ENTREVISTA / INTERVIEW
Gabriel Fernando Carini
Centro de Investigaciones Históricas de la Universidad
Nacional de Río Cuarto (CIH-UNRC)
Centro de
Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de
la Universidad Nacional de Córdoba (CIFFyH-UNC)
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET), Argentina
gabrielcarini@hotmail.com
Cita sugerida: Carini, G. F. (2018). “No
debemos abdicar de todo lo que ha avanzado la reflexión
histórica en aras de la popularidad”: dinámicas
historiográficas, relatos y contrarrelatos en España.
Una entrevista a Juan Pan-Montojo. Trabajos y Comunicaciones
(47), e050. https://doi.org/10.24215/23468971e050
Juan Pan-Montojo (1962) es Licenciado en Filosofía y Letras y en Ciencias Económicas y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha efectuado estancias de investigación en la London School of Economics and Political Sciences (Londres, Reino unido), en el Center for Historial Studies de la New school for Social Research (Nueva York, EE.UU.) y en la Friedrich-Alexander Universität of Erlangen-Nürnberg (Alemania) y estancias docentes y de investigación en la Universidad de la República (Montevideo, Uruguay) y en la Écoles des Hautes Études en Sciences Sociales (París, Francia). En la actualidad es Profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha coordinado el grupo de trabajo sobre “Estados, instituciones y legislación” de la Red de Excelencia Europea Cliohres y participado en dieciséis proyectos de investigación nacionales. Actualmente dirige el proyecto nacional “La deuda exterior como mecanismo de transformación política, social y cultural: el mundo ibérico y el mediterráneo oriental, 1814-1914”. Ha formado parte del consejo de redacción de Agricultura y Sociedad y Revista Occidente, pertenecido a la Junta Directiva de la SEHA (Sociedad Española de Historia Agraria) y ha sido secretario adjunto de la Asociación Española de Historia Económica y editor de su Boletín. Forma parte del consejo asesor de la revista Zeitschrift für Agrargeschichte und Agrasoziologie y del consejo de redacción de Semata y de Illes i imperis. Ha sido director de la revista Historia Agraria. Desde 2015 dirige la revista de la Asociación Historia Contemporánea Ayer.
¿Cuáles fueron las aristas más destacadas del proceso de institucionalización de la historia a fines del siglo XX en España y en ese derrotero qué características asumió la consolidación de la historia económica y, puntualmente, de la historia agraria?.
Los historiadores que entre el franquismo final y la
Transición accedieron a la Universidad, la generación
de historiadores que podríamos llamar del 68, iniciaron
cambios profundos en la historiografía española a
partir del legado de algunas figuras aisladas de gran valía
que habían llegado a las cátedras en los años
cincuenta y sesenta. Esos cambios pueden entenderse como un proceso
tardío de institucionalización, después del gran
corte y marcha atrás que trajo consigo la victoria de la
coalición de nacionalistas y católicos reaccionarios y
de fascistas en 1939. Un primer elemento de la institucionalización
de la historia fue la multiplicación de sus espacios
académicos en el marco de las universidades. La historia
general mantuvo y amplió su docencia vinculada a las
Facultades de Geografía e Historia, algunas Facultades de
Filosofía y Letra o de Profesorado mientras que la historia
económica fue consolidándose de la mano del crecimiento
de las Facultades de Ciencias Económicas y Empresariales que
es donde se insertan los departamentos de historia económica.
En general, el número de universidades en España creció
de forma muy rápida en los años ochenta y primeros años
de los noventa: pasamos de un número algo superior a 20
universidades al final del franquismo a las más de 80 que
tenemos en la actualidad. Este es uno de los factores que explican la
multiplicación del número de historiadores
universitarios, en especial económicos aunque también
de los generalistas. Además, creció un área más
pequeña que es lo que se llama historia de los movimientos y
del pensamiento social y político, que es otro campo del
conocimiento construida en torno a las Facultades de Ciencias
Políticas y Sociología. A estos procesos –
crecimiento en el número de departamentos y áreas y por
lo tanto de profesores – se sumó el desarrollo de
asociaciones profesionales entre las que podemos mencionar la
Asociación Española de Historia Económica, la
Asociación de Historia Contemporánea, la Fundación
de Historia Moderna, la Asociación de Historia Social, la
Sociedad Española de Estudios Medievales, la Asociación
de Historia Actual, el Seminario de Estudios de Historia Agraria que
luego tomó el nombre de Sociedad Española de Historia
Agraria y un sinfín de asociaciones más pequeñas.
Ese es un segundo elemento de desarrollo institucional. Un tercer
elemento ha sido la multiplicación de las revistas
profesionales de historia con la aparición de muchas cabeceras
y la progresiva estandarización de estas revistas a través
su internacionalización, su inclusión en índices,
etc. En cuarto lugar, habría que aludir a las convocatorias
españolas y europeas de proyectos de investigación y de
formación de redes. Estos son los aspectos más notorios
de un proceso largo y complejo: se ha operado una
institucionalización –amplia, generalizada– de la
historia alrededor de las revistas, de las asociaciones, de los
departamentos y de los grupos de investigación. Esta tendencia
ha estado acompañada de una mayor especialización y
diversificación de la historiografía, que a su vez ha
traído consigo una cierta fragmentación de la
disciplina de la historia. Cada vez existen más especialidades
y los investigadores se mueven en un ámbito restringido y
dialogan poco con lo que hacen sus colegas. Así, dentro del
campo de la historia –en los últimos años–
ha adquirido una visibilidad cada vez mayor la historia cultural, se
ha renovado y crecido una historia política que nunca ha
dejado de esta presente y, al mismo tiempo, se ha producido una caída
en importancia de la historia social más clásica y la
adquisición de una clara autonomía de la historia
económica, que ha pasado a estar situada cada vez en mayor
medida al margen de la historia general. En este último ámbito
se percibe una tendencia clara hacia el avance de la cliometría,
como resultado de la interacción de la historia económica
con una teoría económica dominada por el
cuantitativismo. El resultado es falta de diálogo porque la
historia general, con una cierta hegemonía de la historia
cultural, ha pasado a utilizar un lenguaje a que a buena parte de los
historiadores económicos y sociales les resulta bastante
inhóspito y la historia económica con su tendencia al
empleo de modelos econométricos ha pasado a ser incomprensible
para mucha parte de los colegas que se dedican a la historia general.
Esto, unido a la especialización, ha llevado a una cierta
fragmentación, a un desmigajamiento de la historiografía.
En este contexto, el mundo de la historia agraria-rural no es y es
una excepción al tiempo. Ha experimentado un proceso idéntico
de institucionalización por cuanto que ha constituido una
organización propia y tiene su revista, así como
seminarios y congresos con gran capacidad de convocatoria, premios
anuales para las mejores publicaciones… Pero es algo
excepcional, porque en su seno conviven profesionales dedicados a la
historia económica y a la historia general tanto ontemporánea
como moderna y medieval. En ese sentido, los agrarios han hecho un
esfuerzo por intentar mantener un cierto diálogo entre
investigadores que hacen las cosas con metodologías y estilos
muy diferentes.
En ese proceso de institucionalización, ¿cuáles
fueron los temas o problemas que contribuyeron a asentar la agenda de
los historiadores?
En los años de la Transición, la gran pregunta
para una parte de los historiadores era por qué la Guerra
Civil, por qué el franquismo. Esta obsesión no solo
alcanzaba a quienes se dedicaban a esos dos períodos, que en
realidad eran relativamente pocos, sino que se manifestaba en el
intento de explicar lo que se entendía que era una trayectoria
excepcional de España en el marco europeo. Con un vocabulario
marxista muy presente en la época, se buscaban respuestas a la
tesis del supuesto fracaso de la revolución burguesa en
España, a menudo presentada como un proceso en la vía
prusiana, es decir, de una revolución que se saldó en
beneficio de la nobleza porque la debilidad de la burguesía
había hecho imposible una auténtica transformación.
Se hablaba asimismo de una revolución inconclusa, vacilante,
truncada que daba cuenta de una trayectoria muy peculiar del país,
cuya prueba última eran el golpe de Estado en el año
1923, una transformación de una monarquía liberal que
no podía evolucionar hacia una monarquía democrática,
sino que pasó hacia una fase de monarquía autoritaria,
luego a un paréntesis de república democrática y
finalmente a la “anomalía” europea de la guerra
civil y al franquismo. Esa obsesión por el recorrido especial
de España, lo inundaba todo, hasta el punto de que algunos que
investigaban el siglo XVIII se preguntaban cómo la crisis de
la hegemonía hispana había incidido en la frustración
cien años más tarde del triunfo de la burguesía.
Pero tras el final del franquismo y a la par de la
institucionalización tuvo lugar un proceso de diversificación
de los debates y temas. En casi todos ellos se fue imponiendo a lo
largo los años ochenta y noventa del siglo XX, sobre todo en
estos últimos (cuando la consolidación democrática
y la integración europea enterraron algunos fantasmas
colectivos anteriores), el abandono de la idea de la excepcionalidad
y el inicio de una visión global normalizada. Esa evolución
acompañó a la relectura gradual del pasado en términos
comparativos, posnacionales o transnacionales, con un énfasis
creciente en los procesos regionales y globales. Este giro vino de la
mano de una conciencia cada vez más plena del papel de la
disciplina histórica como instrumento nacionalización
en la contemporaneidad y a la necesidad de repensar la
“historia-patria” en otros términos, incluso en
abandonar la historia nacional como tal y hacer una historia de
geografía variable según el objeto tratado.
Diversificación de debates y globalización o inserción
supranacional de la historiografía e incluso propuestas de
hacer una historia posnacional. Pese a que, luego, ante la opinión
pública, la voz de los historiadores haya seguido siendo
demandada casi en exclusiva para atender problemas muy nacionales.
Una de estas cuestiones políticas es lo que se llama
globalmente memoria. Cuando en España se hace referencia a la
cuestión de la memoria se hace alusión a la Guerra
Civil y al primer franquismo, a las víctimas, a los
victimarios, al tratamiento colectivo que este tema ha tenido,
especialmente, durante la Transición. Sin dudas, esta cuestión
está asociada a cambios generacionales: fue la generación
de los nietos de las víctimas la que a finales del siglo XX y
dentro de una tendencia mucho más universal de revisión
de los traumas recuperó la preocupación por las
historias personales y colectivas de los derrotados en la Guerra
Civil e interpeló a los historiadores que no habían
otorgado especial importancia a esa tarea. En el contexto de esos
debates, en 2004, se impulsó un proyecto de ley de
recuperación de la memoria histórica bajo el gobierno
de Zapatero. Si bien era un proyecto extremadamente moderado, su
presentación suponía implícitamente que el tipo
de solución dada a la cuestión de las víctimas y
los victimarios por la Transición había estado muy
determinada por relaciones de fuerza coyunturalmente adversas y que
resultaba necesario otro tipo de tratamiento a la represión.
En torno a esto existe un amplio debate, hay quien dice que se
intenta resucitar la división, el guerracivilismo, ganar en
los libros de historia lo que no se puede ganar en las urnas etc.
Este es uno de los ámbitos que está muy presente desde
los años noventa hasta la fecha. El segundo ámbito en
el que la opinión de los historiadores ha sido buscada es el
de la construcción de las naciones y de las regiones. Este
asunto ya había estado presente en la Transición pero
ha adquirido un nuevo vigor posteriormente. Si la historia nacional
ha mantenido su fuerza ha sido en parte alrededor de la necesidad u
oportunidad de conjugarla en plural y de hacer a la vez historia
nacional de Catalunya, historia nacional vasca, historia nacional
gallega, historia nacional española, es decir, cómo
ensamblarlas, qué formato darles, qué diálogo es
posible. Cuestión que con la propia crisis territorial
adquiere notable relevancia. La historia de la “nación
española” y la historia de las otras “naciones”,
abandonadas como proyectos naturales e irreflexivos, han regresado
por la vía de la reflexión sobre las identidades
nacionales y el papel de la historiografía en su construcción.
En ese sentido, ¿cómo se han integrado esos
relatos a la discusión historiográfica y qué rol
han tenido los gobiernos autonómicos?
Es algo que está presente porque desde la Transición,
desde la construcción del Estado de las autonomías, los
gobiernos subestatales han financiado una historiografía
propia, una historiografía regional/nacional. En algunos casos
existía una tradición previa, en otros se trató
de construcciones ex nihilo porque no existía ni
siquiera el marco territorial, por tanto, había que
construirlo, historizarlo. Esta financiación ha sido bastante
“aséptica” en el sentido de que ha financiado
obras de historia sobre esos espacios políticos sin exigir
normalmente ningún tipo de lealtad ideológica a un
proyecto nacionalista o regionalista: cosa distinta es que se apoyara
en ocasiones diferencialmente a amigos políticos, algunos de
los cuales podían compartir visiones cercanas a quienes se
hallaban en el poder. La idea era hacer una historia
“nacional/regional” por medio de la delimitación
del objeto: el tomar un espacio determinado obliga a pensar en
términos del mismo, pero no necesariamente siempre la historia
regional o nacional es historia nacionalista (española,
catalana, gallega, andaluza…). El grueso de la historiografía
de ámbitos territoriales hispánicos, sub-estatales o
estatal, no es necesariamente nacionalista, aunque sus autores deben
prestar especial atención al riesgo de deslizarse en esa
dirección.
En la coyuntura actual que se vive en España en
torno a las reivindicaciones catalanas, ¿cuál es el
papel de los historiadores o cómo se posicionan frente a los
relatos históricos?
Hay muchos profesionales de la historia en las filas del
nacionalismo catalán y del gallego y algo más reducida
en las del vasco. Esa presencia es menor, aunque no esté
ausente, en las filas de los nacionalismos españoles, que a
menudo naturalizan su nación y por lo tanto no son conscientes
de ser nacionalistas, incluso rechazan caracterizarse así.
Como es sabido, la historia tiene un papel importante en la
construcción de los imaginarios nacionales. No obstante,
quienes más difunden determinadas visiones del pasado en clave
nacionalista no son tanto los historiadores académicos, cuanto
periodistas o aficionados. Son ellos los que con mayor fuerza
construyen mitos en torno a –por ejemplo 1714– que es el
momento de la Guerra de Sucesión, cuando los reinos de la
antigua Corona de Aragón se alinearon – después
de algunas vacilaciones iniciales – con el bando austracista,
mientras que los reinos de la Corona de Castilla se alinearon con el
bando borbónico, por lo que, en ocasiones, esta guerra es
interpretada como una lucha entre España y Catalunya, una
visión llena de anacronismos. También existen
historiadores que tienden a interpretar la Guerra Civil como un
conflicto entre Catalunya y España, cuando la Guerra Civil fue
una guerra civil en Catalunya al igual que en el resto de España.
En sentido contrario, hay historiadores que no se preocupan por
entender la pluralidad de su objeto y generalizan sobre España
y lo español. Hay además historiadores que recortan su
objeto a la medida de determinados espacios políticos,
siguiendo la estela de la disciplina nacionalizadora. Pero no se
puede ignorar que la mayoría de los profesores de historia en
las diferentes partes del país, en su práctica como
historiadores, son bastantes conscientes del giro posnacional y, sean
cuales sean sus posiciones como ciudadanos, tratan de construir
relatos del pasado según las reglas de la disciplina y las
tendencias historiográficas actuales. Los historiadores
construimos relatos con fecha de caducidad y bajo el impacto de
nuestras preocupaciones inmediatas pero podemos hacerlo con
conciencia de nuestras limitaciones, abriendo nuestros textos a la
crítica, insertándolos explícitamente en debates
teóricos y políticos actuales y siendo los primeros en
subrayar su contingencia y su apertura, o dejarnos llevar por un afán
pseudo-científico que oscila entre la ingenuidad y la
militancia en el peor sentido del término.
En ese sentido, ¿qué características
asume en España el vínculo entre los profesionales de
la historia y el ámbito de la comunicación pública
de la ciencia?
Los historiadores deberían adoptar un papel más
activo de comunicación pública de sus hallazgos. Por
ejemplo, en Inglaterra todos los años se celebran unas semanas
históricas, donde la gente se pone en contacto con
aficionados, lectores, etc. Aquí se podría avanzar más
en ese sentido y tratar de sustituir los relatos militantes del
pasado por relatos complejos, autocríticos y abiertos. Aunque
tampoco me hago muchas ilusiones de que una historiografía más
reflexiva sea especialmente bien recibida. Los relatos que sirven
para el combate político son relatos que los historiadores
suministramos mal si somos historiadores honrados. Entonces es lógico
que lo haga otra gente que está dispuesta a explicar
realidades en blanco y negro, a explicar un “nosotros”
tajante contra un “ellos” tajante, que está
dispuesta a pasar de alto lo que tienen en común distintos
procesos, que se muestra pronta a realizar un análisis
estereotipado de la realidad. Nosotros podemos ocupar un lugar en ese
campo de los relatos de combate, de hecho algunos colegas lo hacen,
pero el grueso de los historiadores académicos, creo yo, y en
esto me remito a una cierta concepción ética de nuestro
papel, no debemos abdicar de todo lo que ha avanzado la reflexión
de los propios historiadores, en los últimos sesenta años,
sobre lo que hacemos y podemos hacer y hasta dónde llega
nuestra capacidad de hacer relatos que nos ayuden a entender mejor el
funcionamiento de las sociedades en todos los planos. No podemos
volver a disfrazar con ropajes científicos narraciones
cerradas y acríticas, en aras de la popularidad y para vender
lo que la gente quiere oír.
¿Cuáles son los posibles temas que pueden
estar orientando una futura agenda de investigación en España?
Hay un debate que imagino que va a estar muy presente que
tiene que ver con la propia crisis de madurez del régimen
político en España y esto puede llevar a que en
términos muy hispano-españoles se multipliquen las
reflexiones sobre la Transición como momento fundacional del
régimen de la monarquía democrática actual. Esto
va a ser un objeto de reflexión. Puedo suponer que según
cómo evolucionen las relaciones interestatales dentro del
ámbito de la Unión Europea y cómo avancen o no
las reacciones nacionalistas con la reiteración de brexits
en otros lugares o con la crisis del propio proyecto de nueva
estatalidad que es la Unión Europea y según cómo
se gestionen los nuevos retos de la globalización, los temas
de la nación, el Imperio y la construcción estatal
pueden tener una clara importancia en la agenda de investigación.
En tercer lugar, considero que la historia medioambiental conectada
con la historia agraria y también con otras historias va
adquirir una importancia creciente tal cual se viene evidenciando
desde los últimos años, dado que los procesos de cambio
climático con efectos muy visibles están elevando la
conciencia en nuestro entorno de la desertización, la
multiplicación de procesos erosivos, la contaminación
ambiental y de los mares, la pérdida de control sobre los
alimentos... Sin duda, esto va a otorgarle una importancia especial.
En cuarto lugar, las migraciones. Llama la atención cómo
hemos podido estar tan ciegos los historiadores a este tema durante
años. Incluso en países con procesos inmigratorios
significativos como en Argentina, ha sido un tema bastante lateral
hasta anteayer. Este un tema que va a tener una importancia
creciente. En general, todo lo trasnacional, no solo los movimientos
migratorios: la delincuencia transnacional, las redes religiosas
transnacionales, las redes intelectuales transnacionales, los
procesos de transferencia de objetos y conocimientos tecnológicos…
creo que todo esto va a ir a más… Además,
considero que el género está aquí para quedarse
no tanto como especialidad en sí, aunque también, sino
para teñir nuestro acercamiento a todos los demás
objetos. De forma que el género va a ser una lente de nuestra
forma de apreciación de la política del pasado no tanto
por la ausencia muy presente de las mujeres en el espacio público
cuanto por el recurso a las propias categorías de masculinidad
y de feminidad para entender a los actores. Finalmente, nuevos
sujetos y movimientos sociales van a pedir que rescatemos su pasado e
introduzcamos la evolución histórica de los mecanismos
de exclusión e inclusión que los han producido.
Finalmente, ¿sobre qué temas y problemas se
podría asentar una agenda común – en clave
comparativa – entre Latinoamérica y España?
Los intercambios de personas, instituciones, obras en el
ámbito hispano-latinoamericano ha sido enorme en las últimas
décadas. Efectivamente, la historia comparada tiene mucho
sentido en diferentes temporalidades. Por ejemplo, en el siglo XIX el
período que va de la independencia a la construcción de
los estados nacionales, que también es de construcción
del estado nacional español, surgido la implosión del
imperio, presenta importantes elementos para una comparación.
Hasta la década de 1860 en la que en la mayoría de los
países se puede comenzar a hablar de estados nacionales más
o menos consolidados, ese período guarda muchas similitudes en
ambos lados del Atlántico. En la posguerra de la II Guerra
Mundial a mí me parece que las relaciones con Estados Unidos,
con la potencia hegemónica, y lo que esas relaciones implican
desde el punto de vista de agendas de desarrollo económico, de
programas técnicos para la agricultura, de programas sociales
y culturales, de la alianza entre regímenes autoritarios y
EEUU, también son evidentes las similitudes entre la periferia
latinoamericana y la periferia europea de la que España
formaba parte. Esto es solo por citar dos temas, podríamos
hablar también de la crisis del liberalismo, de la disyuntiva
autoritarismo/democracias en los años 20-30, de los modelos de
relaciones sociales y su estructuración, de los problemas
estructurales y productivos de las agriculturas... Son infinitos los
temas donde la historia comparada tiene un campo de aplicación
muy grande, las posibilidades son enormes, con la ventaja de que
tenemos un lenguaje común y que existe mucho interés en
ambos lados del Atlántico por superar los marcos estrechos y
poco fértiles a que da lugar una historiografía
exclusivamente nacional.
* Esta entrevista fue realizada en el marco de un convenio de movilidad docente entre la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad Nacional de Río Cuarto. La misma se llevó a cabo en el Departamento de Historia Contemporánea el día 31 de octubre de 2017.
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