DOSSIER
Diego Martín Giller
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades – Universidad Nacional Autónoma de México
México
diegogiller@gmail.com
Cita sugerida: Giller, D. M. (2017). René Zavaleta, historiador de lo político. Seis propuestas para leer Lo nacional-popular en Bolivia. Trabajos y Comunicaciones, 46, e045. https://doi.org/10.24215/23468971e045
Resumen: En 2016 se cumplieron treinta años de la aparición de Lo nacional-popular en Bolivia, de René Zavaleta Mercado. Se trata, sin dudas, de una de las obras más importantes de las ciencias sociales latinoamericanas en general, y de las bolivianas en particular. ¿Cómo leer una obra escrita en otro tiempo y lugar? ¿Cómo abordar una obra póstuma e incompleta escrita hace ya más de tres décadas? ¿Ante qué clase de libro estamos? ¿Cuál es su actualidad? En este artículo intentaremos responder estas preguntas a través de seis propuestas de lectura.
Palabras clave: Zavaleta; Lo nacional-popular en Bolivia; Historia; Política; Actualidad.
René
Zavaleta, historian of the political. Six proposals to read The
national-popular in Bolivia
Abstract: In the 2016 was the 30 anniversary of the apparition of Lo nacional-popular en Bolivia, of René Zavaleta Mercado. This is, certainly, one of the most important works of the Latin-American’s Socials Sciences in general and of the Bolivian’s in particular. ¿How to read this piece written in other time and space? ¿How to address this posthumous and incomplete piece written now, three decades ago? Before what kind of book are we standing? ¿Which is his present? In this article we will try to answer to this questions from six different proposals of reading.
Keywords: Zavaleta; Lo nacional-popular en Bolivia; History; Politics; Present Bolivia.
“Clásico
no es un libro (lo repito) que necesariamente
posee
tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones
de
los hombres, urgidas por diversas razones, leen con
propio
fervor y con una misteriosa realidad”
Jorge
Luis Borges, 1952
En febrero de 1983,
Eduardo Galeano tomó el diario personal de René
Zavaleta y escribió: “Tus compatriotas, los chiriguanos,
llamaron al papel ‘piel de Dios’, cuando lo descubrieron
y descubrieron que servía para enviar palabras a los amigos
que están lejos”2.
En algún lugar de El malestar en la cultura, Freud
pensó a la escritura como el lenguaje del ausente. Papel,
escritura, lejanía y ausencia. ¿Acaso no se traman allí
las coordenadas por las cuales un escrito sale en busca de sus
lectores? ¿No son también los medios por los cuales nos
relacionamos con los escritos del pasado? La palabra escrita en el
papel fue uno de los modos elegidos por Zavaleta para enviar señales
teórico-políticas. Lo nacional-popular en Bolivia
fue tal vez la más enigmática, y por ello, profunda, de
esas señales. Enigmática, porque cuando creemos haberlo
comprendido todo, sobre sus eternos pliegues se siguen precipitando
elementos novedosos e insospechados. Porque como decía Calvino
(1993), los clásicos -y vaya que Lo nacional-popular lo
es-, nunca terminan de decir lo que tienen que decir.
Introducción y culminación. Tal vez, Lo nacional-popular en Bolivia pueda ser leído de esas dos maneras al mismo tiempo. Culminación, porque fue el intento de consumar el programa de investigación de toda una vida. Allí se buscó sintetizar e integrar los diversos núcleos problemáticos que siempre lo obsesionaron: el Estado, la nación, las clases sociales, la historia, la sociología, la política. Introducción, porque los “momentos constitutivos” escogidos “sacrificialmente” para hacer una contra-historia de Bolivia se ofrecen, en términos cronológicos, como una “explicación causal” de todos sus escritos previos. Mayormente ausentes en su obra publicada, o al menos tratados sin la hondura con la que aquí fueron abordados, ellos se entregan como la clave político-analítica para descifrar el arcano de la llamada Revolución Nacional, ese gran evento en torno del cual gravitó toda su vida.
¿Cómo leer una pieza como Lo nacional-popular en Bolivia? Como le sucedió a Oscar Masotta (2008) cuando intentó escribir sobre Roberto Arlt, la respuesta a ese interrogante sólo puede ser una respuesta frustrada. O tal vez, seis.
“-¿Qué
es? –me dijo.
-¿Qué
es qué? –le pregunté.
-Eso,
el ruido ese.
-Es
el silencio”.
Juan
Rulfo, 2017
Tesis doctoral. La
anécdota, tan breve como desconocida, dice así: Lo
nacional-popular en Bolivia fue el trabajo de investigación
con el que Zavaleta imaginaba obtener el título de Doctor. El
manuscrito original llevaba por título “Elementos para
una historia de lo nacional-popular en Bolivia: 1879-1980”,
e iba a ser presentado en la Universidad de Vincennes, mejor
conocida como París 8. Pero cuando se encontraba trabajando en
ella, aconteció una fatalidad y Zavaleta murió,
fulminado por un cáncer cerebral.3
Era diciembre de 1984 y la investigación quedaba inconclusa.
El resto es conocido: en 1986, a instancias de su familia, Siglo XXI
México publicó la primera edición. Un prólogo,
tres capítulos y muchas promesas quedaban grabados en sus más
de doscientas páginas.
Mucho más que una nota de color, el dato del destino doctoral resulta interesante porque permite leer la obra desde el punto de vista del género. Se sabe, toda tesis demanda el respeto de ciertas pautas de elaboración y el cumplimiento de un conjunto de requisitos formales, muchos de los cuales Zavaleta parecía dispuesto a cumplir. Por eso, en el prólogo nos anuncia los objetivos y antecedentes de investigación, las hipótesis sobre el tema y las cuestiones de método. Así, nos enteramos que su propósito era estudiar la formación de lo “nacional-popular” en Bolivia y participar, de ese modo, “(…) en las discusiones recientes acerca del problema del Estado en base al análisis de un caso concreto” (Zavaleta, 2013a: 150). También, que el problema de investigación iba a estar delimitado por el período que va de 1952 a 1980, esto es, entre la llamada Revolución Nacional y el golpe de Estado de Luís García Meza Tejada. Pero como había escogido el “método de explicación causal”, nos decía, el estudio retrocedería hasta la Guerra del Pacífico (1879-1883). La explicación causal permitiría, entre otras cosas, realizar un análisis comparado entre dos formaciones estatales: el “Estado oligárquico”, surgido con la Revolución Federal de 1899, y el llamado “Estado del ’52”.
Una de las conjeturas que recorre a Lo nacional-popular en Bolivia, pero también a buena parte de su obra, dice que la relación entre desarrollo del capitalismo y el conocimiento de una sociedad es directamente proporcional. A mayor desarrollo, mayor posibilidad de conocimiento. A diferencia de los países centrales, en los que sí hubo un modelo de desarrollo “normal” del capitalismo y, por lo tanto, el margen de cognoscibilidad siempre fue mayor, en las sociedades periféricas no se profundizaron los procesos de totalización y homogeneización propios del capitalismo. Por eso, en las sociedades “abigarradas” el margen de conocimiento es escaso y el “horizonte de visibilidad”, difuso. El abigarramiento según Zavaleta implicaba la superposición inarticulada y no combinada de modos de producción, la presencia de varias formas de diferenciación social, de visiones alternativas del mundo y de estructuras locales de autoridad que compiten con la forma estatal. Son sociedades donde pareciera “(…) como si el feudalismo perteneciera a una cultura y el capitalismo a otra y ocurrieran sin embargo en el mismo escenario” (Zavaleta, 2013b: 105). Como ya se dijo en otro lugar (Giller, 2016a), conviene tener cuidado ante las interpretaciones que celebran el abigarramiento: no se trata de una conmemoración acrítica de la diferencia, sino de una tragedia, no es el resultado de la convivencia pacífica, sino el producto de una imposibilidad. En lugar de una nación, lo que hay son diversas temporalidades y culturas que se mezclan de un modo variado y desarticulado; en lugar de un territorio nacional, muchos espacios que se viven regional y fragmentariamente; en lugar de una articulación del modo productivo, muchos modos de producción desconociéndose los unos a los otros, a cada instante.
¿Cómo hacer para que en formaciones abigarradas el conocimiento se vuelva posible? Esa es una de las grandes preguntas de Zavaleta y una de sus más importantes apuestas epistemológicas. Porque en ella está contenida toda una crítica contra una concepción del conocimiento como mera reproducción, que supone la importación acrítica de modelos de conocimiento. Zavaleta, que había tomado prestadas muchas de las novedades gnoseológicas de un texto como Dialéctica de lo concreto de Karel Kosik (1967), defendió la idea del conocimiento como actividad creadora: cuando se conoce, se crea. Son esas las premisas que le permitieron formular una sentencia que, aunque ya había sido expuesta en “Las masas en noviembre” (Zavaleta, 2013b), ahora, en Lo nacional-popular en Bolivia, aparecía con más fuerza que nunca: “Es la propia necesidad la que hace que cada modo de ser convoque a una forma de conocimiento” (Zavaleta, 2013a: 159) porque “No hay, en efecto, una manera más absurda de conocer una formación como la boliviana que a través de los indicadores que tienen pretensiones de validez general” (Zavaleta, 2013a: 163).
La resolución de este problema metodológico estaba en la “selección simbólica”, la cual consistía en aislar determinados acontecimientos susceptibles de explicar la historia. ¿Podían encontrarse esos momentos de revelación en medio de la bruma abigarrada? Sí, pero a condición de atender a los relámpagos generados por esas verdaderas “escuelas de conocimiento” que son las crisis sociales. Momentos “patéticos” de reconocimiento del todo social, en ellas “(…) las cosas no se presentan como son en lo cotidiano y se presentan en cambio como son en verdad” (Zavaleta, 2013a: 159). Las crisis descubren el funcionamiento de la totalidad incompleta. O dicho a la inversa: la totalidad de lo real visible sólo puede aparecer como totalidad porque está incompleta, porque no muestra aquello que le da su existencia (Grüner, 2005). Pero también, y aquí hay otro dato de su magnitud epistemológica, la crisis nacional general es fundadora de “momentos constitutivos”, esto es, de “(…) ciertos acontecimientos profundos, ciertos procesos indefectibles, incluso ciertas instancias de psicología común que fundan el modo de ser de una sociedad por un largo período” (Zavaleta, 2013a: 179). Allí se establece el tono ideológico, las formas de dominación y se fijan la relación de las clases consigo mismas, con las otras y con el Estado. En condiciones de abigarramiento, decía Zavaleta, la historia es un puñado de crisis.
Mediante el “método del sacrificio”, que es otra forma de llamar a la “selección simbólica”, se aíslan los momentos de crisis, que son, como se verá, los que ordenan la obra. Cada capítulo está referido al análisis de diferentes crisis profundas, de nuevos “momentos constitutivos”. En “La querella del excedente” se trabaja sobre la Guerra del Pacífico, en “El mundo del temible Willka” sobre la Revolución Federal y en “El estupor de los siglos” sobre la Guerra del Chaco (1932-1935). Cada uno de ellos estará recorrido por tres hipótesis-conceptos: la relación entre excedente y “momento constitutivo”, el problema de la “paradoja señorial” y los procesos de democratización social.
Pero, ¿y el capítulo sobre la Revolución Nacional y el Estado del ´52? ¿Acaso Zavaleta no nos había anunciado que allí se afincaba el centro del análisis? ¿No iba a realizar una comparación entre el “Estado oligárquico” y el “Estado del ’52”? Una mirada apresurada, demasiado apresurada, dirá que ese capítulo no fue escrito y que ninguno de esos problemas fue trabajado. Hay un “momento de verdad” en esa enunciación, cuyo referente empírico, paradójicamente, es una ausencia, porque lo “único” que quedó de ese cuarto capítulo fue un título que hacía alusión a la heroína de la Masacre de Catavi en 1942: “La canción de María Barzola” –volveremos, a su turno, sobre los problemas que presenta una lectura de este tipo.
Sin proponérselo, Zavaleta incumplió sus promesas: aquello que se fijó como objetivo principal no fue realizado. Se sabe, una investigación que “fracasa” en sus objetivos, no puede siquiera aspirar a presentarse a la instancia de la defensa. De modo que la incompletitud termina por demoler cualquier posibilidad de leer Lo nacional-popular en Bolivia al interior del género tesis. Pero los infortunios suelen guardar giros inesperados y fascinantes. Y eso que fue fracaso se transformó en su contrario: la muerte de Zavaleta impidió que una obra que hace ya largo tiempo reclama el carácter de clásico fuese sometida a las lógicas burocratizadas del género tesis. Por fortuna, ese infausto destino fue reprimido.
La primera propuesta de lectura terminó negándose a sí misma. Si comenzaba diciendo que Lo nacional-popular en Bolivia debía ser leído como parte del siempre tedioso género tesis, luego afirmaba que la inconclusión de la obra rechazaba esa posibilidad. No se pretendía aludir a la sospecha de que todo libro es por definición inconcluso, sino a una cuestión mucho más discreta: que la investigación propuesta, el plan de trabajo y los objetivos no se habían llevado a término. ¿Cómo leer una obra incompleta? ¿Cómo posicionarse en tanto lectores frente a la angustia del vacío? En La producción del conocimiento local. Historia y política en la obra de René Zavaleta, Luís Tapia (2002) sugirió el siguiente juego de imaginación teórica: ¿con cuál de los escritos de la obra publicada de Zavaleta podría completarse Lo nacional-popular en Bolivia? ¿Cuál de ellos ocuparía el sitio que iba a estar dedicado a la Revolución Nacional y el Estado del ’52? La respuesta de Tapia estaba en “Las masas en noviembre”.
Zavaleta había escrito ese texto como un intento de explicación de la huelga y el paro general de noviembre de 1979, cuando las masas bolivianas acabaron con la dictadura de Natush Busch. Bajo la convicción de que el “Estado del ‘52” y el “Pacto Militar-Campesino” habían ingresado en su fase de replegamiento, vaciamiento y deslegitimación, Zavaleta leyó a esas jornadas como las del surgimiento de una intersubjetividad democrática, confiando en que esa emergencia iría a derivar en un proceso de autodeterminación nacional-popular, vía superación de la acumulación en el seno de la clase. Pero si esto es así, ¿por qué elegía Tapia colocar en el capítulo que iba a estar dedicado a la Revolución Nacional un trabajo que trataba acontecimientos enteramente diferentes y que sucedieron casi treinta años después? Según él, porque “(…) con el propósito de explicar la crisis del estado en 1979, [Zavaleta] retrocede para analizar sus causas en la historia del estado del 52” (Tapia, 2002: 336).
Pero si se sigue el hilo narrativo de Lo nacional-popular en Bolivia y se atiende al método de explicación causal, ¿acaso ese cuarto capítulo no debería comenzar con el análisis de la Revolución Nacional para luego retroceder hasta la Guerra del Chaco, que es justamente donde termina “El estupor de los siglos”? Junto a ese acontecimiento que despertó la conciencia nacional en las masas, ¿no debería explicarse el surgimiento del “socialismo militar”, la emergencia del nacionalismo revolucionario, el gobierno y asesinato de Gualberto Villarroel y el sexenio de luchas campesinas 1946-1952? Si así fuera, entonces “La canción de María Barzola” debería ser completado con las “Consideraciones generales sobre la historia de Bolivia” (2013c). ¿Pero ahí culminaría la obra? ¿No nos seguiría faltando algo? Si se interpretan las señales temporales presentes en el título del manuscrito original, podría hipotetizarse que el proyecto de investigación incluía un quinto capítulo. Y que ese sí, por las mismas razones que expuso Tapia, sería llenado con un trabajo similar a “Las masas en noviembre”.
¿Es esta la única forma de interpretar los vacíos y las regiones incompletas? La respuesta, obviamente, es no. Porque la falta, en el sentido aproximado de Lacan (2008), antes que un continente a completar, es algo que produce, que crea. Es, en definitiva, estructurante del discurso. Pero en el mismo movimiento en el que otorga sentido, la falta imposibilita toda sutura que pretenda una clausura. Como decía Ricardo Piglia sobre Kafka: “Lo que se posterga, lo que siempre es interrumpido y desviado es, para él, lo real mismo” (Piglia, 2015: 228). La hipótesis, entonces, podría ser la siguiente: Lo nacional-popular en Bolivia se constituyó como tal gracias a, y no impedido por, su incompletitud. Se trata, como arriesgaba del Barco (2008) sobre El Capital, no de un libro incompleto sino “incerrable”, porque su objeto de estudio –y de acción-, la realidad, siempre se escapa, está en fuga.
Leer Lo nacional-popular en Bolivia desde la falta y no desde la incompletitud requiere el gesto del detective: buscar sentidos múltiples, recolectar huellas infinitas, descifrar los enigmas que permitan armar un rompecabezas teórico imposible. Parafraseando a Masotta (2008), es siempre una lectura frustrada.
“…el
“historiador materialista”, (…) no encuentra las
ruinas del pasado,
sino
que transforma el pasado en ruinas, lo ‘mortifica’, para
edificar
con
esos restos, con esos fragmentos, el presente fulgurante, urgente,
que
movilice la experiencia en un hacer la historia, además de
narrarla”.
Eduardo
Grüner, 2005.
Como sucede con todo aquello que es reprimido, la falta también retorna. Pero en esta tercera propuesta de lectura no emergerá para discutir sobre lo inconcluso, como en la segunda propuesta, sino para repensar la obra a partir de un corte.
Publicar un libro significa realizar un conjunto de elecciones. Y toda elección, se sabe, supone efectuar un corte, fijar una diferencia. ¿Qué sucede cuando se trata de una publicación póstuma? Esa pregunta que persiguió a Max Brod, también acosó a los editores de Lo nacional-popular en Bolivia, sobre todo al momento de escoger un título. Si se establece una comparación entre el título tentativo que Zavaleta había escogido para su tesis doctoral y el definitivo, no será difícil advertir que entre y uno otro se produjo un corte. Sintomáticamente, un elemento fue perimido, desaparecido, reprimido. Y ese elemento faltante no es otro que el significante historia. No se trata de un dato menor, mucho menos marginal, porque la historia, y esto es lo que intentaremos justificar, es la que dota de sentido a la investigación. El libro se articula y ordena a través de ella. Para decirlo de un modo más contundente: Lo nacional-popular en Bolivia es un libro de historia. Más precisamente, de historia de lo político, de eso que se establece entre el Estado y la sociedad civil. Como señaló Omar Acha (2016): aquí la teoría es historia.
Vaya una aclaración más: como escribió Eduardo Grüner (2005) sobre los estudios históricos de Marx, tampoco acá se trata de la tradicional perspectiva que entiende a la Historia como una ciencia fáctica, lineal, positivista, dominada por la pretensión de reconstruir los hechos tal cual sucedieron, no es la Historia como ruina o como romántica acumulación de saber. Se trata, por el contrario, de una perspectiva que asume que los hechos del pasado no son hechos pasados, que la historia sigue sucediendo y latiendo en el barro del presente y que, como quería Zavaleta, se continúa produciendo y acumulando en el seno de la clase. Por eso, aquí no se narra los hechos sino el efecto de los hechos (Piglia, 2013). La historia es, en definitiva, “(…) un paso gigantesco en la autocomprensión del hombre acerca de lo que hace, y por consiguiente de lo que puede hacer en el presente y en el futuro” (Grüner, 2005: 2). El conocimiento de ella tanto como la disputa por su sentido son una herramienta política imprescindible en la búsqueda de la autodeterminación y la (auto)transformación de las masas. Porque “(…) tarde o temprano, cada sociedad aprende que conocerse es casi vencer” (Zavaleta, 2013a: 160).
No está de más recordar aquellas palabras con las que Augusto Céspedes afirmaba que “La revisión de la historia es una de las formas de liberación nacional” (Céspedes citado Oblitas Fernández, 1997: 531). Céspedes, decía Zavaleta (2011a), había completado la revisión de la historia de Bolivia iniciada con el clásico libro de Carlos Montenegro (2016), Nacionalismo y coloniaje. Posicionado sobre la antinomia nación/anti-nación o nación/colonia, Montenegro intentó rescribir esa “(…) historia de Bolivia escrita contra Bolivia” (Montenegro, 2016: 46), ofreciendo “(…) un esquema conjunto del pasado boliviano” (Montenegro, 2016: 49) desde las luchas por la independencia hasta la Guerra del Chaco. La perspectiva histórico-política de Nacionalismo y coloniaje, fundadora del nacionalismo revolucionario, recorrerá cada una de las líneas de Bolivia. El desarrollo de la conciencia nacional (2011b). Si nos dejamos llevar por el ejercicio de contra-historia tanto como por los acontecimientos narrados, Lo nacional-popular en Bolivia puede ser leído como una re-reescritura de esa saga4. La historia ya no se interpreta desde la maniquea perspectiva nación/anti-nación, como se hace en Nacionalismo y coloniaje y en El desarrollo de la conciencia nacional, sino a partir de la lucha de clases y del concepto de lo “nacional-popular”, esto es, de “(…) la conexión entre lo que Weber llamó la democratización social y la forma estatal (…) la relación entre el programa y la factualidad” (Zavaleta, 2013a: 147).
En el conjunto de los estudios históricos de Zavaleta, Lo nacional-popular en Bolivia representa la ruptura de la ruptura. La primera re-reescritura había comenzado con La caída del MNR y la conjuración de noviembre (2011c). Esa pieza alucinante, en la que las intrigas y la psicología de los personajes que protagonizaron la noche del 4 de noviembre de 1964 en la que se consumó el golpe de Estado contra Víctor Paz Estenssoro son narradas junto a acontecimientos de la “historia larga”, significó el primer momento de ruptura: Zavaleta deja el nacionalismo revolucionario para asumir una clara perspectiva marxista. Bajo la óptica epistemológica del Lukács de Historia y conciencia de clases, la historia comienza a ser leída desde el punto de vista de la lucha de clases5. Lo nacional-popular en Bolivia fue una ruptura respecto de esta perspectiva exclusivamente marxista. Porque allí, como nunca antes, logró instalarse desde el punto de vista de la tensión entre los elementos políticos de su etapa como nacionalista revolucionario y su etapa marxista, esto es, entre la nación y la clase, el problema de la nación y la lucha de clases, el mundo indígena y la lógica de la fábrica, la democracia como representación y como autodeterminación de las masas. Y lo hace, a diferencia de sus anteriores trabajos, a través de las crisis como “escuela de conocimiento”. Pero todavía hay otra novedad, que tiene que ver con el modo de narrar la historia: ni puro relato coyuntural ni pura historia larga, sino la tensión entre esos dos modos de contar –y de hacer- la historia.
Lo que se descubre en Lo nacional-popular en Bolivia es el país profundo. ¿Cómo se hace una historia de lo político en una formación social abigarrada? La respuesta está en el título, pero no en el de la tesis, sino en el que eligieron sus editores: lo nacional-popular. No deja de llamar la atención que el primer nombre con el que Zavaleta liga a esta categoría sea el de Max Weber y no el de Antonio Gramsci.6 Y más si se tiene en cuenta lo mucho que se ha escrito sobre la influencia del sardo en su obra y lo poco, por no decir lo nulo, de la que ejerció Weber. No obstante, para ver la entrada en escena de Gramsci no habrá que esperar demasiado: el epígrafe del primer capítulo llevará su firma para ofrecer una cuestión de método para historiar lo político, muy similar a la de la “selección simbólica”: “Es necesario, en suma, hacer un esbozo de toda la historia de italiana, sintético, pero exacto” (Gramsci en Zavaleta, 2013a: 159).
Aquí es necesario hacer una breve digresión. El gramscismo de Zavaleta no se define a partir de la glosa o el comentario de su obra, mucho menos por un exhaustivo análisis de sus categorías, sino por algo epistemológicamente más radical: Zavaleta es gramsciano porque incorpora su arsenal analítico como traducción y reinvención y no como mera aplicación. Lo nacional-popular en Bolivia evidencia, tal vez como ningún otro de sus trabajos, un método de trabajo inequívoco: la creación de conceptos en el momento mismo del análisis. A priori, el concepto existe y no existe; vale decir, existe como universal, pero al enfrentarse con la realidad se reinventa y el concepto original desaparece. Como había señalado Fernando Ortiz (1983) en su análisis de los impactos de la conquista de América para el caso cubano, en todo proceso de intercambio las categorías sufren una transculturación por el cual los términos que intervienen en la ecuación resultan modificados. Lo que emerge no es una simple mezcla de elementos prestados, sino un fenómeno nuevo y original. Zavaleta sabía que el marxismo no podía ser trasladado de una geografía a otra sin sufrir severas modificaciones. Tal vez en ese sentido haya que interpretar la caracterización de José Aricó sobre Zavaleta como un “(…) frecuentador de Gramsci como el que más” (Aricó, 2005: 44). Porque el Gramsci de Zavaleta se descubre leyendo las entrelíneas de una obra empeñada en ocultar toda huella.
Regresemos sobre la tercera propuesta de lectura: Lo nacional-popular en Bolivia como un libro de historia de lo político. Si con Acha (2016) se había dicho que en Zavaleta la teoría es historia, también con él se dirá lo inverso: la historia es teoría, “(…) pues en este caso la “historia” es el proceso histórico generador de conceptos”. Como se expuso más arriba, Zavaleta hace una historia de Bolivia a través de la categoría de lo “nacional-popular”, entendido como aquello que vaga entre la democratización social y la forma estatal. Si bien la trama del libro se instala sobre la tensión que se produce entre esos dos elementos, en algunos momentos se dará prioridad a las formas estatales y en otros a los procesos de democratización social. Así, mientras en el capítulo 1 la Guerra del Pacífico es leída “(…) como un asunto de Estado o materia estatal, es decir, algo que ganó o perdió la clase dominante, por cuanto entonces no estaba diferenciada del Estado” (Zavaleta, 2013a: 160), en el capítulo 2 se analiza a la Revolución Federal como un conflicto clásico de la sociedad civil con consecuencias nacionales, cuyo resultado es el surgimiento del “Estado oligárquico”. Y en el capítulo 3, la Guerra del Chaco es interpretada a partir de los dos elementos en tensión, esto es, como un asunto de un “Estado aparente”, no hegemónico, que contra su propia voluntad termina transformando a la guerra en un momento nacionalizador. En el Chaco, ese “(…) lugar sin vida, donde Bolivia fue a preguntar en qué consistía su vida” (Zavaleta 2013c, 37),7 ya se pueden encontrar las “(…) causas hondas de la multitud del 52 y el ordenamiento de las clases que concurrirán a la formulación de la fase estatal siguiente, que es la del estado del 52” (Zavaleta, 2013a: 363).
Si se lee con atención, se advertirá que el problema del Estado atraviesa todo el libro, desde la primera hasta la última frase. Se trata, en rigor, de la condensación de una preocupación teórica que Zavaleta traía desde su exilio en Chile en los primeros años setenta. A finales de 1972, la revista Cuadernos de la realidad nacional anunciaba la apertura de un curso titulado “Teoría del Estado subdesarrollado”, que Zavaleta dictaría en el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) de la Universidad Católica en el primer semestre de 1973. A pesar de que finalmente el curso nunca comenzó,8 los objetivos de la asignatura ya dejaban adivinar ese interrogante que lo persiguió por el resto de sus días: ¿por qué América Latina fracasa en la construcción de “Estados burgueses”? (Zavaleta, 1972). Espectralmente, esa pregunta se proyecta en la escritura de El poder dual en América Latina. Estudios de los casos de Bolivia y Chile (2011d)9, tanto como en las clases de “Problemas de la teoría del Estado en América Latina”, dictadas como parte de la Maestría en Ciencia Política y Sociología de la (FLACSO)-México, y en artículos como “Notas sobre la cuestión nacional en América Latina” (2013d) y “El Estado en América Latina” (2013e).
Una de las primeras aproximaciones al problema de las formas estatales en Lo nacional-popular en Bolivia se produjo a través del concepto de ecuación social. En su análisis sobre la Guerra del Pacífico se preguntó por qué Bolivia y Perú habían sido derrotados por Chile. Como en aquel célebre dictum de Clausewitz que decía que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, Zavaleta señaló que “(…) la política es el comercio del poder, la guerra es la crisis de la política y la política es la distribución de la crisis en tanto que la guerra es la violencia del comercio” (Zavaleta, 2013a: 344). La Guerra del Pacífico fue definida como la del conflicto del excedente, entendiéndolo como un problema no meramente económico sino político-estatal. La respuesta al interrogante se encontraba en el resultado de esa ecuación social compuesta por la relación entre Estado y sociedad civil. La ecuación social, decía Zavaleta, es un índice de la hegemonía: cuando hay reciprocidad o conformidad entre Estado y sociedad civil, cuando sus componentes son más homogéneos entre sí, se alcanza el óptimo. Pero cuando esa relación es de alejamiento, la ecuación social resulta “frustránea”, y en lugar de producir hegemonía en sentido clásico, es decir, la “(…) transformación de la furia del oprimido en una parte del programa del opresor” (Zavaleta, 2013a: 177), lo que se obtiene es una “hegemonía negativa”.
En el caso de Bolivia, el bajo resultado de su ecuación social estuvo determinado por el desenvolvimiento invariante de aquello que Zavaleta denominó “paradoja señorial”. Este concepto remitía a un tipo de clase dominante que “(…) resulta incapaz de reunir en su seno ninguna de las condiciones subjetivas ni materiales para autotransformarse en una burguesía moderna, quizá porque es una burguesía que carece de ideales burgueses o porque todos los patrones de su cultura son de grado precapitalista” (Zavaleta, 2013a: 153). Se trataba de una burguesía con “cabeza preburguesa” que, incapaz de producir una ideología de Estado, una mayoría de efecto estatal, devenía en “burguesía incompleta” (2013f). Sin embargo, el hecho de que ejerciera su dominación por vía autoritaria y que, por ello, careciera de proyecto hegemónico, no implicaba per se que no estuviera produciendo algún tipo de hegemonía. De hecho, lo hacía, pero de manera “negativa”, porque el autoritarismo, decía Zavaleta, también genera creencias. Pero si la guerra es un “(…) campo de nacionalización ideológica” (Zavaleta, 2013a: 151), ¿cómo podía una clase que era “(…) doblemente no nacional: porque no lo es su proyecto, porque no lo es tampoco su existencia” (Zavaleta, 2013g: 480-481), asumir como propia una guerra? En verdad, no podía. Por eso, aquella pregunta que rodeó a “La querella del excedente” encontró una inequívoca respuesta: Chile triunfó en la Guerra del Pacífico porque la relación de su ecuación social era más alta que la de Perú y Bolivia. También por eso pudo realizar algo que los otros dos países no pudieron: internalizar el excedente económico.
“…nos
lleva a la certeza de que todos los conjuntos del presente no hacen
más
que
traducir la presencia perturbada o irreconocible de los despojos
antepasados”
Horacio
González, 1999: 211
La
tercera propuesta de lectura ofreció la imagen de un Zavaleta
historiador de lo
político. Y lo hizo a través de uno de los dos
elementos que componen al concepto de lo “nacional-popular”:
las formas estatales. Para no caer en un exceso
de estatalismo, la cuarta propuesta tendrá que partir,
forzosamente, del otro elemento del axioma: la democratización
social. La hipótesis de esta cuarta propuesta es la siguiente:
Lo nacional-popular en Bolivia
también es un estudio histórico sobre los procesos de
democratización social.
Si se acepta esa hipótesis, se verá que Lo nacional-popular en Bolivia traza un pequeño desvío frente a la propia obra de Zavaleta. Se trata, en definitiva, de un desvío frente a sí mismo. ¿En qué consiste? En la introducción de una problemática poco atendida, o más bien ausente, en sus trabajos previos: la centralidad del sujeto indio. Si bien no se está ante una “ruptura epistemológica” a la Althusser (1965), la inserción del indio sí supone un desplazamiento en el sujeto de cambio. Con ello no se está postulando a un Zavaleta indianista o indigenista, sino el corrimiento del análisis desde el proletariado minero hacia la alianza obrero-campesina. O mejor, desde la centralidad proletaria hacia la masa en acción.
¿Por qué y cómo se produce ese desplazamiento? ¿Por qué el sujeto indio comienza a ser mirado como parte necesaria de todo proyecto de autodeterminación? Cuando en noviembre de 1979 estallaron las huelgas y las jornadas populares que depusieron la dictadura de Busch, la tradición indianista en su vertiente katarista ya tenía suficiente fuerza y protagonismo. Tras esos hechos, la mirada de Zavaleta dejaba de posarse exclusivamente en el proletariado minero para comenzar a atender las novedades políticas que emergían con el vigoroso sujeto indígena-campesino. Si “noviembre” fue referente material, premisa “preteórica” y condición de posibilidad para construir ese proyecto de narrativa histórica para la autodeterminación que fue Lo nacional-popular en Bolivia, en términos teóricos fueron los trabajos de Silvia Rivera (1981, 1983) -entre otros, claro está- los que produjeron una interesante interferencia en su perspectiva.10 El campesinado ya no era ese sujeto pasivo que con la Revolución Nacional había recibido una liberación por la cual no había luchado, como había señalado en El desarrollo de la conciencia nacional, ni tampoco ese sujeto dependiente del aparato estatal de El poder dual en América Latina. Ahora, el campesinado era reinterpretado a partir de su identidad india y juzgado como parte necesaria en la conformación de un bloque de poder con el proletariado minero: “No decimos tan tajante: Bolivia será india o no será, pero, al menos, entre todos los estatutos de su viabilidad no figura el de un país sin indios. Lo menos que se podrá hacer es otorgarles un status indiscutible dentro de la nación” (Zavaleta, 2013a: 305). Porque “(…) nada ocurre en Bolivia sin la participación de los indios” (Zavaleta, 2013a: 261).
La crisis nacional general del ’79 parecía inaugurar un nuevo “momento constitutivo” caracterizado por la emergencia de una intersubjetividad democrática tanto como por la agonía del “Pacto militar-campesino”. A pesar de que la historia terminó por negar esa hipótesis –recordemos que la derrota de la “Marcha por La Vida” en 1985, con la que el proletariado minero intentó frenar el decreto de la “relocalización” de los trabajadores, significó el principio de la larga hegemonía neoliberal-, el análisis de Zavaleta no puede tacharse de irreflexivo. Para comprender sus observaciones se podría parafrasear lo que Grüner (2005) dijera de Marx: lo que parecieron ganar las clases populares –y muy fundamentalmente el proletariado minero- fue la demarcación del terreno para su emancipación revolucionaria, pero de ninguna manera la emancipación misma.
Por lo menos desde “De Banzer a Guevara Arze: La fuerza de la masa”, su relectura del sujeto indígena-campesino en la historia de Bolivia supuso el desplazamiento de la centralidad proletaria a la autodeterminación de las masas, de la “forma clase” a la “forma multitud”. No se trata de un abandono típicamente posmoderno de la idea de clase, sino de una disputa con cierto marxismo que asume que la clase obrera se conforma exclusivamente por su colocación estructural en el acto productivo:
“(…) se debería dar por sentado que el marxismo habría reducido la historia, con una vulgaridad aberrante, a una suerte de destino manifiesto de la clase obrera stricto sensu o sea de los productores de plusvalía y que, en consecuencia, el socialismo no habría devenido sino una especie de teoría del desarrollo económico. Es cierto que, en sus parodias más exasperantes, lo que podemos llamar el universo político de lo marxista llegó a reducirse a eso. De hecho, aquel marxismo de ukase negaba casi todo papel en la constitución del sujeto revolucionario a los sectores oprimidos no proletarios, teniendo por ellos a los campesinos, a los marginales, a los asalariados no productivos y a las mujeres”. (Zavaleta, 2013h: 597)
En todo caso, antes que algo dado de una vez y para siempre, la clase es una construcción, una elección consciente que se alimenta de una acumulación en el seno de la clase, esto es, de la retención en la memoria colectiva, por medio de una selección positiva y negativa, de las situaciones insurreccionales previas.
El desplazamiento supone una itinerancia y no una desaparición. La centralidad proletaria sigue presente, pero bajo la forma del efecto de irradiación, que no es más que la capacidad de una fuerza social para construir unidad hegemónica con los otros sectores oprimidos:
“No puede conocerse sin conocer la sociedad en su conjunto y, por consiguiente, invadiendo a las clases supérstites, a los grupos no clasistas en rigor, es decir, practicando su propia irradiación. Lo de la irradiación (…) como es obvio, se localiza sobre todo en el momento de la crisis revolucionaria”. (Zavaleta, 2013i: 389)
En Zavaleta la idea de “multitud” y de “masa” no alude a una alianza de clases típicamente leninista, sino a un conocimiento social compartido que se forja en una intersubjetividad construida en las experiencias sociales de autodeterminación (Antezana, 2009). Los sucesos de noviembre evidenciaron una tendencia de las masas bolivianas a “(…) rebasar y desordenar un Estado político capaz de oprimirlas, pero nunca de contenerlas” (Zavaleta, 2013g: 472). La construcción del socialismo dejaba de ser una tarea exclusivamente proletaria para irradiarse hacia otros sectores populares como el campesinado-indígena:
“(…) la noción del yo o individuo moderno, de la autodeterminación de lo humano, de la fuerza de la masa como aplicación de una experiencia ancestral a la eficacia productiva y también histórica, del ejercicio constante del acto humano, que por tanto es un argumento de la multitud, todo ello, generará sin duda formas de intersubjetividad o totalización (o sea que aquí la segunda proposición ha construido a la tercera) que si se potencian con su autoconocimiento se consuman en un término que se ha convenido en llamar el socialismo”. (Zavaleta, 2013a: 223).
La autodeterminación de las masas fue leída como ese resto que asedia al Estado “aparente” y a la nación falaz. De ahí que la nación socialista se transforme en el proyecto de los excluidos de la nación incompleta. De alguna manera, Zavaleta comprendía que en Bolivia ya no se podía ser marxista sin ser, también, indigenista.11 Y viceversa.
“Yo
percibo en el “Pierre Menard…” de Borges una veta
más literaria.
A
mi entender, lo que el cuento plantea es una formulación
colosal
de
lo que toda lectura implica: apropiarse en cierta manera del texto
leído,
de
modo que, siendo el mismo, exactamente el mismo, parezca convertirse
en otro,
llegue
a ser efectivamente otro. Así resulta que todo lector es en
cierta forma
un
autor, creador del texto que lee”
Martín
Kohan, 2017
Martín Kohan
dice que escribir es reescribir, porque “(…) se escribe
a partir de lo que se lee. La invención no es sino
transformación, intervención en lo ya existente, lo
nuevo no se produce sino volviendo sobre la tradición,
trazando en ella un desvío” (Kohan, 2017). Como señala
el epígrafe de este acápite, el acto de la lectura es
también un acto de apropiación, donde el texto original
se vuelve otro. La lectura aquí refiere a los textos, pero
también a la realidad política. Es en ese sentido que
debe leerse la hipótesis con la que finalizaba la cuarta
propuesta de lectura: Zavaleta sabía que en Bolivia no se
podía ser marxista sin ser indigenista. Porque él
también conocía esa insistencia de Grüner: “(…)
el marxismo, por sí solo, no basta para explicar la historia.
El mejor marxismo lo supo siempre. El mejor marxismo –los
mejores marxismos, puesto que hay tantos- nunca fueron solamente
marxismo” (Grüner, 2005: 13). Entonces, ¿en que
tradición de los marxismos se inscribe la obra de Zavaleta en
general y Lo nacional-popular en Bolivia en particular? ¿En
qué tradición se inscribe una escritura?
Por lo general, Zavaleta es ubicado al interior de la siempre esquiva y compleja tradición marxista latinoamericana. Esa colocación, que, como todas, es política, tiene por objetivo disputar el legado de su obra: se afirma su marxismo para negar su nacionalismo revolucionario, como si allí hubiera algo pérfido, algo que es necesario de expulsar fuera de la vista. No es difícil advertir que para ese marxismo ese “algo” es el huidizo problema de la nación, ese que Zavaleta definió como la “(…) centralidad explicativa de la Bolivia de este tiempo” (Zavaleta, 2013a: 170) y que junto con la clase y el Estado conforman “(…) los grandes eventos de la época” (Zavaleta, 2013a: 225). Pero como dijera Horacio González sobre John William Cooke, Zavaleta “(…) con este concepto, mostraba no ser un intelectual de la nación o de un proyecto jacobino estatal, todo lo quimérico que fuese (…) [porque] es un intelectual de exilios, vive desestatizado y sin lengua específica. Su lengua es la del sujeto agonal revolucionario” (González, 1999: 383).
En un diálogo con Ricardo Piglia, Juan José Saer se preguntaba: “¿Por qué definir la tradición a priori con una serie limitada, y tener que elegir una sola cuando tenemos a nuestra disposición muchas series que podemos aprovechar y pueden ayudar a enriquecernos?” (Piglia, 2015: 33). La historia de las lecturas con las que Zavaleta tejió la trama de Lo nacional-popular en Bolivia tal vez sirva para pensar otra colocación de su obra. Una que no sea antagónica con su ubicación al interior del marxismo, sino que pueda leer en sus pliegues la presencia de otras tradiciones. En Lo nacional-popular en Bolivia Zavaleta lee a través de un conjunto de tríadas: Walter Guevara Arze, Carlos Montenegro y Augusto Céspedes; Gabriel René Moreno, Alcides Arguedas y Franz Tamayo; Guillermo Lora, Tristán Marof y Marcelo Quiroga Santa Cruz; Ernesto Ayala Mercado, Sergio Almaraz y Luís Antezana; Ramiro Condarco Morales, Fausto Reinaga y Silvia Rivera;12 Marx, Lenin y Gramsci;13 Clausewitz, Foucault y Althusser; Hegel, Tocqueville y Marc Bloch; E. P. Thompson, Toynbee y Tulio Halperín Donghi; Weber, Durkheim y Habermas; Ernst Bloch, Karel Kosik y Paul Barán; Mariátegui, Aníbal Quijano y André Gunder Frank. Esas lecturas, con las que Zavaleta volvió otros a los textos originales, muestran la presencia de tradiciones superpuestas, como la nacional, la latinoamericana y la europea. Y al interior de cada una aparecen otras como el nacionalismo revolucionario, el marxismo, la historia, la sociología, la política y el ensayo.
Frente a todas ellas, Zavaleta traza desvíos. Se instala en la tensión entre una teoría universal (el marxismo) y una teoría local (el nacionalismo revolucionario) y de ese modo las reinventa (Giller, 2016b). Dicho con sus propias expresiones: hay en su obra una “centralidad” marxista que se “irradia” hacia otras tradiciones y que hace surgir lo que Tapia (2002) llamó proyecto de nacionalización del marxismo. Y es ahí cuando aparece el mejor Zavaleta, el analista de lo político, el intelectual que sale del mundo de las abstracciones y las tranquilizadoras taxonomías para poner en movimiento su propia acumulación político-intelectual.
Decía Saer que el hecho de que la tradición nacional se enmarqué en un “(…) ámbito lingüístico, histórico, social” (Saer en Piglia, 2015: 32) no implica, necesariamente, aceptar el inmovilismo o la eterna repetición temática. Porque una tradición nacional es la disputa interior entre varias tradiciones nacionales, pero también, es el modo de apropiación de los textos extranjeros. Zavaleta, que también podría ser colocado en la larga tradición de la ensayística boliviana, nada de un modo diferente las mismas aguas que Gabriel René Moreno –en su opinión, el más grande de los escritores bolivianos- y Alcides Arguedas, Franz Tamayo y Fausto Reinaga, Jaime Sáenz y Tristán Marof.
En suma, Lo nacional-popular en Bolivia se inscribe en esa tradición de los marxismos latinoamericanos que no hace sino buscar los restos dispersos e irredentos de las fuerzas nacional-populares en el pasado nacional, aquellos que fueron ocluidos por la historia oficial. Como dice Horacio González (1999) que hace Lévi-Strauss en El pensamiento salvaje, se procede reutilizando los residuos de acontecimientos para fabricar nuevos objetos y sujetos culturales y políticos.
“Pero
al volver a mirar esos escritos comprendí demasiado bien
aquello
que expresaba Bourdieu al decir que un libro cambia
por
el sólo hecho que no cambia mientras el mundo cambia…”
Oscar
Terán, 1995
Tesis doctoral que
se niega a sí misma, lectura de la incompletud desde la falta,
libro de historia de lo político, “fuerza de la
masa” como desvío al interior de la trayectoria
de Zavaleta y escritura inscripta en el universo de los marxismos.
Esas fueron, hasta aquí, las propuestas de lectura de Lo
nacional-popular en Bolivia. Resta, entonces, formular la última
y más obvia de ellas: la lectura que se pregunta por su
actualidad.
Cualquier pregunta por la actualidad no puede desatender el hecho de que el momento de producción y recepción de una obra no siempre es coincidente. O mejor, para evitar cualquier proposición de pasividad asociada a la idea de recepción: lo que no siempre es concurrente son las condiciones de producción de una obra y las condiciones de producción de la lectura de una obra. Si esto es así, en publicación póstuma esa coincidencia será siempre frustrada. En el caso de Lo nacional-popular en Bolivia, ese corte es demasiado evidente como para que pueda ser soslayado. Probablemente escrito entre 1983 y 1984, el libro se puso en circulación en 1986. Es decir, entre la escritura y la publicación se produjo el decisivo y fatídico 1985, el de la profundización del neoliberalismo y la derrota del movimiento minero en la Marcha por la Vida. Entre un momento y otro se produjo, para decirlo con Zavaleta, el nacimiento de un nuevo “momento constitutivo” en la historia de Bolivia. Por lo que la lectura que se hubiese hecho de esta obra –pero también la lectura que hubiese hecho esta obra- en 1984, antes de que cayera la noche neoliberal, no podría ser nunca la misma que en 1986. Y eso, en rigor, vale para cualquier época. Así, los peligrosos y apáticos tiempos neoliberales en los que un Luis Antezana (1991a; 1991b) realizaba el primer acercamiento profundo a la obra de Zavaleta no podían reclamar la misma clase de lectura que los años de esperanzas, movilizaciones y revueltas populares que rodearon la escritura de un Luis Tapia (2002). De igual modo, la manera de leer a Zavaleta hoy tampoco puede ser coincidente con esos dos momentos. Porque el presente –cualquiera este sea- siempre tiene sus propias urgencias.
¿Qué significa, para una obra del pasado, estar en el presente? La primera tentativa de respuesta debería comenzar por su productividad para pensar e interrogar el tiempo-hoy, sin que ello implique una exclusiva búsqueda del enigma de nuestro tiempo en los textos del pasado. ¿Cómo leer, entonces, los textos del pasado? Una contestación aproximada a este interrogante puede estar en el empleo de dos cuestiones metodológicas aparentemente contradictorias: de un lado, la lectura que pretende ceñirse al contexto de producción, esto es, al estudio y comprensión de las condiciones de posibilidad de emergencia de un tipo de discurso teórico-político; del otro, la que asume que la lectura también se produce en un contexto determinado, el cual condiciona los modos en los que se lee. Dicho de otro modo: la lectura que asume que el presente modifica la lectura de los textos del pasado, pero también, como ya se dijo, que el propio ejercicio de la lectura transforma esos mismos textos hasta volverlos otros.
Con Lo nacional-popular en Bolivia, Zavaleta nos lega la incomodidad de la pregunta por el secreto de nuestra época, por los grandes hombres en los que ella se reconoce, por sus momentos constitutivos, por las premisas ideológicas del Estado, por los problemas de la nación y los grandes problemas nacionales, por cómo construir una profunda y decisiva relación entre autodeterminación y democracia; en suma, nos deja el siempre perentorio interrogante sobre cómo descubrir y realizar el socialismo en los actuales tiempos latinoamericanos.
1 Este texto es una reformulación de la ponencia presentada en la “Mesa circular: Volver a René Zavaleta Mercado, A 30 años de Lo nacional-popular en Bolivia”, realizada en el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades – Universidad Nacional Autónoma de México (CEIICH-UNAM), el 23 de agosto de 2016.
2 Agradezco enormemente a Alma Reyles por habernos facilitado -a Elvira Concheiro y a mí-, ésta y otras informaciones. Respecto del escrito de Galeano, en 1984 se publicó la versión completa en Memorias del fuego II. Las caras y las máscaras. Decía así: “Los indios chiriguanos, del pueblo guaraní, navegaron el río Pilcomayo, hace años o siglos, y llegaron hasta la frontera del imperio de los incas. Aquí se quedaron, ante las primeras alturas de los Andes, en espera de la tierra sin mal y sin muerte. Aquí cantan y bailan los perseguidores del paraíso. Los chiriguanos no conocían el papel. Descubren el papel, la palabra escrita, la palabra impresa, cuando los frailes franciscanos de Chuquisaca aparecen en esta comarca, después de mucho andar, trayendo libros sagrados en las alforjas. Como no conocían el papel, ni sabían que lo necesitaban, los indios no tenían ninguna palabra para llamarlo. Hoy le ponen por nombre piel de Dios, porque el papel sirve para enviar mensajes a los amigos que están lejos” (Galeano, 1990: 15)
3 Tras su muerte, Galeano escribió: “Creen los Mayas que al principio de la historia, cuando los dioses nos dieron el nacimiento, nosotros los humanos éramos capaces de ver más allá del horizonte. Entonces estábamos recién fundados, y los dioses nos arrojaron polvo a los ojos para que no fuéramos tan poderosos. Yo pensé en esa envidia de los dioses, cuando supe que había muerto mi amigo René Zavaleta. René, que tenía una inteligencia deslumbrante, fue fulminado por un cáncer al cerebro. De cáncer de garganta, había muerto, medio siglo antes, Enrico Caruso” (Galeano, 1993: 162)
4 Fernando Mayorga sugiere que Zavaleta tomó el título de su libro del siguiente pasaje de Nacionalismo y coloniaje: “Fue la conciencia de las masas la que les hizo perceptible el desbarate causado por el cordovismo tanto en lo que a ellas mismas atingiera cuanto en lo que afectase a la tendencia nacional-popular alentada por Belzu” (Montenegro, 2016: 145)
5 Se puede encontrar una profundización de las relaciones entre Zavaleta y Lukács en Ortega Reyna (2016).
6 Sin ir más lejos, la presencia de Weber fue una constante en el curso “Teoría sociológica 1”, dictado por Zavaleta en el marco de la Maestría en Sociología y Ciencias Políticas de la sede mexicana de la Facultad de Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), de la cual fue su primer director. En Lo nacional-popular en Bolivia, también recurrió a conceptos weberianos como “esfera estimativa” y “estado racional”.
7 Esta formulación, que es propia del nacionalismo revolucionario en la versión de Montenegro, también aparece en Lo nacional-popular en Bolivia: El amor, el poder, la guerra, en eso consiste la verdad de la vida. Pero fue en el Chaco donde Bolivia fue a preguntar en qué consistía su vida” (Zavaleta, 2013a: 344).
8 A comienzos de 1973 Zavaleta fue contratado por la ONU para un trabajo que se dividía entre Guatemala y México, siendo esos los motivos por los cuales el cursó finalmente no se dictó.
9 Para un análisis de la dualidad de poderes en Zavaleta, ver Oliver (2016).
10 Los estudios de Rivera sobre la emergencia del movimiento katarista y los efectos políticos de la estrategia con la que la Revolución Nacional pretendió desindianizar al indio y transformarlo en campesino, salieron publicados en dos proyectos editoriales dirigidos y coordinados por Zavaleta. “Memoria colectiva y movimiento popular: notas para un debate” formó parte del único número de la revista Bases. Expresiones del pensamiento marxista boliviano y “Luchas contemporáneas en Bolivia: El Movimiento ‘Katarista’, 1970-1980”, que era una anticipación de lo que luego sería Oprimidos pero no vencidos, apareció en Bolivia, hoy. Para una profundización de la historia que se tejió en torno de Bolivia, Hoy, recomendamos Dunkerley (2016).
11 Decimos indigenismo y no indianismo, porque las reflexiones de Zavaleta a este respecto fueron mucho más próximas a propuestas como la de José Carlos Mariátegui que a las de Fausto Reinaga. En Lo nacional-popular en Bolivia, esa contraposición fue expuesta a través de los proyectos de Tupak Amaru y Tupak Katari. Julián Apasa –Katari- encarnaba un proyecto radical, “milenarista”, “militarista” y “etnocéntrico”, cuya fiereza y violencia lo tornaban impracticable. Según Zavaleta, este proyecto demostraba que lo que es eficiente en lo militar no lo es necesariamente en lo estatal, esto es, no siempre es hegemónico. Por su parte, Gabriel Condorcanqui –Amaru- representó una línea campesina o “ecuménica”, que le hablaba a todo el pueblo y no sólo al indio. Amaru tenía un programa unificador con el cual se aspiraba a interpelar incaicamente a toda la sociedad, teniendo por centro al indio. Se trataba de un proyecto “(…) muchísimo más temible porque contenía el proyecto concreto de abolición del sistema señorial en la forma en que había existido” (Zavaleta, 2013a: 215). En suma, para la construcción de una voluntad nacional-popular, Amaru representaba una fuente más legítima porque la relación entre programa y factualidad era mucho más estrecha que en Katari.
12 Un análisis de las relaciones entre Zavaleta y Reinaga se encuentra en Viaña (2016).
13 Para ver las resonancias de Marx, Lenin y Gramsci en Zavaleta, recomendamos Tapia (2016), Concheiro (2016) y Ouviña (2016) respectivamente.
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Recibido: 08/07/2017
Aceptado: 12/09/2017
Publicado: 23/10/2017
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