militantes, encontraba su clave en la ceremonia de entrada que incluía un juramento de lealtad heredado del que hacían los aliancistas en los años cuarenta y que se realizaba en lugares con profundo simbolismo como la Capilla de las Banderas Inglesas o en la tumba del mártir nacionalista Darwin Passaponti en el cementerio de la Chacarita (Bardini, 2002, pp. 34-36; Gutman, 2003, pp. 67-72).24
En ambos casos, el recluta, que ya había demostrado su valía y capacidad y que, debemos recordar, tenía entre los 14 y 18 años, era acompañado por una pequeña comitiva hasta el lugar donde era interpelado: “Jurais [sic] con el corazón y el brazo señalando el testimonio de Dios, defender con vuestra vida y vuestra muerte los valores permanentes de la Cristiandad y de la Patria.” Una vez aceptado el primer reto se hacía la segunda interpelación: “Jurais [sic] permanecer leal a los principios del movimiento, respetar sus jerarquías y hacerlos respetar por amigos y enemigos.” (Argentina, Movimiento Nacionalista 'Tacuara') Con la respuesta afirmativa del aspirante quedaba sellada su entrada al movimiento, consumando un evento considerado como un logro por los asistentes y que adquiría tonos de sublimación para el aspirante, quien estaba rodeado por múltiples símbolos en cualquiera de los puntos antes mencionados. Luego del ritual, la entrada en la organización era acreditada con un carné azul que incluía el referido juramento, las cualidades de todo tacuarista, un verso retomado de Martín Fierro que exaltaba la gallardía y agresividad, así como una sentencia repetida por la UNES de los años cuarenta y revivida para la coyuntura: “Queremos que en los colegios se enseñe a servir a Dios y a la Patria” (Gutman, 2003, pp. 71-72).
El conflicto “laica o libre” funcionó como catalizador para la organización que creció numéricamente y reafirmó sus creencias más básicas como quedó de manifiesto en el número 7 de la publicación Tacuara que seguían distribuyendo como vocero de las juventudes nacionalistas: primero, la verdadera antítesis del mundo no era democracia-bolchevismo sino materialismo-idealismo, incluyendo en el primero al capitalismo y al marxismo; segundo que la mejor forma de defender el idealismo occidental era el nacionalismo cerrado y anti-imperialista; tercero, los mejores pueblos de Europa han dado cuenta de ese nacionalismo cerrado, pero las “fuerzas ocultas, sobreestatales, raciales y financieras” han ahogado esos intentos; cuarto, el desarrollo espiritual debe privar sobre el económico; quinto, que la política y la prudencia no eran aceptables frente a la violencia “que es la penúltima razón”; sexto, los judíos son los enemigos mortales del MNT; y séptimo, la Argentina debe purificarse para asumir el papel de conductor de América Latina. Y por si alguna duda quedaba, una frase en letras grandes al final de la última página reafirmaba: “Los peores enemigos de la Patria son los judíos, masones, marxistas y burgueses.” (Ezcurra, 1958)
Pero tan pronto terminó la coyuntura varios de los recién llegados se fueron. Aunque fugaz, el proceso permitió que se difundiera el periódico Tacuara, que el núcleo original se consolidara y que la estructura del mismo se rediseñara para crecer. Así, por ejemplo, a principios de 1959 el autodenominado Comando Nacional del MNT llamó a sus integrantes a re-afiliarse a partir del siguiente esquema: los simpatizantes podían usar el distintivo de la cruz de Malta luego de llenar un formato y pagar su cuota mensual; los afiliados debían hacer el juramento y eran llamados a la acción, por lo que también podían pedir apoyo cuando lo requirieran; los militantes, por su parte, habían demostrado suficiente valía intelectual y/o física así que formaban parte de la élite tacuarista, espacio donde se tomaban decisiones sobre las acciones y el nombramiento de la jefatura (Argentina, Movimiento Nacionalista 'Tacuara').
La coyuntura que nutrió a la organización fue muy parecida al fenómeno que vivió el nacionalismo cuando se hizo de base social entre los treinta y cuarenta. No se había perdido el perfil elitista de la cúpula, así como el de algunos nuevos reclutas, pero en la base también se estaban integrando jóvenes que no procedían de colegios católicos o de barrios pudientes.
Con una nueva fisonomía, pero las mismas ideas, el MNT- o “La Caña” como se le llamaba - siguió buscando la conquista de las calles, acostumbrando a los porteños a las escenas de peleas campales generalmente comenzadas por los nacionalistas, así como a las mañanas con pintas en los muros señalando al gobierno, exigiendo la salida de judíos y comunistas o bien, reivindicando la revolución nacionalista.
La vinculación entre el pensamiento integral intransigente y la tradición de oposición a “las masas” y “los extranjeros” sólo podía concretarse y evolucionar en la medida que se crearan espacios de formación e intercambio de ideas y ahí cobraron especial relevancia los CCC, así como Criterio y La Nueva República. En este punto resulta central la constitución de una intelectualidad católica no necesariamente dirigida o censurada por la institución, lo que permitió la creación de puentes entre el universo estrictamente religioso doctrinario y sectores sociales más bien inmersos en la idea de una decadencia del liberalismo. Al edificio doctrinario se sumaron el revisionismo, el hispanismo en clave falangista y la idea de una conspiración judeo-masónico-comunista, constituyendo un corpus doctrinario que aparentaba solidez pero que realmente se definía por su permeabilidad y poca practicidad.
De hecho, en el recorrido mismo de la tradición se destacaron numerosos momentos de conflicto interno como las disputas entre seglares y clérigos, los primeros exigiendo mayor autonomía y los segundos reivindicando el control y la jerarquía, así como la pugna entre la Iglesia católica y los nacionalistas por los sectores juveniles. Sobre esto último, en el caso de las dos alianzas –AJN y ALN-, es importante señalar que se mantuvo el membrete de UNES para los brazos en el nivel secundario, dando cuenta por un lado de la importancia que tenía el reclutamiento de los más jóvenes y, por otro, la invención de una tradición, es decir, la necesidad de sostener que a pesar del paso del tiempo existía una especie de esencia que atravesaba a la juventud nacionalista simbolizada por la existencia de la mítica Unión. No sobra recalcar que tanto la Segunda Guerra Mundial como el fenómeno del peronismo atravesaron al universo nacionalista catalizando las pugnas internas.
El Movimiento Nacionalista Tacuara representó una clara continuación de la tradición de organizaciones inscritas en el nacionalismo restaurador con un importante sustrato ideológico del integralismo-intransigente católico. Por una parte, algunos de los fundadores prolongaron su militancia desde la UNES, replicando lo aprendido tanto en términos ideológicos como en la práctica política. De hecho, el nombre de la organización funcionaba como un puente con las generaciones precedentes de jóvenes nacionalistas. Por otro lado, más allá de la continuidad de algunos miembros, los nuevos reclutas eran formados e instruidos en el código del nacionalismo restaurador siendo su principal referente la Falange española, independientemente de que los escenarios nacional e internacional fueran distintos a los del periodo entreguerras. En este anclaje ideológico jugaron un papel central el sacerdote Julio Meinvielle y el líder tacuarista Alberto Ezcurra, férreos defensores del código y las prácticas de sus antecesores. De hecho, es probable que esta característica haya contribuido a que Ezcurra fuera nombrado líder de la organización.
Pero el peso de la tradición no podía anular los cambios en los escenarios nacional e internacional de los últimos años, por lo que resultaba coherente que los jóvenes unistas construyeran un nuevo rostro político, lo que daría visos de una cierta consciencia o cuando menos un pragmatismo que les permitía superar el estadio de la UNES. Así pues, la tensión entre tradición y renovación estuvo presente en Tacuara desde el comienzo y ejemplo de ello serían las reticencias de algunos militantes para seguir ciegamente a Meinvielle.
Considerando lo anterior, propongo que dicha tensión, también expresada como la disputa entre el dogma y el pragmatismo, potenció la fragilidad ideológica o cuando menos cierta permeabilidad inherente a la tradición nacionalista restauradora, convirtiéndose en primera instancia en la guía para relacionarse de forma ambivalente con otros actores y en segundo término en el eje que articuló las escisiones del grupo.
De esta forma, aunque podría decirse que el primer núcleo del MNT era antiliberal pero algunos de sus militantes buscarían alianza con partidos, también era antiperonista pero luego algunos tacuaristas se vincularían con la resistencia peronista, era católica integral intransigente pero una escisión acusaría al MNT de comunista por no rechazar a la modernidad completamente, estaba en la derecha política aunque algunos de sus fundadores y nuevos reclutas fundarían un núcleo que pugnaría por la revolución socialista. En otras palabras, Tacuara fue un digno representante de una tradición que mostró una faceta incólume pero que escondía un pasado ideológico magmático.
Archivo Histórico de la Biblioteca Nacional, Argentina
Archivo Personal de Daniel Gutman, Argentina
Archivo del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas, Argentina
1 En todo caso, las discrepancias sobre esta parte de la historia de Tacuara han girado en torno al comienzo de la genealogía a la que pertenece. Mientras Gillespie afirma que “sus antecedentes se remontaban, a través de las organizaciones nacionalistas de los años cuarenta, a la Legión Cívica de los treinta y a la Liga Patriótica de 1919”, (Gillespie, 1998, p. 75) otros coinciden en los años treinta como el punto de arranque claro de la tradición en la que se inscribía el grupo juvenil. (Beraza, 2005, pp. 155-156; Navarro, 1968, p. 225; Zuleta, 1975, pp. 554; Dandan, 2006, p. 49.) Al respecto, Carnagui apunta que el periodismo de investigación ha sido el principal promotor de la idea de una genealogía que inicia con la Legión Cívica y concluye con la derecha peronista. (Carnagui, 2010, p. 1142) Sin contradecir lo anterior, algunos autores abonan a la lista de organizaciones antecesoras de Tacuara, como Bernetti quien señala que “reciben […] la herencia inmobiliaria de la UCN [Unión Cívica Nacionalista] y alguna […] influencia doctrinaria”, (Bernetti, 1998, p. 30.) y Herrán quien afirma que “el germen tacuarista fue producto de la movilización temprana de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN)” y que “conservó el discurso reaccionario y beligerante heredado de la UNES”, (Herrán, 2015, p. 4,6) idea compartida por el periodista Daniel Gutman.(Gutman, 2003, p. 28.)
2 Tendencia hegemónica del pensamiento católico entre el Concilio Vaticano I (1869-1870) y el Concilio Vaticano II (1962-1965). El integralismo es la cualidad del catolicismo de estar presente en todos los aspectos de la vida y no sólo en prácticas culturales y privadas, en ese sentido tiene un carácter social con cierto signo popular que exige una gran movilización de fuerzas católicas y es romano porque asume al papa como la cabeza y el corazón del catolicismo. En consecuencia, se relaciona con “el pensamiento de reconquista o de cristiandad; […] se dirigía a la formación de católicos de tiempo completo que podían y debían incidir en la vida total de la nación para restaurar el orden social cristiano.” Por su parte, la intransigencia hace referencia al rechazo del liberalismo como ideología dominante por parte de la Iglesia católica y, por ende, establece una imposibilidad de hacer concesiones doctrinarias, de ahí que su legitimidad no dependiera de argumentos teóricos o de una base social, sino de la doctrina misma (Aspe, 2008, p. 25; Blancarte, 1996, pp. 26-27; Poulat, 1969, p. 9).
3 Ante el fenómeno migratorio y el ascenso del conflicto social, entre un sector de la élite liberal-conservadora se gestó un movimiento heterogéneo que devino en tradición política con un sustrato católico, caracterizada por el autoritarismo, años después por un fuerte anti-liberalismo y que lejos de ser hegemónica se mantuvo a la sombra de otras tradiciones (Devoto, 2005, p. XI).
4 En esta encíclica de 1891 se reconocía explícitamente el papel de los seglares quienes debían ser vinculados por los clérigos en las labores espirituales, pero lo central de la proclama era el llamado a abandonar la disputa política y concentrarse en el ámbito social, interviniendo contra los abusos del capitalismo y evitando que los sectores más desprotegidos sucumbieran ante la amenaza socialista (León XIII, 1891).
5 En el contexto de la lucha contra los Estados modernos Pío IX aprobó en 1858 la fundación del Colegio Pío Latinoamericano, propuesta hecha por los sacerdotes mexicanos José Ildefonso de la Peña y José Villaredo y ejecutada por el sacerdote chileno José Ignacio Víctor Eyzaguirre, con el objetivo central de formar a los nuevos clérigos del subcontinente con contenidos homogéneos encaminados a prepararlos para la lucha y sobre todo a reforzar su relación con la Santa Sede. Quince años después, ante el éxito del Colegio Pío Latinoamericano, el mismo pontífice elevó el Colegio Romano al rango de Pontificia Universidad Gregoriana con el mismo objetivo pero ahora enfocado en la formación de las élites eclesiásticas. En ambos casos, la dirección y administración estuvo a cargo de la Compañía de Jesús (García, 2012, pp. 13-14).
6 Cabe destacar que no fue la primera acción represiva ejecutada por grupos de tipo paramilitar. De hecho, en mayo de 1910, en el contexto de las celebraciones por el centenario de la Revolución de Mayo se realizaron diversas movilizaciones populares encabezadas por anarquistas contra la Ley de Residencia. El día 14 se declaró el estado de sitio ante los enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas policiales que ejecutaron numerosas detenciones. En dichos eventos, civiles, así como militares en activo y en retiro, participaron en agresiones contra edificios de organizaciones de izquierda. Además, causaron destrozos y violaron mujeres en el popular barrio Once que albergaba a buena parte de la comunidad ruso-judía (McGee, 2003, pp. 45-47).
7 Las confrontaciones no cedieron y entre 1920 y 1921 se desarrollaron algunas importantes en la región de la Patagonia, luego de que un movimiento obrero se fuera a huelga exigiendo mejores condiciones y salarios. La represión fue brutal y concluyó con el fusilamiento de los líderes así como de cientos de huelguistas que fueron perseguidos por la región. A esto se le llamó la “Patagonia Rebelde” o “Trágica” y sin duda contribuyó al mito de la amenaza extranjera (Beraza, 2005, pp. 17-19; Buchrucker, 1987, pp. 33-36; Navarro, 1968, pp. 38-39; Zuleta, 1975, pp. 193). Por otra parte, Devoto ha cuestionado el peso de la revolución rusa de octubre en la construcción de la “amenaza roja”, dando mayor relevancia a los procesos internos como la reforma universitaria de Córdoba y la “Semana Trágica” (Devoto, 2005, p. 126).
8 Entre los que destacaron Atilio dell'Oro Maini, Juan Antonio Bourdieu, Jorge A. Mayol, Tomás Casares, Samuel W. Medrano y César Pico.
9 Movimiento político francés que pugnaba por la restauración monárquica con base en un nacionalismo radical. Se distanciaba del pensamiento restaurador decimonónico al reivindicar el papel de la Iglesia católica pero no del catolicismo, además de rechazar el colonialismo y enarbolar un antisemitismo extremo así como la violencia como herramienta política.
10 El corpus iba cobrando forma mientras se presentaba a sí mismo como una solución netamente argentina para los problemas nacionales, pero condicionado por la ausencia de una importante base social así como por la heterogeneidad de sus impulsores. Esto, cabe señalar, marcaba una distancia importante con respecto al fascismo italiano.
11 Forma de apostolado en la que los seglares jugaban un papel central teniendo por misión la recristianización de la sociedad, asumiendo la preponderancia del catolicismo por encima de cualquier ideología o doctrina política y, por ende, definiéndose como anti-liberal y anti-comunista.
12 Buchrucker, por ejemplo, señala la existencia de un nacionalismo tradicionalista o restaurador, frente a la línea autónoma emprendida por los jóvenes radicales que decantaría en un nacionalismo populista, idea compartida por Navarro y Svampa. Zuleta, por su parte, ubica el nacionalismo doctrinario y el republicano que, en el modelo anterior cabrían dentro del restaurador. Pero sobre el populista, este último autor no ve un origen distante de sus parientes filofascistas (Buchrucker, 1987, pp. 111-112; Navarro, 1968, pp. 138-145; Svampa, 1994, pp. 173-175; Zuleta, 1975, pp. 264-267, 343-347, 457).
13 En dicha exposición, el investigador sostuvo que la influencia de España en Argentina durante los años treinta no pasó necesariamente por el nacionalismo.
14 Nació en Buenos Aires en 1905 y se ordenó sacerdote en 1930. Estudió en Roma y se doctoró en teología y filosofía, haciéndose de herramientas para desarrollar toda una línea doctrinaria claramente antimodernista (Buchrucker, 1987, pp. 120-123; Navarro, 1968, pp. 112-115; Zanatta, 2002, p. 52).
15 Al respecto, sugiero como hipótesis que a los católicos jóvenes de a pie no les resultaba tan importante la diferencia y por ende podían militar en ambos espacios, aunque la tirante relación entre la jerarquía y los seglares -en la que los segundos buscaban defender a toda costa su autonomía frente al constante intento de control por parte de la primera-, muy probablemente inclinó la balanza hacia los grupos nacionalistas cuya parafernalia, además, resultaría más atractiva para los nóveles militantes que las pasivas actividades de la ACA. Esta idea empataría con lo afirmado por Di Stefano y Zanatta sobre la migración de católicos hacia organizaciones peronistas en los años cuarenta. Por último, como refuerzo, se podría apelar a las tendencias sintetizadas y mostradas por Acha con respecto a la ACA, entre las que destacan un mayor ingreso y trabajo de mujeres, así como un estancamiento de la afiliación durante los años cincuenta (Acha, 2010; Di Stefano, 2000, p. 44).
16 Entre sus militantes se contaron jóvenes que después estarían en las filas del peronismo de izquierda como Rodolfo Walsh, Jorge Ricardo Masetti, Rogelio García Lupo y Oscar Bidegain (Besoky, 2014, p. 63).
17 En esos días, también era frecuente la visita de algún policía que interrogaba a los jóvenes sobre sus acciones y planes. El asunto era tan habitual que a pesar de la vigilancia no existía la sensación de amenaza, llegando incluso a las bromas: ¿qué van a comer? –preguntaba el policía-, a lo que respondían “asado de tira” (Santiago, 2013a).
18 Eduardo Rosa entrevista citada
19 Sobre la fecha de origen hay discrepancias pues la Secretaría de Inteligencia de Estado (SIDE), Bardini y Beraza sostienen que la fundación se dio a fines de 1955, mientras que Gutman, siguiendo testimonios de extacuaristas, afirma que fue a fines de 1957. Por su parte Zuleta en su obra sobre el nacionalismo y Orlandini, extacuarista, refieren 1956, el primero como fecha de fundación y el segundo como periodo de formación de una organización que luego adoptaría el nombre y la identidad de Tacuara. Al respecto considero que, luego de la caída de Perón, la UNES debió cambiar en algún sentido su activismo, pero la necesidad de una nueva identidad llegaría con la paulatina decepción por la Revolución Libertadora y el crecimiento de los jóvenes nacionalistas, así que es plausible pensar que hacia 1956 ya había una idea vaga de reestructuración que se concretaría un año después. A esto se suman diversas referencias dispersas en la prensa tacuarista de los años sesenta que reivindican 1956 como el inicio de su misión (Argentina, Archivo Histórico de la Biblioteca Nacional, Fondo CEN, Subfondo Presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962), Sección Asuntos Políticos, 5D, Movimiento Nacionalista 'Tacuara'; Bardini, 2002, p. 31; Beraza, 2005, p. 161; Gutman, 2003, p. 56; Orlandini, 2008, p. 162; Zuleta, 1975, p. 554).
20 En adelante, a menos que se indique lo contrario, la información se retoma del “Programa básico revolucionario del Movimiento Nacionalista Tacuara”.
21 Entre fines de agosto y principios de septiembre de 1958, Frondizi inició negociaciones secretas con la Iglesia católica para autorizar el otorgamiento de títulos profesionales por parte de las universidades privadas, católicas en su gran mayoría. A cambio, la jerarquía daría respaldo público al gobierno en turno.
22 Como lo ha señalado Goebel, el dato no es menor, pues durante los siguientes años Tacuara sería un importante atractivo para jóvenes argentinos de ascendencia irlandesa, probablemente por la empatía en cuanto al catolicismo, así como por el rechazo a la injerencia británica (Goebel,2007, p. 364).
23 Según el periodista Eduardo Galeano, la figura en ascenso pertenecía a los órganos de inteligencia del Estado quienes le proveían los recursos, sin embargo, es poco probable que se hubiera dado una infiltración tan temprana dada la limitada presencia de Tacuara en la escena política, lo que no excluye la posibilidad de que, por los lazos familiares, Aberg Cobo estuviera en contacto con grupos represivos de la época (Galeano, 1989, p. 138).
24 El primer lugar se ubica en el Convento de Santo Domingo, un recinto religioso del siglo XVIII a unas cuadras de la Plaza de Mayo, que albergó a sacerdotes dominicos, luego fue escenario de un gran combate durante la invasión inglesa de 1807 y, finalmente desde 1903, que tiene un mausoleo en el atrio donde se encuentran los restos de Manuel Belgrano, uno de los próceres de la historia argentina. Al fondo de la iglesia, del lado izquierdo, se encuentra precisamente la Capilla de las Banderas Inglesas, cuyo centro es ocupado por una imagen de la Virgen del Rosario rodeada por enormes banderas, trofeos de guerra que fueron arrebatados al ejército inglés en 1806 durante la denominada reconquista de Buenos Aires. El segundo está ubicado en uno de los cementerios más grandes del mundo.
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Recibido: 11/09/17
Aceptado: 02/11/17
Publicado:
10/01/18
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